Ésta es la primera vez en la historia electoral de Estados Unidos que México se convierte en el centro de las campañas para ganar la Casa Blanca.

Sin embargo, gobierno, partidos, Congreso y medios de comunicación andan distraídos. Han menospreciado la posibilidad de que el precandidato del Partido Republicano, Donald Trump, llegue a ser presidente de ese país.

Los altos funcionarios del gobierno mexicano, muy confiados, se limitan a repetir en privado que no tiene posibilidades de ganar.

Tal vez no gane, aunque todo puede suceder. Lo cierto es que —llegue o no a la Casa Blanca— Trump ya movió los parámetros y la percepción sobre cómo debe tratar un gobierno fuerte y una nación poderosa, como Estados Unidos, a un país de “violadores” y de narcotraficantes como es México.

Hasta antes del 24 de febrero, el éxito de Trump estaba acotado. Sus seguidores estaban localizados fundamentalmente entre los sectores ultraconservadores, entre los kukluxklanes y aquéllos que siguen pensando como los protagonistas de Las brujas de Salem.

Pero después de las elecciones primarias en Nevada —donde el empresario neoyorkino se llevó 44% del voto latino—, los mismos analistas políticos norteamericanos se preguntan si lo que ofrece Trump al electorado es, exactamente, lo que piensa y busca la mayoría de la población.

En junio de 2015, el outsider republicano lanzó su primer gran dardo: “…cuando México envía a su gente, no está enviando a las mejores personas. Está enviando a personas que tienen muchos problemas… Están trayendo drogas, están trayendo crimen. Son violadores…”.

México no debe engañarse y menos confiarse. Aunque Trump sea considerado por muchos como un dictador fanfarrón racista y despreciable, con una impostura similar a la de Mussolini, se ha convertido en un acicate de la adormecida y deprimida conciencia norteamericana.

Lo que está haciendo es exactamente lo que hizo Hitler cuando lanzó su candidatura: capitalizó la humillación que sentía el pueblo germano después de que Alemania fuera derrotada durante la Primera Guerra, de que el Tratado de Versalles la obligara a ceder territorios y entrar en la más profunda crisis económica al tener que pagar enormes multas por haber iniciado el conflicto.

Hoy el pueblo norteamericano se encuentra en un estado emocional similar. Las familias siguen sufriendo en sus hogares las secuelas de la crisis financiera y de la gran recesión que se inició en 2008 y saben que, por esa razón y por otras, Estados Unidos ha dejado de ser la primera potencia mundial.

Trump ya es un referente de lo que la ciudadanía estadounidense quiere volver a ser. Ha tenido la habilidad de hurgar en el inconsciente colectivo, de tal forma que, aunque pierda las elecciones, va a triunfar —si no es que ya triunfó— en la emoción popular. Esto es, se trata de un fenómeno en el que, perdiendo, va a ganar.

Si Hillary Clinton obtiene la victoria, va a estar obligada —para construir gobernabilidad— a dar espacios de atención política a todos esos votantes que se convirtieron en enajenados seguidores de un fanático.

Lo peor que podría hacer México es tomar a broma la declaración de guerra que Trump acaba de hacer en contra de nuestro país.

Su dicho —“México tendrá que pagar el muro porque cuando yo rejuvenezca a nuestros militares, ese país no querrá jugar a la guerra con nosotros”— significa muchas cosas.

Entre ellas que, con Trump —o sin él— viene una fuerte embestida de Estados Unidos en contra de nuestro país, y lo único que está haciendo el precandidato es anunciar la tormenta que viene.

La única pregunta que procede hacer es si México está preparado para enfrentar al gigante.

@PagesBeatriz http://www.siempre.com.mx/2016/03/trump-ya-gano/