Juan Gabriel es mucho más que un cancionero o cantautor de rancheras, baladas y boleros. Se convertiría desde los años setenta del siglo pasado en un símbolo de cambio y tolerancia de la sexualidad en México. Aceptar que un homosexual, que un ser amanerado pudiera ser la imagen exitosa del mariachi, visto entonces de manera común como un macho bragado, fue un proceso lento pero definitivo de la sociedad mexicana para acercarse a la tolerancia y asimilar la diversidad sexual que hoy todavía procura afianzarse frente a grupos conservadores e intolerantes.

Desde el triunfo de Juan Gabriel entre la sociedad mexicana -anunciado por el gran José Alfredo Jiménez postrado ya en su lecho de muerte en 1973 (el único y verdadero filósofo mexicano, según algunos)-, se modificó de manera definitiva el rumbo bravío del tradicional mariachi-macho-de-Jalisco. Diríase que "Juanga" tiró por los suelos al ícono del charro cantor Jorge Negrete (o del muchacho alegre y conquistador, Pedro Infante), o al menos demostró que podían convivir en un mismo templete, en un mismo escenario. ¿Trajeron los sesenta y setenta estos cambios de panorama en el horizonte mexicano donde las diversidades sexuales comenzaron a convivir de manera abierta y sin discriminación ni escarnio? Acaso el rango caracterológico Jorge Negrete-Juan Gabriel dé cabida a las expresiones posibles del individuo mexicano (del maquillado y coloreteado Salvador Novo, al bigotón con pistola "Charro Avitia"); sin olvidar esa máxima casi poética de que los extremos se toman de la mano. Lo cierto es que, después del avenimiento de "Juanga" y el fenómeno de su éxito nacional e internacional, al mariachi se le ve, al grito de “¡arriba Juárez!”, relajado y relajiento (y al público respondiendo de la misma alegre manera). Y ya prácticamente en papel de payaso, le da por hacer coreografías diversas, no acartonadas, poco solemnes, al sinnúmero de cancioneros afónicos que acompaña en cualquier parte del mundo donde el género ha triunfado o es demandado.

Los sucesivos éxitos discográficos de Juan Gabriel, en que combinó su talento de cantautor de guitarra en mano con la consecución de buenos arreglistas musicales, se vieron ratificados en una infinidad de escenarios de la geografía hispanoamericana. Pero tal vez sus mejores actuaciones hayan sido en el Teatro del Palacio de Bellas Artes (sobre todo la primera, en 1990, dirigida por el director de ópera mexicano más prestigiado, Enrique Patrón de Rueda), que él buscó y procuró con ambición, pues deseaba demostrarse a sí mismo y a los demás que sus canciones, acompañadas con arreglos necesarios y enriquecedores, y su canto, podían merecer la escena del magno recinto nacional en convivencia con el espíritu y el sonido de orquesta y coros habituados a la música clásica y la ópera. Y lo logró. Los videos de esas presentaciones son una muestra condensada de su capacidad para el extraordinario uso de la voz (como la de un tenor; y mejor que muchos de ellos) y su destreza para manejar el escenario y conquistar al público. 

Hoy, a sus 66 años, se ha anunciado la muerte prematura de Juanga, "El Divo de Juárez", el hijo pródigo de Parácuaro, el autor de "El Noa-Noa"; quien tuvo otro nombre que, excepto el acta de nacimiento, pocos registran.

P.d. Dos frases ligadas pero contrastantes sobre la intolerancia y la tolerancia sexual: Una que proviene de un poema de Alfred Douglas, Bosie, el amante de Oscar Wilde,  usualmente atribuida a éste porque la usó en De profundis, epístola despechada dirigida desde la cárcel de Reading al amor a causa de quien pagaba en prisión: "The love that dare not speak its name" ("El amor que no osa decir su nombre"); otra, de Juan Gabriel: "Dicen que lo que se ve no se pregunta".