El gobierno mexicano siempre ha condenado los atentados terroristas, tanto los más recientes en Bélgica, como los previos en Francia, Dinamarca, o en Estados Unidos. Todos relacionados en mayor o menor medida al yihaidismo, al islamismo radical y antioccidental, y los que han tenido lugar en Europa, sobre todo a la agrupación conocida como Estado Islámico.
Existe una lista emitida por esta organización terrorista en la que se amenaza a 60 países –europeos, asiáticos y americanos- por supuestamente formar parte de una “coalición” global contra el Estado Islámico. Entre estas naciones se encuentra México.
Pero… ¿qué está haciendo nuestro gobierno -además de declarar que somos un lugar de paz- para prevenir un atentado en nuestra tierra? ¿Qué medidas de seguridad está adoptando para proteger a la ciudadanía, a las familias, a las escuelas, a la democracia en general? ¿Qué iniciativas está presentando? ¿Y qué papel juegan en esta prevención los institutos de inteligencia, civiles o militares, las fuerzas armadas y las policías? La ciudadanía, por supuesto, debe asimismo participar en la construcción de soluciones.
A nadie debería ser ajeno el combate al terrorismo, desde una óptica de prevención y neutralización. Pero antes de combatir el terrorismo, debemos, sin duda, combatir el fanatismo… En esto tendría el gobierno que estar concentrando esfuerzos también, y no de forma aislada, sino en conjunto con todas sus instituciones de seguridad, y con los gobiernos estatales, con la comunidad universitaria, con la gente…
Pero no parece que esto esté sucediendo en ningún nivel, y habrá quizá quienes desde el gobierno piensen que México es totalmente ajeno al enjambre geopolítico en torno del cual se han ido desplegando los ataques en diversas naciones.
Sin embargo, no es así. México no puede cocerse aparte y dejar de ser visto como parte de un bloque al que está unido por su geografía, por su comercio, por su cultura, y por sus alianzas económicas y políticas.
El Estado Islámico ha actuado en países europeos y sus acciones han arrojado cientos de muertos y de heridos. Si México aparece en la lista de naciones “bajo la mira” de esos criminales yihaidistas, además de todo cuanto debería hacer el Estado mexicano con sus instituciones de seguridad, también debe hacer mucho a nivel informativo y educativo, entendiendo por educación, algo más que ir a la escuela a desahogar un calendario anual llanamente.
El perfil de muchos nuevos cuadros dentro del terrorismo yihaidista internacional apunta no mayoritariamente a los nacidos en medio oriente, sino en los propios países europeos, o en Estados Unidos. Son oriundos de los países en donde han ocurrido hechos de violencia, pero que perciben a sus connacionales como extraños, o aun como enemigos, y a sus gobiernos como entidades a las que hay que golpear y destruir, y para ello se sirven de los asesinatos masivos de gente inocente, de civiles.
Siguiendo esa línea de pensamiento, en México tendría que estar en marcha una serie de programas informativos -pero sobre todo educativos y culturales-, de largo alcance, que tuvieran como meta el fomento a valores como lo son el patriotismo -el amor a México-, el respeto y defensa de la democracia, de la identidad nacional, de la dignidad humana, de los derechos humanos, de la tolerancia, de la libertad de expresión.
No obstante, justo cuando todos estos valores no son apreciados, y son incluso repudiados, el fanatismo ha ganado una batalla. Y cuando hay algo supuestamente más valioso que respetar la libertad, la justicia, la ley, la vida en sí misma, la posibilidad de gran violencia está latente.
Hay sin duda actualmente en México comunidades y círculos en los que los valores de la democracia no son respetados, y donde se incuba el fanatismo, el odio, el resentimiento social, y cuyos integrantes operan bajo el perfil real de una secta, cuyos líderes carismáticos pero tiranos manipulan a sus miembros, y con jerarquías autoritarias que sólo sirven para aplastar los derechos humanos de los nuevos integrantes.
Dicho de otra manera, esas asociaciones o agrupaciones, que se cobijan no pocas veces bajo denominaciones civiles o religiosas, obligan a sus miembros a actuar como si la Constitución no existiera, o no tuviera vigencia y debiera aplicarse dentro de las paredes donde se reúnen. Sus líderes, amafiados, investidos de algún extraño poder conferido por su autoproclamada jerarquía, no respetan la libertad de sus miembros, su libertad de expresión, sus ideas, su libre asociación, e imponen castigos y humillaciones a quienes no piensen como ellos.
Escudados en sus dudosas y obscuras jerarquías, los caciques de estos grupos sectarios promueven actitudes degradantes entre sus miembros, que por supuesto, son ilegales: ahí dentro no vale la Constitución, los derechos humanos, la dignidad de la persona, sino sólo su palabra, que según sus propios y alienados criterios, se sitúa por encima de las leyes mexicanas, y las humillaciones directas o indirectas son una constante que se exige a los miembros vivan en silencio.
Todas estas características y actitudes sectarias, muy estudiadas por la psicología social, a las cuales se suma el engaño, la mentira y la desinformación, generan miembros enajenados y manipulables, que en un contexto específico, y bajo el influjo de ideologías, religiosas, políticas o de otros tipos, pueden derivar en crímenes.
Estos colectivos ideologizados con estructuras castrantes y jerarquías dogmáticas, donde los afiliados son callados y censurados, y su identidad es destruida, hasta reducirse a ser un agente útil a fines muy lejanos a la democracia, y nada sanos para un México libre e igualitario, son la semilla que ha dado nacimiento a fanáticos, incluyendo a los terroristas.
Esto es lo que se debe combatir desde su gestación, fomentando la verdadera libertad, con educación, con pensamiento antidogmático, e inculcando tolerancia, respeto y conocimiento de los derechos humanos, todo lo cual es respetar también la Constitución, los derechos humanos, las garantías individuales, y vivir dentro de la protección que nos brindan las leyes que nos hemos dado los mexicanos. Es la hora de luchar.