(Acotación importante: Para honrar el nombre de esta columna, el siguiente texto puede resultar altamente irreverente para algunas sensibilidades extremas y de darse el caso, favor de saltarse la lectura hasta el CAJÓN DE SASTRE).
“Al hombre -género masculino- se le conquista con las “4C”: Cabeza, corazón, cama y comida. Asegúrate de que a ti, la mujer te llegue más por la primera; si consigues también la segunda, mejor; de la tercera, pronto te darás cuenta lo importante que resulta y de la cuarta ni te digo, porque las tres primeras son tan poderosas que si un día se te olvida comer, ni cuenta te vas a dar teniendo las otras”.
Mi abuela se esperó para decirme esto hasta que se dio cuenta que estaba listo para asimilar tal muestra de sabiduría que ella llamaba “terrena”, porque de la otra, la divina, ni se ocupaba pues se la dejaba a los curas.
Les platico: En la casa donde vivíamos, ella era la matriarca sabia y como no había una higuera -el árbol de la sabiduría- le gustaba sentarse a la sombra de un naranjo agrio y soltarle sus enseñanzas a los nietos que se dejaban y como yo era el más dejado, aprendí un montón de cosas que a lo largo de mi vida me han servido, unas más que otras, lo confieso.
Citaba mucho a Solón, el reformador político ateniense, quien también era legislador y estadista, que por su influencia en el mundo moderno es considerado uno de los siete sabios de Grecia.
Le tocó gobernar en tiempos de graves conflictos sociales derivados de una grosera y extrema concentración de riqueza y poder político en manos de los eupátridas, los nobles terratenientes de las tierras del Ática.
No sé si fue el mismo día de su gran revelación -para mí- sobre las “4C”, pero recuerdo que hacía mucho énfasis en que lo mejor que le puede pasar a una sociedad es castigar por igual la delincuencia como la insolencia.
Y en un juego de palabras de esos que tanto me gustaban y que hoy practico casi a diario para desesperación de quienes tienen el infortunio de estar cerca mío cuando me da por esas cosas, me soltaba palabras como “sarcasmo” y en seguida me preguntaba cómo se le llama a quien hace uso de ese dicho cruel y amargo que encierra en sí una queja, un insulto o una humillación.
Y después de devanarme los sesos por un buen rato, yo le respondía: El sarcasmo es de los sarcásticos.
Y luego le seguía: ¿Y la ironía? Pues el irónico. ¿Y la irreverencia? El irreverente. Y de pronto me la volteaba: ¿Y cómo se llama lo que hacen los burlones? Pues la burla. “No, dame otra palabra”, me retaba. Y yo le respondía después de tomarme mi tiempo: “Sorna”.
¿El que duda? Y no me digas que es el dudoso. “Dubitativo”, le respondía y ella asentía satisfecha.
¿Tontería? Tonto. ¿Pendejez? “Ay, buelita, pues pendejo”, le respondía, a escondidas -en ese momento- de mi mamá, que era una santa del lenguaje y no admitía esas “palabrotas” en ninguno de sus hijos. En su suegra no tenía más remedio que aguantarse.
“Por eso, pero tienes que aprender a decir esa palabra no como un insulto, sino como un epíteto, como un adjetivo que añada o subraye una cualidad o característica al sustantivo, para acompañarla sin modificar su extensión”, recuerdo que me decía, recargada su mecedora en el naranjo agrio del traspatio de la casa.
Y aprendí de ella a soltar la tal palabra solo cuando me apetecía endilgarle una definición o característica al comportamiento de alguien (“sí, como no”, dirá al leerme la irreverente de mi Gaby), y confieso que desde mis primeros años, por más que intento justificarme diciendo que para nada es un insulto, los depositarios insisten en darse por ofendidos y suelen reaccionar en consecuencia o sea, insultándome de vuelta.
Mi abuela reconocía -y yo también- tres niveles al usar esa palabra: El zopenco o tarugo; el pendejo pasivo y el que tiene iniciativa. Y luego me decía -y lo he comprobado muchas veces- que el tercero es el más peligroso, bueno, también lo son en esa misma dimensión de peligrosidad los que se adhieren a ellos y quienes les defienden.
Y como el tema promete ponerse cada vez más irreverente, paso con su venia al asunto inicial: Mi abuela decía que la máxima conexión entre una mujer y un hombre se da mediante el uso de la cabeza. “Eso es lo que justifica y salva toda relación de pareja”, era su tesis y me pedía que me asegurara de que eso sucediera en mis años venideros.
Y seguía -según los apuntes que tomaba cual si fuera una clase- mencionando que la cama es un factor que solo juega un papel determinante cuando hace conexión con el primero. “El amor que brota del corazón -la segunda C- es algo que se decide, no es cosa de sentir, y toda decisión involucra por fuerza a la cabeza”, insistía.
Eso sí, asegúrate de ponerle a todo lo que hagas, “pasión”, y atendiendo su enseñanza, un día de hace cuatro años, cuatro meses y catorce días, escribí lo que en seguida les comparto:
La pasión es intensidad. Es plenitud insatisfecha, porque apenas algo tienes, quieres más.
La pasión es frecuencia, ritmo, cadencia, espontaneidad. Es frescura, impulso; naturalidad.
La pasión es tiempo, fluir y brevedad. Es oler, sentir y paladear.
La pasión es ver y viajar con la mirada. Es tocar encima y más allá de lo físico. Acariciar el alma.
Es oler con los ojos. Ver con los oídos. Es pérdida de conciencia y un despertar sin arrepentimiento.
Es emoción; reto; arrojo. La pasión es decirte: "Úsame". "Disfrútame". "Tómame". "Léeme". "Escríbeme". "Anochéceme". "Amanéceme". "Náceme". "Víveme". “Recórreme”.
Porque yo te voy a usar y a disfrutar. Voy a tomarte, leerte y escribirte. Anochecerte, amanecerte y recorrerte. Nacer en ti y vivirte.
Qué pasión tan irreverente la tuya. Fácil involucra a tres de las cuatro C porque a ti, de plano se te olvida muy seguido la 4a”, dice mi Gaby… y no está hablando propiamente de ninguna “transformación”.
placido.garza@gmail.com
PLÁCIDO GARZA. Nominado a los Premios 2019 “Maria Moors Cabot” de la Universidad de Columbia de NY; “Sociedad Interamericana de Prensa” y “Nacional de Periodismo”. Forma parte de los Consejos de Administración de varias corporaciones. Exporta información a empresas y gobiernos de varios países. Escribe para prensa y TV. Maestro de distinguidos comunicadores en el ITESM, la U-ERRE y universidades extranjeras. Como montañista ha conquistado las cumbres más altas de América.