En México, la formación de la opinión pública ha sido, como en todas partes, un proceso muy vinculado al desarrollo democrático. En la etapa de mayor autoritarismo, la opinión pública era abiertamente impuesta. Poco a poco fue cobrando matices y esto permitió a los medios de difusión ir cobrando un papel fundamental en la formación de opinión y obviamente, en el reforzamiento ideológico.

La prensa siempre ha jugado un papel relevante en esto. Sin embargo, los medios impresos nacionales nunca han tenido un gran nivel de penetración entre la población.  Por citar a algunos datos, en 1938 el Norte de Monterrey tenía uno de los mayores tirajes nacionales: 15 mil ejemplares diarios, para un país de 19 millones, es decir vendía menos de un periódico por cada mil habitantes. Para 1994, su descendiente el Reforma de la ciudad de México alcanzaba los 100 mil ejemplares, en un país de 91 millones de habitantes, esto es un poco más de un periódico por cada mil habitantes. El Excélsior en un momento muy importante de su vida, en 1976, apenas llegaba a los 150 mil ejemplares mientras que La Jornada en 1989, no pasaba de los 40 mil. En 1990, el directorio de medios mexicanos reportaba que los principales diarios no pasaban de los 3 millones de ejemplares en conjunto. El record de tiraje que se tiene registrado es de El Universal de los domingos con 312 mil ejemplares en el año 2000. En resumen, un país que tradicionalmente no lee. Los tirajes de la prensa impresa, son tan bajos que sólo se soportan con la publicidad gubernamental, lo cual habla de su poca independencia.

Por su parte, la radio, pero sobre todo la televisión lograron en pocos años alcanzar un nivel de cobertura y penetración en la sociedad sorprendente. En los años sesenta sólo unas cuantas familias tenían receptor de tv en su casa, las emisoras transmitían sólo un rato en la mañana y otro por la tarde hasta la media noche. Pero, en un país con no poco analfabetismo y muy poca costumbre de leer, la penetración de la televisión fue impresionante.  Según datos de la UNESCO, en 1995 había 219 receptores de tv por cada mil habitantes del país. Es decir, uno por cada cinco habitantes, lo que corresponde en términos generales a uno por cada familia. La cobertura, en términos generales, ya era total.

Desde los años setenta, la tv ha jugado un papel fundamental en la formación de opinión y en la integración de la agenda de asuntos públicos a nivel nacional. Si bien en aquellos años la tv seguía y apuntalaba al gobierno en turno, hoy en día la situación se ha invertido: la clase política busca quedar bien con el poder televisivo a como dé lugar. ¿Qué fue lo que cambió el nivel de correlación de fuerzas? Hay muchos factores, pero posiblemente al más importante fue la alternancia en la presidencia de la república en el 2000. A partir de ese momento el presidente ha jugado un nuevo papel, ya no como el personaje todo poderoso, sino como un elemento más en un tablero con varios jugadores y con un balance de fuerzas cambiante.

El estado nunca reguló a la tv en cuanto a la calidad de los contenidos de su programación. De alguna forma, el permitir la desinformación y la divulgación de cultura chatarra, era funcional para el poder ya que es más fácil controlar a una población que no tiene argumentos. Sin embargo, de unos diez años para acá, ese poder ya no está al servicio del estado, sino de las televisoras y de personajes relevantes vinculados a ellas. Desde ahí se ha sometido a la clase política para ponerla a su servicio.

Bajo esta lógica, las televisoras, pero en especial Televisa, buscan ahora tener un presidente completamente a modo para cuidar sus intereses. Para ello están usando dos poderosas herramientas: por un lado, su poder económico y, por otro, su poder de persuasión y orientación de la opinión pública.

Todo parecía ir sobre ruedas hasta hace unos días en que las televisoras descubrieron a las redes sociales, no como una vertiente de una tecnología de la que son partícipes como negocio sino como su principal competencia y verdugo político. Si bien Televisa es de los principales proveedores del servicio de internet a nivel nacional, éste es un medio en que no puede imponer las mismas condiciones como lo hace en la teletransmisión. Tampoco han tenido el tiempo de reaccionar para intentar asimilar la dinámica de las redes sociales.

Los acontecimientos recientes demuestran que el e-mail, el facebook, el twitter el WhatsApp y demás tecnologías ampliamente asimiladas por las nuevas generaciones, son ya el medio de comunicación social por excelencia. La televisión siempre fue un medio de difusión, realmente nunca llegó a ser un medio de comunicación. A pesar de que lo pudo haber logrado, la tv siempre se ha manejado en un esquema de asimetría de mensajes, acusa recibo de uno por cada mil que manda. Una situación así necesariamente provoca soberbia y, lo más grave, distanciamiento con el interlocutor, con el público. Si bien durante décadas la tv pudo ser la instancia que definía qué se usa, qué se escucha, qué se consume y qué se discute, ese distanciamiento acompañado de su actitud autoritaria disfrazada es justo la plataforma para que las nuevas tecnologías de comunicación llenen todos los huecos que durante décadas ha dejado. Libre expresión, presentación de alternativas, pluralidad de contenidos, aceptación de la diversidad pero, sobre todo, el derecho de réplica y la posibilidad de ser realmente escuchado, representan dos de las nuevas condiciones de la comunicación de masas que han llegado para quedarse.

Contra esto, la tv no puede hacer nada y lo sabe. Hasta el día de hoy su capacidad de llegar a 112 millones de mexicanos había pesado sobre la capacidad del internet de llegar a 40 millones. El punto fino hoy es que el internet ya salió a la calle. Pasó de los teclados y las pantallas fijas a los celulares, a las palabras,  a las imágenes y a los símbolos que pueden llegar a cualquier persona. El mensaje está ahí, está cobrando fuerza y no va a dejar de crecer: de ti depende que el este sexenio y no el que está por empezar sea el último sexenio de las televisoras.