Nos encontramos aquí, sentados, discutiendo cómo será el lugar en el que vivirás; has dejado en mis manos la tarea de diseñar tu nueva casa. Han pasado algunos meses y aún no sé qué dibujar, no me preocupa decirte esto porque sé que entenderás, al fin y al cabo ambos somos artistas y sabemos que la mejor forma de arte llega, no se escarba.
Un frío viento comienza a golpear nuestros cuerpos y tú acomodas tu rebozo para no sufrir tanto, mientras yo me quito el sombrero para colocarlo sobre la mesa. Lo tomas entre tus pequeñas manos y sonríes mientras lo examinas. Ya está muy gastado, ¿no crees?, me dices sin dirigirte a mí. No sale una sola palabra de mi boca, la única respuesta es mi mirada fija en tus movimientos, aquellos que me dejan saber cuál es tu herramienta de trabajo por su fino movimiento: el pincel.
Deja de soplar el viento y destapas tu pecho, ahora soy yo el que sonríe ante lo que veo. Te comento mi interés en integrar los diseños de tu traje típico en mis bocetos para tu casa y tú solo bajas la mirada para poder verlos, presiento, por la cara que pones, que te parece una buena idea. Está bien, dices, quiero que sea una combinación entre tu Casa de la Cascada y el museo de mi Diego, el Anahuacalli. Agarro mi sombrero de la mesa, me pongo de pie, pongo mi gruesa gabardina sobre mis pesados hombros y me levanto; me miras con tus felinos, pero compasivos ojos, mientras sostengo mi bastón y me despido. Sé que pronto nos veremos.
Entro a mi sala de dibujo, me siento frente a mi mesa y ahí tengo papel, lápices, colores y plumas. No sé qué hacer, vengo decidido a dibujar pero la indecisión volvió a mi mente. Hay demasiadas ideas dentro de mí que no sé cuáles escoger; salgo a caminar para organizar mis ideas y te veo sentada frente a un caballete con tu paleta descansando en tu mano izquierda, cruzas las piernas y tu brazo derecho se recarga sobre ellas; sigues pintando y de momentos las comisuras de tus labios se levantan, pero es tan mínimo este movimiento que no llega a ser una sonrisa. Sé que te das cuenta de mi invasión, pero también estoy consciente de tu indiferencia ante esto: no soy la primera persona que te observa mientras pintas; aún así, me retiro y decido regresar a dibujar.
Nuevamente me encuentro en el campo de batalla, la diferencia es que esta vez tengo un plan y sé que venceré; sé que será de color azul pues quiero recordarle a su primera y última casa – todos sabemos que su hogar siempre fue Diego. Comienzo a hacer los primeros trazos, cada piso será cuadrado y moderno, pero por dentro será circular. Sigo con las ventanas, en este caso serán a mi gusto. Decido que habrá pocas ventanas, pero estas serán grandes para que la luz irradie hasta la otra habitación. Me parece una buena idea que los dormitorios sean mitad interior y mitad exterior, de esta manera la vegetación impregnará con su olor el lugar. Se me viene una idea a la mente y, de alguna manera, habrá un similitud con el estudio que tenían tú y Diego: serán dos edificios conectados por una gran terraza, esta tendrá un árbol en su centro.
Me levanto de mi silla y fumo un cigarro mientras veo por la ventana, un sonido hace que voltee a verte, recargada en el marco de mi puerta; te acercas y tomas el cigarro, lo sostienes con tu mano izquierda y posas tu brazo derecho sobre la orilla de la ventana. No vamos a vivir juntos, ¿verdad?, me preguntas mientras miras hacia la puerta. No, cada quien tendrá su casa, pero tal vez nos encontremos en nuestra terraza, digo, pero tú ya tienes mis bocetos en mano. Extiendes tu brazo para regresarme mi cigarro, tomas asiento en mi silla y tomas tus pinceles, comienzas a pintar lo que ya tengo planeado; me molesto y te pregunto que qué crees que haces, pero me ignoras y continúas. Termino sentándome a tu lado viendo cómo trabajas; veo la cuidadosa manera en que sostienes el pincel; noto que así agarro yo mis lápices y plumas, frunces el ceño y al haber acabado de colorear los dos edificios te levantas, acomodas tu rebozo y te retiras.
Han pasado dos días y aquí estás, otra vez en el marco de mi puerta. Te acercas lentamente y al llegar cerca a mí, extiendes tu brazo para darme un cigarro. Hoy no quiero compartir, me dices. Sonrío y te pregunto, ¿qué te parece? Volteo a ver tu rostro y espero tu reacción. Sigo esperando. Por fin, después de lo que pareció una eternidad, veo cómo tus comisuras se elevan para esta vez sí formar una sonrisa. Me encanta, los detalles prehispánicos son perfectos, dices. A Diego le encantaría, lástima que esté en el Anahuacalli, agregas. Te miro extrañado y justo cuando estoy a punto de decir palabra, lees mis pensamientos: Ya sé que todos estamos muertos, pero su alma se quedó allá. A mi me tocó estar acá, donde nada duele y nada lastima. Toco tu brazo para tratar de calmar tu tristeza y digo: sé que lo extrañas, pero al menos aquí tendrás una parte de él. Sigues mirando nuestro nuevo hogar y decides agregar algo de color, igual que la última vez; al terminar, empiezas a recorrer tu nueva casa en el papel hasta llegar a la terraza con el árbol. Este va a ser mi lugar favorito, las plantas que van a crecer y los olores que van a despedir me ayudarán a pintar, justo como quería. Gracias, eso es lo que facilitará la fantasía y bloqueará la realidad.