Existen solamente tres opciones a seguir al emitir el voto: apoyar el cambio gradual; forzar el cambio drástico o apostar por la continuidad.
México transita por una etapa de tranquilidad democrática, producto aún de la revolución sigloveintera que modelo drásticamente nuestro país, dándole impulso y rumbo, apuntándolo hacia enfrentar los grandes y graves problemas del país, dándole protección a las clases sociales más desprotegidas y numerosas. Los derechos sociales por encima de las garantías individuales, se asentaron por primera vez en la Constitución de 1917 y prevalecen hasta nuestros días, al igual que la desigualdad, la marginación de millones de mexicanos y las carencias de los mexicanos, que somos un pueblo joven comparándonos con las naciones más desarrolladas.
Cierto es que por más de 100 años hemos tenido estabilidad política y paz pública en lo general. También lo es que los nuevos efectos de los problemas viejos hoy han escalado en gravedad y peligro empujando al estado a su momento más débil, caminando por lapsos al borde de la ingobernabilidad en los años recientes.
En trazos gruesos, los problemas de la nación más agudos y que hieren a millones y millones de mexicanos son la inseguridad y la baja percepción económica de prácticamente el 70% de su población. Esos son las columnas sobre las que descansa el resto de la problemática derivada, como lo es la desintegración familiar, las adicciones, la delincuencia, la organización del crimen, el narcotráfico, el menoscabo de la salud pública, y otras decenas de complejos subtemas que devienen en baja calidad del nivel de vida, insatisfacción, estrés en aumento, tensión social, deterioro de las relaciones humanas, pérdida de confianza y respeto a las autoridades.
A pesar de que no se puede negar la existencia de otro cáncer social, llamado corrupción, vale la pena enunciarlo como un problema promocionado con sentido político, producto de campañas de desgaste hacia los regímenes de gobierno desde hace unos 3 lustros, que han ido permeando en la mente consciente de los mexicanos. Resulta ilustrativo el hecho de que al ver encuestas y estudios de opinión históricos, la corrupción no fue hasta hace muy poco, visible al interés de la gente. Sin duda alguna, la corrupción es el dragón monstruoso, perjudicial y dañino que todos sabemos que existe pero que se esconde en lo más profundo de la doble moral que nos caracteriza a esta moderna sociedad, pujante pero todavía injusta, solidaria, pero con acentos egoístas, cómodos, materialistas y aprovechados.
Castigamos y descalificamos la paja en el ojo ajeno sin observar la viga en los propios. Mala costumbre que es parte del folclore y de la idiosincrasia popular, que no ayuda en nada a contener, a remediar y a vencer al dragón de la corrupción que continua rampante aunque por fortuna, no es invencible y deberíamos aprovechar ahora que es foco de nuestra atención, para provocar el cambio cultural más grande y útil de esta nación desde que emergió tras su independencia.
Sin embargo, México está sumergido en una cloaca. Pasamos momentos complicados con nuestro vecino, Estados Unidos de América, con quien sostenemos uno de los momentos más complicados de nuestra histórica relación bilateral; transitamos por un despertar de la ciudadanía que agudiza su crítica y está decidida a fiscalizar más y a denunciar los excesos, los abusos y los delitos de los gobernantes; Agotamos ya el bono poblacional que nos permitió tener una población predominantemente joven, y ahora empezamos a voltear hacia la amenaza de tener un México maduro y longevo, donde ningún modelo de seguridad social sería autónomo y deberemos subsidiar la salud, alimentación e incursión social de los adultos mayores en una sociedad cada vez más individualista, menos corresponsable, con apatía y desánimo, a la que la solidaridad le brota sólo ante las tragedias.
En este contexto enfrentamos las campañas políticas para la elección de Presidente de México que desembocará en las urnas el 1 de julio, aunque el proceso electoral concluye como la ley determina, hasta que se agoten los recursos legales ante los tribunales electorales.
La difícil decisión de los electores es darle sentido a nuestro voto para que los efectos que produzca sean mejorar nuestra vida y generar condiciones de paz, estabilidad, crecimiento económico y desarrollo colectivo. El riesgo de fallar es muy alto. Más allá de quienes sean los candidatos y que partido o vía los postule, vivimos el error garrafal de que nuestro pueblo está pensando con las emociones y no con la razón. Donde manda el estómago, los motivos no llegan a ser coherentes y se alejan las decisiones del estado ideal, de la visión conveniente para la sociedad, de las causas correctas.
Para la gente es sencillo argumentar su intención del voto en el enojo que puede llegar a la rabia, a la frustración por no lograr metas personales cuestionando el desarrollo social, persiguiendo empleo cuando lo ideal sería mejorar los indicadores y superar los obstáculos para generar mejores opciones de atraer inversiones, abrir, conservar y crecer los negocios.
Descalificamos a priori sin investigar Altum. Nos distraemos y perdemos el enfoque en lo que nos conviene. La masa popular casi nunca logra entender el alcance y las consecuencias de sus actos. Como ejemplo, baste el recuento histórico de cuantas elecciones ha ganado el populismo y cuántos pueblos se han perdido por esas malas decisiones. Yo me pronuncio por buscar romper la continuidad y producir cambios graduales. No creo en la necesidad de cambiar de golpe ni derrumbar el modelo actual en su totalidad, sino que creo en que es posible podar lo que no sirve y fertilizar las semillas que vienen prendiendo anti corrupción, pro democráticas en el uso y destino de los recursos públicos, con gobiernos transparentes, acotados en la discrecionalidad de sus actos.
El verdadero factor de transformación nacional, no se alcanza votando en las elecciones. La verdad es que no importaría quien fuera el electo, siempre y cuando tuviéramos una visión compartida de nación los mexicanos, que fuéramos construyendo entre todos, corresponsable y participativamente. Si tuviéramos ciudadanos activos, con formación cívica e ideales patrióticos. Si los partidos políticos, los representantes populares y los gobernantes emergidos de ellos fueran fiscalizados responsablemente, si el combate a la corrupción se hiciera masivo y viniera desde la sociedad y no reactivo a las ocurrencias del gobierno en turno.
México necesita transformarse para acelerar su crecimiento. Necesita emprender nuevas alternativas de inversión, crear fuentes de empleo mejor remuneradas, abatir la desconfianza en las instituciones, incentivar la ayuda comunitaria, reeducar a los habitantes en una nueva cultura anti corrupción en 360° que involucre a todos los habitantes. Necesitamos definir un nuevo modelo de representación política y refundar las instituciones, dado que las actuales han sido rebasadas ya y no cumplen su cometido.
La crisis de los partidos políticos podría no ser pasajera. Instituciones como el Instituto Nacional Electoral (INE) no han logrado generar certeza y confianza y atraviesan una regresión al descrédito imperante de finales de los años 80. Ejército y Marina pese a ser cuestionados por motivos políticos, han conservado índices aceptables de confianza, pero parece ridículo y muy alarmante que los bancos gocen de mayor credibilidad que la inmensa mayoría de las dependencias del gobierno federal, estatal o municipal.
Vivimos por ahora persiguiendo una mentira: que si gana X, Y o Z, se acabara la corrupción. FALSO. Que si gana X, Y o Z, habrá más dinero. FALSO. Que si gana X, Y o Z, viviremos mejor. FALSO. Mentiras. El nuevo presidente va a acabar con el narcotráfico llegando. FALSO. Patrañas. Engaños. No seamos ingenuos. Los grandes problemas son complejos y difíciles de resolver. No es cuestión de ganas, voluntad ni deseos. Vencerlos necesita mucho más que la política. Implica unidad nacional, una nueva actitud de ayuda ciudadana al gobierno para hacerle frente a esos temas como un país unido y fuerte.
México necesita cambiar su sistema político y sus mecanismos de participación social, no renovar a sus políticos. VERDAD. Los ciudadanos debemos dedicar tiempo y esfuerzo para evitar abusos, excesos y actos discrecionales del gobernante en turno. VERDAD. Los ciudadanos debemos luchar contra la corrupción empezando por uno mismo, nuestra casa y familia, nuestra comunidad y nuestro gobierno, en ese orden. VERDAD. Los políticos no pueden solos y necesitan a los mexicanos impulsando la transformación. VERDAD.
Me gustaría que la chispa generada por las campañas electorales produzca que se encienda en cada mexicano la luz consciente de que debemos hacer mucho más que votar y leer redes sociales. No basta con criticar. Descalificar y hablar mal de los demás no nos vuelve mejores ciudadanos no resuelve los problemas ni genera soluciones. Enrarecer el ambiente propicia distanciamiento y apatía, desgano y rechazo. El 1 de julio no es una meta. Es un paso previo. No termina nada, empieza la verdadera lucha por reconstruir y transformas nuestro país, independientemente de quien gane la elección, dado que el cambio debe venir de la gente sin esperar que el gobernante tenga magia, cumpla sueños o nos engañe con una nueva receta para hacer la misma sopa. Ya no hay tiempo que perder. Despierta México.