Afirmar que México ya cambió, es estrictamente cierto, aunque también puede interpretarse como una utopía, una fantasía o un anhelo irrealizable. Filosóficamente equivale a la frase “nadie se baña dos veces en el mismo río”, de Heráclito. Con rigor, ambas sentencias son incuestionables.
Sin lugar a dudas, los mexicanos aspiramos a un cambio, profundo, grande, amplio, democrático y por la vía pacífica. La elección de Andrés Manuel López Obrador augura estar en el camino correcto para lograr numerosos cambios en todos los niveles de lo público y con ello materializar el anhelo dela sociedad. Hasta aquí, todo va bien.
No obstante lo anterior, ingenuo y absurdo seria cantar victoria anticipada, en cuanto a que los cambios serán totales o drásticos, que alcancen todos los rincones y todas las jerarquías de los deseos y necesidades de cambio de este país y de su gente. También sería ingenuo y absurdo creer que un presidente de México, por mejor intencionado, preparado, acompañado y reforzado en el ejercicio de su gestión pública por talentos, capacidades y equipos exitosos, sería la gran variable independiente que arrojara como resultado que todo el país cambie de dirección para retomar el rumbo, o que resolviera todas las causales y mitigara todos los problemas. Esos resultados solamente podrían exigírsele a un semidiós de la mitología griega, pero no a un mexicano poderoso, pero con límites personales, contextos ineludibles, hechos y situaciones que escapan de su ámbito de control, fenómenos socio demográficos, políticos, económicos, desastres naturales, crisis mundiales, conflictos exógenos y endógenos que no tienen nada que ver con quien gobierna, de qué partido es, cuáles son sus preferencias ideológicas, sus impulsos de personalidad o su estilo de gobierno.
Lo que los políticos olvidan es que son una parte menor de la sociedad; que la sociedad los incluye como parte, pero el todo es sumamente más representativo. La proporción de quienes se dedican a usar, retener y transmitir el poder político y gobernar, tanto en México como en la generalidad de las naciones del mundo, podría contenerse en un 5% de la población. Y el resultado electoral reciente ha dejado intactos a los integrantes de ese 5% de mexicanos empoderados. Las familias poderosas, los lazos consanguíneos, las afinidades sociales, sociedades mercantiles, acuerdos comerciales, los nichos y los nudos del poder, siguen entretejiendo a las mismas personas, aunque en rol distinto a partir del 1 de diciembre.
No sólo ello, sino que los códigos culturales, las costumbres, los convencionalismos sociales, las creencias y el subconsciente colectivo, a pesar de estar en permanente movimiento, tiene una velocidad de cambio demasiado lenta en proporción a los periodos de gestión de los gobiernos. La cultura mexicana no se modifica radicalmente en el paso de 6 años. Un sexenio es un periodo corto para impulsar los grandes cambios que México necesita, y pronto Andrés Manuel López Obrador deberá enterarse que no logrará hacer todos los cambios que se le exigen, ni los que él desea, ni los que se necesitan. Entonces deberá enfrentarse a la realidad y proceder a seleccionar cuales son los principales cambios que puede y será capaz de enarbolar, de impulsar, de promover, y en el mejor de los casos, de realizar.
Es necesario comprender que pequeñas acciones pueden ser masivamente difundidas y viralizadas como grandes logros, pero el impacto real dista mucho de ser tanto como el anunciado mediante el aparato ideologizador de cualquier gobierno. El presupuesto, los imponderables económicos, financieros y administrativos, las fallas dependientes del factor humano, las coyunturas emergentes, pero sobre todo, la condición humana, son factores que acompañarán al próximo Presidente en su camino en el ejercicio del poder.
Existen dudas entre sus posibilidades de éxito. Muchas de ellas no tienen raíz en quién es o cuál es el origen del Presidente, sino en heridas mal cicatrizadas, en malos recuerdos registrados en la memoria colectiva. Tenemos improntas producidas por hechos pasados que nos marcaron emocionalmente en algún momento de nuestras vidas y que de forma inconsciente nos hacen reaccionar a situaciones parecidas a las vividas anteriormente pero en la actualidad. Andrés Manuel López Obrador será otro Presidente de México. También es un político. Ahora enfrentará, cargará y se moverá con el lastre, la resistencia y la carga negativa que implica ser Presidente, ser político y gobernar.
Que gobierne MORENA y Andrés Manuel López Obrador en sí ya es un cambio. Gira las mismas piezas para producir una nueva imagen en su distribución del 5%, como sucede cuando se gira un caleidoscopio. Que gobiernen bien sería un gran cambio y una gran aportación para la democracia. Ojalá que durante su gestión, el Presidente controle a su gabinete, a sus funcionarios, a los gobernantes emergidos de su expresión política, realizando un combate intenso y frontal contra la corrupción, generando transparencia en el uso de los recursos públicos, impulsando una democracia participativa, rindiendo cuentas en periodos cortos y en forma clara para que la sociedad conozca que hace, como lo hace, porque lo hace, lo juzgue y lo valide. Estos inaplazables cambios, son lo que la gente pide, sirven para mejorar al gobierno y para alentar a que los individuos participen en la construcción de una nueva mística que modifique la relación sociedad – gobierno para que sea productiva, potente, útil, ética, democrática, legitima, lo cual generaría un cambio cultural, una evolución, una mejoría sostenida, como base de una mejor sociedad.
Aun así, no se cambiará todo ni se acabará con la necesidad de cambio, pero se estará en el camino correcto. Por ahora, el hambre de cambio permanece contenida. La esperanza de que los cambios que se intenten realizar sean positivos y al próximo presidente le vaya bien en su encargo, podemos afirmar que el cambio existe, el anhelo de él persiste. Nuestra sociedad no aceptaría cambios cosméticos o gatopardismos en lo que se aprecia importante de lograr en el corto plazo.
La sociedad mexicana enardecida, desconfiada, impaciente y descontenta, permanece adormilada por el encanto de la esperanza. Veremos si logra ser convencida y cautivada o sale de la modorra con mayor excitación y frustración si es que se llega a sentir engañada. Sólo el tiempo podrá exhibir la verdad. Lo demás, son buenos deseos, amarguras, ideales o lamentos de partidarios y detractores. Démosle tiempo al cambio. Dejemos que Andrés Manuel López Obrador gobierne y juzguemos los resultados.