Todas las noches salía a caminar. Le gustaba esa soledad que obtenía del silencio nocturno, no había muchas distracciones, era como estar en un cuarto oscuro en el cual lo único que quedaba por ver era su interior, con la excepción de uno que otro pato graznando. Compartía piso con otras tres personas, no se conocían muy bien pero era divertido ser la única mujer entre tantos hombres, la trataban como una hermana menor, algo que siempre había querido pues era hija única; no eran tan entrometidos, no le preguntaban por qué salía a caminar de noche ni se ofrecían a ir con ella, aunque a decir verdad no se habría negado a esto último, no era muy seguro salir a caminar sola de noche en México. Era normal verla sentada en el sillón cercano a la ventana, un lugar que compartía con el perro de la casa, Sócrates; desde ahí se podía ver cómo poco a poco la gente se despertaba y se iba a donde fuera que tuvieran que llegar, esto era muy divertido porque era demasiado temprano como para que se dieran cuenta de que alguien los observaba, además de que podía ver cómo la ciudad poco a poco se iba iluminando.
Un día mientras comía decidió que no saldría al oscurecer, sino que se quedaría en su cuarto, que casualmente tenía vista a la calle por la que usualmente vagaba; se sentó en el marco de la ventana y encendió un cigarro, no se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado hasta que miró bien el cielo: ya no estaba pintado de tonos azules, morados y rojos, ahora estaba entre un azul marino y negro, con algunas estrellas brillando. Sin darse cuenta, sus tres compañeros se asomaron a su cuarto creyendo que no estaba y se sorprendieron al verla ahí, por un momento quisieron acercarse para platicar con ella, pero supusieron que quería estar sola. Cada noche que ella salía, ellos entraban para poder verla caminar y estar seguros de que no le pasara nada, sabían que quería estar sola pero no querían que le sucediera algo malo; volvieron a la sala y pusieron su película favorita, algo muy fácil de saber pues cada vez que estaba triste la veía: “Annie Hall”.
Toda su vida había vivido en una colonia privada. Al principio no le gustaba porque estaba muy cerca de una fábrica y los malos olores emitidos llegaban rápidamente, pero con el tiempo le tomó cariño, además le gustaba sacar a pasear a su perro al parque; ni ella ni Totopo, su perro, eran muy sociables así que ir de noche era el mejor horario pues no había niños tampoco había otros perros caminando por ahí. Cuando llegaban al parque soltaba a Totopo para que caminara, además aprovechaba estos momentos para fumar, así sus papás no se enterarían de ese hábito suyo. Una noche, una vecina se le acercó para preguntarle cosas sobre su perro, realmente no le puso mucha atención, solo quería que se fuera para que no se diera cuenta de que había estado fumando.
El día en que se mudó con sus nuevos compañeros de piso fue el mismo día en que Totopo murió, ya había vivido más de lo que esperaba, pero aún así fue un día muy deprimente para ella. Decidió ir a comprar algo de comer y también por una película, se dirigió a la categoría de “Comedias” y tomó la de Annie Hall; la debe haber visto tres o cuatro veces ese día, le parecía hilarante la forma de hablar de Woody Allen, además de la extremada similitud entre su personaje y el de Annie, ambos eran sumamente extraños, solo que uno parecía siempre estar atareado y la otra siempre estaba relajada, aún y cuando él se desesperaba. Ya en su cuarto, se sentó en un sillón que tenía y pasó toda la tarde viendo por la ventana cómo el sol se iba metiendo entre el montón de nubes que rebosaban el cielo, la manera en la cual los aviones descendían para que las personas llegaran a su destino y el andar de las personas por la calle.
Nunca había tenido amigos de verdad, y eso a veces la detenía cuando quería acercarse a la gente, sobre todo le pasaba eso con sus compañeros de piso pero no se daba cuenta de que ellos la consideraban su mejor amiga; se dio cuenta de esto un día que estaba sentada en la sala viendo un programa mientras acariciaba la cabeza de Sócrates y de la nada le tomaron una foto, le dijeron que era para un trabajo escolar pero unos minutos después regresaron y se la entregaron con un marco, su motivo era simple: nunca se tomó una foto con su otro perro, Totopo y querían que tuviera una con Sócrates. Después de eso le dieron una caja envuelta en papel de regalo y gritaron “Feliz cumpleaños”. Todos esos meses pensaba que estaba sola, que no le prestaban atención pero luego pensó y se dio cuenta de que cada vez que regresaba de caminar había alguien esperándola, que cuando quería comer sola se sentaban a su alrededor y que cuando estaba triste le ponían “Annie Hall”.