Sobre el racismo:

El racismo es la creencia de que todas las manifestaciones histórico-sociales del hombre dependen entera y únicamente de la raza. Es sobre esa relación de determinación rigurosa que el racismo procede a construir sus mitologías histórico-sociales que simplifican al mundo de una manera irresponsable, caprichosa y muy peligrosa. Ahora bien, toda mitología racista tienden a presentar los siguientes rasgos principales. Todas las instituciones fundamentales de la civilización, como la ciencia, la filosofía, la religión, y todos los valores que de ahí surgen, incluyendo a la verdad, han sido creadas y perfeccionadas por una raza superior. Las otras razas son inferiores, antirrazas parásitas, y sus manifestaciones culturales son el veneno de la raza superior. Por lo anterior, y a veces por la inserción de una providencia divina en la historia, a la raza superior le asiste el derecho a gobernar a la especie humana y la razas inferiores están obligadas a someterse a su gobierno. Como es obvio, toda sociedad humana que se afirma en el racismo postula una equivalencia perfecta entre las características de la supuesta raza superior y sus propias características dominantes, en tanto que identifica a los otros grupos sociales con las características que, en su creencia racista, definen a las antirrazas parásitas.

Una vez que una sociedad humana ha construido su mitología racista ya tiene todas las justificaciones para proceder a la agresión del resto de grupos sociales considerados antirrazas por su mitología a fin de satisfacer su verdadero móvil en este asunto, que no es sino el saqueo de los recursos de los otros grupos sociales. Y sabemos que cuando el recurso humano de las antirrazas es prescindible el racismo ya está en el terreno de la segregación y el exterminio, que son las prácticas más eficaces para evitar el contacto con el veneno cultural de las antirrazas.

El racismo es tan antiguo como la propia civilización. Ha sido el deporte favorito de las sociedades con aspiraciones hegemonistas de todos los tiempos, y más especialmente de aquellas que lograron concretar esas aspiraciones en un control efectivo sobre otros grupos o sociedades humanas. Sin embargo, la mayor parte del tiempo el racismo permaneció como una creencia no organizada en un sistema dogmático. Sólo hacia mediados del siglo XIX el racismo toma cuerpo como doctrina cuando Gobineau pública su ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas con el fin político de justificar la supremacía de la aristocracia frente a la democracia. Y es en ese primer manantial dogmático del racismo que abrevan luego los profetas del arianismo de la Alemania nazi, como Houston Stewart Chamberlain, con su libro "Las bases del siglo XIX", y Alfred Rosenberg, con su libro "El mito del siglo XX", y que llevaron al racismo a su nivel más alto en el plano doctrinario.

El racismo yanqui:

Creo que a nadie le pasa por alto que la cultura de los EUA tiene sus vivos coloridos racistas desde siglos atrás. Sabemos que el gringo de cepa promedio tiende a ser racista en algún grado, y que dicho racismo, en el extremo del fanatismo, adquiere tintes profetizantes por cuanto inserta caprichosamente a la providencia divina en su mitología racista. Y vaya que tenemos muchas pruebas en este asunto. Ahí tiene usted el exterminio o genocidio de los indígenas norteamericanos, la economía esclavista de los estados confederados, la segregación racial informal que dio lugar a figuras como Martín Luther King, la convocatoria que George Bush Jr. le lanzó a los norteamericanos en el sentido de empezar una nueva cruzada contra Medio Oriente una vez se había consumado la tragedia de las torres gemelas, y hasta llegar al reciente discurso de Donald Trump.

Cierto que no todos los gringos son racistas. Desde luego que hay por ahí minorías que han abandonado el prejuicio del racismo. Pero aun en este caso es muy frecuente encontrar un prejuicio subrogado del racismo, y que es tan peligroso y abyecto como éste: el nacionalismo profetizante. En efecto, sabemos que la enorme mayoría de los norteamericanos, si no es que casi todos, y sean racistas o no, consideran que su nación está destinada a gobernar el mundo por una causa que, por lo demás, jamás es explicada. El mismo Obama nos administra dosis de ese nacionalismo profetizante cada vez que en su discurso nos dice que "EUA es excepcional", con lo cual busca poner a su país fuera del alcance de todo ordenamiento moral para hacer posible sus pretensiones del gobierno mundial a capricho.

Ahora bien, supongo que al lector ya le queda claro que esta vocación racista de los norteamericanos tiene su causa última en una actitud muy propia de todas las sociedades humanas con aspiraciones hegemonistas: la pasión por la voluntad de poder. Y desde luego que aquí el racismo no es gratuito por cuanto su función es compaginarse con esa voluntad de poder a modo de justificación de la misma.

El prejuicio del racismo:

Por fortuna, la ciencia ha demostrado que el fenómeno de la hibridación humana es casi tan antiguo como el mismo hombre, lo cual implica que jamás han existido razas puras o que al menos no han existido en la mayor parte de nuestra historia. Es así que la noción de raza solo ha quedado como un recurso de clasificación muy genérico en el orden zoológico que atiende a ciertas características físicas que son hereditarias, pero que no es aplicable a los hombres cuando ubicados en el estrato de la cultura. Así pues, se da por cierto que no hay nación, tribu, religión o cultura específicas que puedan ser denominadas razas. Por otro lado, no existe evidencia científica alguna que haya demostrado que la raza tenga alguna influencia en la capacidad intelectual y emocional de las personas, o en las manifestaciones y posibilidades culturales. Tampoco se ha demostrado hasta ahora que la hibridación racial tenga algún efecto negativo en la genética de las personas. Así las cosas, podemos afirmar categóricamente que el racismo es solo un prejuicio. Pero se trata de un prejuicio extremadamente peligroso porque contraviene y oblitera el progreso moral de la especie humana hacia la integración universal y porque hace uso arbitrario de los valores humanos para ponerlos al servicio de mitologías racistas muy irracionales y abyectas.

Donald Trump y la psiquiatría aplicada:

Desde luego que el duro discurso de Donald Trump en torno al problema de los latinos ilegales en su país está bastante matizado con el horrible fantasma del racismo. Es evidente que sus juicios generalizantes en este tema están sobrecargados de un buen número de prejuicios racistas. Sería tonto controvertir este asunto porque sería tanto como argumentar contra los hechos, algo que solo un tonto se atreve a hacer. Sin embargo, yo no tengo claro si Trump está siendo sincero en estas manifestaciones, de tal forma que no sé si es un racista legítimo y convencido. Y de cierto que eso solamente él lo sabe por cuanto solo él puede tomar el testimonio de su propia conciencia. Pero lo que sí tengo claro es que el discurso racista de Trump fue deliberadamente planeado y ejecutado al más puro estilo del maquiavelismo vulgar. Con esto quiero decir que dicho discurso ha puesto la vista en el fin de maximizar simpatías y preferencias de voto entre los norteamericanos de cepa y con independencia de la naturaleza inmoral del medio usado - discurso racista -. Y esto parece corroborarse al observar el hecho de que este hombre, lejos de haber rectificado su discurso racista, hasta ahora lo subraya y hasta lo perfecciona programáticamente.

Si postulo que las cosas son como he dicho, es decir, que la intención de Trump con su discurso racista es meramente electoral - y al parecer es muy probable que así sea la realidad -, entonces debo concluir que su plan tiene sentido estratégico y buenas posibilidades de éxito. Para entender esto solo es preciso recordar lo que ya dijimos antes: el gringo de cepa promedio, además de ser mayoría en el electorado de aquel país, tiende a presentar vocación racista en algún grado. Incluso la indiferencia y el regocijo de Trump frente a la oleada de críticas y sátiras que le vienen desde los frentes pro latinos me hablan de un plan deliberado donde se asume a este factor como una variable a su favor. Y esto tiene sentido porque sí resulta verosímil que esa oleada antiTrump se traduzca a la larga como combustible a la vocación racista del target electoral de Trump: los norteamericanos de cepa, y con lo cual se fortalece la adhesión de éstos hacia él.  

El discurso de Donald Trump nos está ya prefigurando una mitología racista cuya estructura general es más o menos de la siguiente forma. En primer lugar, Trump aviva en la mente del gringo de cepa promedio el mito racista del consuelo y la antidepresión para sobrellevar la situación de desastre y decadencia que sufre su país por estos tiempos. A su vez, ofrece a la raza superior un culpable de su desgracia nacional: el veneno cultural de la antirraza parásita, y que esta vez son los latinos ilegales. En este punto es donde vemos al Donald Trump centrado en la apología del genuino y original espíritu yanqui y en la identificación de los latinos ilegales como la fuente de los más grandes males para los EUA. En segundo lugar, la promesa de Trump de combatir a esa antirraza parásita de latinos ilegales, al tiempo que lo instala a él como el héroe o caudillo de la mitología racista, abona grandes esperanzas de recuperación en el gringo de cepa promedio.

No se puede ocultar que esta mitología racista sí puede tener un tremendo efecto persuasivo en los electores de EUA. Esto es así porque, si el gringo de cepa promedio tiene vocación racista en algún grado, siempre estará dispuesto a comprar esta mitología. Me atrevo a decir incluso que las estimaciones de intención del voto para Trump pueden estar muy subestimadas porque puede haber muchos norteamericanos que piensan votar por él pero no quieren manifestarlo públicamente por el temor a verse sancionados negativamente como racistas. Y creo que Trump no anda tan perdido cuando dice que calará en el voto latino porque lo cierto es que muchos latinos residentes en aquel país pueden estar en este mismo caso de preferencia no revelada por Trump.

Por lo dicho hasta aquí, creo que el discurso racista de Donald Trump se ciñe perfectamente bien a la verdadera naturaleza de toda actitud racista en la historia. Se trata de aquello que Weblen llamaba siquiatría aplicada, y que consiste en el arte de satisfacer fines particulares - en este caso ganar una elección presidencial - usando como recurso persuasivo un prejuicio. Aunque en este caso debemos subrayar que se trata de un juego muy temerario porque estamos hablando de un prejuicio muy peligroso y perverso: el racismo.

EUA y el fantasma del arianismo nazi:

Curiosamente, este suceso de Trump parece estar replicando una etapa de la historia de Alemania en los tiempos previos al inicio de la Segunda Guerra Mundial.

El arianismo alemán - los arios alemanes como raza superior -, o el racismo alemán, es de muy vieja data. Existe desde siglos atrás y ha pervivido transmitiéndose de generación en generación. De igual forma, el racismo gringo es de muy vieja data y se ha transmitido generacionalmente. Los gringos de hoy han heredado ese racismo de sus ancestros y lo están heredando a las generaciones siguientes.

Por lo anterior, queda claro que ni Houston Chamberlain ni Alfred Rosenberg y ningún nazista, incluyendo al mismo Hitler, fueron los autores del arianismo alemán. Los primeros dos sólo le dieron forma de doctrina a ese cúmulo de prejuicios centenarios, en tanto que Hitler le encontró una utilidad práctica a esa doctrina en la política de su tiempo. De igual forma, Trump no es el autor del racismo yanqui y tampoco le está dando un curso introductorio de racismo a sus compatriotas. Él solo le ha encontrado al racismo yanqui una utilidad en la política de su momento.

El arianismo nazi fue para los alemanes el mito de consuelo y la antidepresión frente a la derrota sufrida en la Primera Guerra Mundial y sus gravísimas consecuencias económicas. Y este añejo prejuicio tan difundido entre los alemanes fue de gran utilidad para Hitler a la hora de construir una mitología política nazista para la recuperación de Alemania que a la postre gozó de gran aceptación popular. De igual forma, Trump está buscando usar al racismo yanqui, que también es el mito del consuelo y la antidepresión de los gringos, en el diseño de una nueva mitología política para la recuperación de EUA, y tomando como antirraza principal a los latinos ilegales.

En lo personal, no me sorprende esta replicación porque, pese al desfase temporal, estamos hablando de dos sociedades muy parecidas en lo que toca a las actitudes humanas frente al concepto de raza en una situación de crisis y decadencia.

Las bondades de Donald Trump:

Si me viera precisado emitir un juicio en este asunto tendría que dividir la cuestión en dos partes. Si me atengo sólo al criterio de la utilidad personal, que es el que parece dominar en la conducta de Trump, tendría que decir que su estrategia parece ser bastante eficaz. Vaya, creo que estructuró su estrategia de una manera tan eficaz que parece haber previsto a la misma reacción antiTrump como una fuerza retroalimentadora de sus propios fines electorales. Pero si me atengo al criterio de la moral tendría que concluir que la estrategia de Donald Trump es bastante reprochable porque colabora en la obliteración del progreso moral de la humanidad hacia la integración universal, porque hace un uso arbitrario de los valores humanos más importantes, como es la verdad, y porque está estimulando prejuicios muy perniciosas que a la postre pueden disparar el gatillo de la violencia más descarnada.

Pero yo no quiero ser tan implacable con Donald Trump porque, a decir verdad, creo que no todo está tan mal con este hombre. Es más, si hago caso omiso por un momento de su discurso racista en el problema de los latinos ilegales, podría decir que es el aspirante a la presidencia que está presentando el mejor proyecto para su nación. En efecto, parece que Trump tiene la fórmula correcta para poner a su país en la ruta hacia ese viejo espíritu que le caracterizó en la pleamar del sueño americano: industrialismo, trabajo, ahorro, progreso y democratización del bienestar. Por el contrario, y como bien decía el actor Robert Redford hace unas semanas, Hilaria Clinton y los demás aspirantes a la presidencia sólo son más de lo mismo. Es decir, cualquiera de esos otros sólo son garantía de seguir en la inercia de crisis y decadencia que invade a los EUA desde muchos años atrás. Sin embargo, dejaré este tema para un siguiente apunte.

Y eso es todo.

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