De acuerdo al mecanismo visto en el nombramiento de Ochoa Reza como nuevo presidente del PRI, no hay sorpresa. Pero tampoco iluso que la esperara, excepto algunos militantes recelosos del pasado de Ochoa.

Mecanismo:

--Como casi siempre en el historial del partido, el encargado del ejecutivo, Peña Nieto en este caso, levanta el dedo y la luz (el dedazo) se hace.

--Luego, los “sectores populares”  reciben y aclaman al producto del dedazo.

--Las escasas voces disidentes se tragan el coraje, aceptan la verticalidad del dedazo y se pasman callados; o negocian cosillas a su favor para poder aplaudir.

--Si hay que inventar una apasionada militancia priista del beneficiario del dedo, las secretarias se encargan de ello, que ya es costumbre. Hoy se agrega la apasionada militancia de los peñabots (por 500 pesotes y el paquete frutsi, se dice) en favor del elegido.

--Acto seguido, el beneficiario del dedo agradece al propietario del dedo y lo declara primer priista y principal activo del partido; aunque la realidad diga lo contrario en cuanto a lo segundo.

--Horas antes de la catarsis colectiva entre masa, elegido y jefes, los disidentes se han retirado o guardan silencio.

--Y llega el momento cumbre: la familia priista ovaciona de pie y arrebatada a su “nuevo liderazgo”; porque les ha sido ya dictado, impuesto, y su psique feliz vive pre-pri-formateada (como diría M. Onfray).

Todo esto al menos ha vivido Ochoa Reza con la sombra de EPN pendiendo en el auditorio del jefe Plutarco, el mexicano.

Y lo que se pretende nuevo es tan conocido que se sabe de memoria.

Si algo nuevo hay, comparado con los 87 años de historia, es la consigna de irse con todo al pescuezo del enemigo a vencer: el “peligro del populismo”, que es la antípoda de EPN y que es su propia consigna y la del gabinete; y acaso venga aun de más arriba. Es la primera tarea que Ochoa ha cumplido de manera satisfactoria.

Nada nuevo, pues, el PRI ratifica con el fallido director de electricidad, el videgayrista, el burócrata negador y amador del partido, el orgulloso militante por conveniencia, su tradición nonagenaria agotada de tanto reiterarse en escena. Aplausos cansados… y foto sonriente; o una megaselfie, para jugar a la modernidad.