Desde el momento en el que el PRI optó por modificar sus estatutos para que cualquier persona, sin importar si era militante o no del partido, pudiera ser candidato desde su plataforma política, el terreno fue hecho a la medida para que José Antonio Meade se postulara. Enrique Peña Nieto aceptó la renuncia de Meade a su cargo como Secretario de Hacienda y Crédito Público; después, el ahora aspirante a la Presidencia de la República, fue quien confirmó lo que ya todos sabíamos: su proyecto hacia el 2018 se centrará en la candidatura a este cargo por el Partido Revolucionario Institucional.

Si las y los priístas creen que porque aquel, que será su candidato presidencial, no milita en sus filas partidistas ya representa un cambio, las verdaderas ciudadanas y ciudadanos sabemos que no es así. Las y los mexicanos sabemos que el PRI es sinónimo de corrupción, de pobreza y de desigualdad. Sabemos que el PRI es compadrazgo, que el PRI significa privilegios y enriquecimiento ilícito para unos cuantos. A José Antonio Meade lo han presentado como el hombre honrado, el íntegro y correcto, un hombre con grandes méritos propios y amplia trayectoria intachable, cuando en realidad es un priísta más que se ha formado en el mismo lodo en el que todos los funcionarios cercanos al presidente se mantienen con vida.

Hoy Meade es todo lo contrario a un cambio en nuestro régimen político, simboliza más de lo mismo, más de lo que todas y todos los  ciudadanos estamos hartos. En un país donde el 90 por ciento de sus habitantes anhelan un cambio en la forma en que se gobierna, donde una transformación profunda no es una opción sino una obligación de quien llegue a la silla presidencial en 2018, Meade se presenta como un férreo defensor de la estabilidad, un defensor del partido que lo postula, porque su lealtad política es a un solo hombre, es para Enrique Peña Nieto. Meade es un priista más.

Llamarlo “el candidato de la esperanza”, el abanderado de las causas de las y los  jóvenes, de las y los  trabajadores, de las mujeres y, en general, de las causas populares, como ya se ha dicho por ahí, es un grave error cuando él es el máximo exponente de continuidad de este gobierno. Un gobierno que no ha podido garantizar seguridad a las y los  ciudadanos, que no ha podido reducir brecha de desigualdad y ha aumentado el número de pobres; un gobierno que solo es aprobado por la misma élite priísta, la que anda en helicópteros de instituciones públicas y juega golf por reuniones de trabajo. Una élite que hoy más que nunca quiere que todo siga igual.

Hoy el PRI tiene un aspirante presidencial que no carga con el lastre de ser “priísta” de manera formal, pero si de facto. Un aspirante que representa al PRI de siempre.

Lic. Verónica B. Juárez Piña

Secretaria de Gobierno y Enlace Legislativo del departamento CEN del PRD