El Observatorio Nacional Ciudadano dio a conocer este 18 de marzo su informe sobre seguridad y, más allá de cifras, que dio muchas, subraya que palabras como “secuestro”, “extorsión”, “robo” y “homicidio” son cotidianas para los mexicanos.
¿En qué se traduce que tales palabras sean comunes en nuestro vocabulario? En miedo, en incertidumbre, en intranquilidad, en una falta de certeza absoluta sobre lo que puede pasar mañana.
La semana pasada fui a una junta a la escuela donde asiste mi hija a clases y nos hablaron sobre un plan para que los chicos salieran una semana de campamento. De inmediato, al escuchar las propuestas, salió a flote el tema de la inseguridad.
Una madre de familia puso el grito en el cielo cuando escuchó que una de las propuestas para hacer el campamento era un lugar en el estado de Morelos. Explicó que ella era originaria de esa entidad y que ni de broma dejaría ir a su hijo a ese sitio donde “matan y secuestran en cualquier lugar y a cualquier hora”.
Quien se encuentra a cargo de la organización del campamento trató de defender su propuesta al argumentar que se trataba de un lugar seguro y que antes ya había ido otro grupo sin que hubiera algún incidente.
Pero ni así ni con otros argumentos pudo tranquilizar la alarma que se prendió en la mente de los padres de familia al imaginar que sus hijos correrían el riesgo de ser secuestrados, asaltados o incluso asesinados.
Suena duro, pero así es. La inseguridad no sólo afecta a quienes hemos sido asaltados, también genera una atmósfera de miedo que nos impele a encerrarnos.
Otro ejemplo banal de lo que produce el miedo: el taxista que prefiere no entrar a esa colonia que parece peligrosa sólo por su aspecto o porque tiene mala fama. El trabajador del volante prefiere perder un cliente a arriesgarse a que le roben su unidad.
O ayer, que mi vecina me propuso atentamente no dejar mi automóvil fuera del garaje por la noche, dado que un día antes habían encontrado en nuestra calle dos coches sostenidos por una pila de ladrillos.
Funcionarios van y vienen de las decenas de instituciones de seguridad que tenemos en México, estrategias y pactos son echados a andar desde todas las esferas del poder público pero la inseguridad sigue ahí, como el dinosaurio del cuento de Tito Monterroso.
En este país quienes están a cargo de tutelar garantías para que podamos vivir en paz simplemente no pueden dar con la fórmula que al menos aplaque nuestra incertidumbre cotidiana.
Pero y los ciudadanos, ¿qué podemos hacer para no dejarle todo al gobierno? ¿Denunciar? ¿Autodefendernos? El caso extremo lo estamos viendo en Michoacán, donde las autodefensas demuestran que tal opción no funciona. Por eso el Estado debe tener el monopolio de la seguridad pública, de lo contrario lo que sigue es el caos, la ley de la selva.
¿Qué hacer, entonces, resguardarnos bajo llave en nuestras casas hasta que pase la tormenta?