“Si se les hubiera prohibido hacer potajes a los hombres con el estiércol de los camellos, lo habrían hecho, diciendo que no se les había prohibido”.

Proverbio de Mahoma.

En el estacionamiento del edificio donde vivía mi difunta madre, una vez, los inquilinos sorprendieron a un ladrón que estaba desvalijando un automóvil. Lo detuvieron y llamaron a la policía. Se lo llevaron preso. Al día siguiente ya estaba libre.

La corrupción de nuestro sistema de impartición de justicia, es una de las razones por la que la ciudadanía desconfía que el general Salvador Cienfuegos purgue sus crímenes en nuestro suelo, después de que la jueza Carol Amon, retirara sus cargos en los Estados Unidos.

La otra razón para alimentar la desconfianza, es que algunos delincuentes poderosos siguen impunes en nuestra patria, como los tratantes de menores y tráfico de pornografía infantil: Mario Marín y Kamel Nacif, quienes, a 15 años de haber sido descubiertos por Lydia Cacho, un juez descongelara sus cuentas y en Puebla se anden paseando. Del otro Laredo, mínimo está preso el “Chapo”, y Genaro García Luna está siendo juzgado.

Las especulaciones sobre si hubo un acuerdo entre Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador (y la posible negociación con la Sedena) se sostienen sobre arenas movedizas, lo que sí se apoya en tierra firme, es que, políticos, policías y jueces (en México y Estados Unidos), se corrompen por la enorme cantidad de dinero que reparten los narcotraficantes, misma que obtienen por la venta de estupefacientes, a los terrícolas viciosos.

¿Se puede combatir al vicio? Se puede, pero es un combate perdido (es como pretender combatir la piratería o la prostitución).

Supuestamente, los “delitos contra la salud” tienen la finalidad de ayudar a las personas a vivir sanamente, pero en realidad, su penalización se presta a que autoridades y delincuentes saquen tajada (económica y política) de un producto encarecido porque se consigue de manera ilegal, de ahí que, dentro de su comercialización, se paguen grandes sumas, con partidas “por debajo del agua”: sobornos, “mordidas”, dinero para que te dejen ir (si eres consumidor), o te permitan vender (si eres traficante).

Eso, sin hablar de la venta de armas que conlleva los enfrentamientos entre cárteles y uniformados (y que tanto le chocan a los Estados Unidos).

En primer lugar, el Estado no debería meterse en los asuntos privados de los ciudadanos, quienes tienen derecho a hacer su regalada gana, siempre y cuando no afecten a los demás (es como cuando quitaron los saleros de las mesas de los restaurantes, pues basta con que le pidas uno al mesero para brincarte la prohibición y continuar dañando tu organismo).

Si las autoridades realmente se preocuparan por la salud de los ciudadanos, desaparecerían todos los automóviles, los productos de los supermercados y el 99.99% de los programas de televisión.

Para que no exista el campo de cultivo donde cunden delincuentes tipo Cienfuegos, García Luna y Felipe Calderón, deben legalizarse las drogas, pero ya. ¡Todas! No solo la marihuana, tan defendida por artistas, intelectuales y médicos; gente “polite”; y todo porque la “mota” es curativa y está relacionada con el “amor y paz”, ya que la mayoría de los “pachecos” son gente pacífica y leeeeeenta. En cambio, el consumidor promedio de cocaína, es genta alterada, prepotente y agresiva (cual Gilberto Lozano tras dos tazas de café). Bueno, dejando de lado temperamentos: marihuanos, cocainómanos y consumidores de drogas de diseño, combatirían la violencia si compraran sus golosinas legalmente (pues de todos modos se drogan, pero cual niños traviesos, a escondidas, porque es “ilegal”, y eso los hace sentirse “rebeldes”, “transgresores”, “antihéroes”).

Como dijo el gran brujo británico Aleister Crowley, en los años 30: “Si el gobierno no quiere que la gente consuma cocaína, que ofrezca una alternativa mejor”. ¿Recortar presupuesto a la cultura ayuda en esto? Yo sospecho que no.

Reforzar la educación y la cultura (y no me da pena decirlo: también el desarrollo espiritual, fomentando el yoga, la meditación, el estudio y práctica de corrientes místicas, etc.), pondría freno al consumo excesivo de drogas (alcohol y tabaco incluidos), y fomentaría que la población se interese en lo auténtico y profundo (no en pendejadas como drogas, artículos suntuosos y símbolos de status).

La mejor publicidad de un producto, es prohibirlo (como los antros: la gente prefiere ir a aquellos lugares donde no los van a dejar entrar).

Por lo pronto, quien quiera suicidarse, que lo haga, siempre y cuando no se lleve entre las patas a los demás (cuando alguien se quiere aventar de una azotea, siempre he pensado que a los que hay que cuidar, es a los que están abajo).

Siendo honestos, al legalizar las drogas no se va a fomentar su consumo (a quienes no le interesen, permanecerán igual), ni la población se volverá como un ejército de zombies, matando y causando destrozos por doquier, va a ser lo mismo, pero con traficantes sin poder, ni dinero desmedido.