La contienda por el Estado de México que inició esta semana, acapara toda la atención por su relevancia a nivel nacional. La gubernatura no es lo único que está en disputa, el resultado va más allá de la continuidad o la alternancia, lo que ocurra el domingo 4 junio definirá en buena parte el rumbo que tomará el país en el 2018.

Consciente de esta situación, Enrique Peña Nieto se juega su última carta, una derrota en su tierra significaría la muerte política y la inminente pérdida de la presidencia, por el contrario, una victoria lo revitalizaría a él y a su partido.  Por esta razón la maquinaria del Estado se ha puesto en marcha con el único objetivo de ganar la elección a costa de lo que sea.  

La operación de Estado ya quedó de manifiesto con el reparto de recursos públicos que se efectúo en días pasados, el usufructo de la pobreza en su máxima expresión; dádivas, limosnas, becas, apoyos, regalos, tinacos, materiales, el dinero de los ciudadanos utilizado para favorecer al candidato oficial, para comprar conciencias y en consecuencia votos.

El despliegue gubernamental incluye la descarada participación de secretarios de Estado, reducidos a comparsas y porristas de Alfredo del Mazo, cuya designación obedece a la lógica de que “le toca”, porque la dinastía del Mazo considera que tiene escriturado el Estado de México.

En el colmo de la abyección, Del Mazo amenaza e infunde miedo entre los más vulnerables, por medio de sus spots al sugerir que cambiar puede significar perderlo todo. Quizá se refiera a los índices que ponen el estado a la cabeza en inseguridad (robo, homicidio, secuestro, feminicidio), corrupción, pobreza y endeudamiento.

Está elección exhibe lo más ruin del PRI y de su candidato, ambos anacrónicos, vacíos, carentes de propuesta, anclados en la necesidad y al hambre de la gente para mantener sus privilegios. El PRI merece perder la elección, los electores tendrán que demostrar en las urnas madurez e inteligencia para cambiar el destino de su estado.