Una de las ilusiones de la Modernidad es la idea de progreso infinito. En todas las posiciones filosóficas a partir del Renacimiento, en todas las ideologías a partir de la Ilustración y en todos los modelos de producción económicos a partir de la Revolución Industrial se da por hecho que, de seguir ciertas recetas, ciertas reglas y ciertos acuerdos, la riqueza crecerá desmesuradamente y que, en principio, no hay límite natural y si ocurre alguna contingencia, será porque alguna fuerza, externa o interna, contaminó los principios, los modelos y las leyes del progreso. No se concibe, dentro de los propios sistemas de pensamiento modernos, que pueda haber una falla de diseño.

La Economía neoclásica, traducida en las políticas neoliberales de doble rasero, condujeron a un crecimiento bastante cuestionable en las democracias de países pobres y más bien premiaron, en los hechos, a los sistemas librecambistas hacia afuera y corruptos y autoritarios hacia dentro: China, India, Indonesia, Emiratos Árabes Unidos. Los casos de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos son un caso especial, porque siendo profundamente liberales en sus relaciones comerciales con otros países, siempre sostuvieron principios domésticos de economía mixta, con gobiernos poderosos en el ámbito de la regulación comercial y financiera y bienes y servicios estratégicos que mantuvieron barreras de entrada claramente proteccionistas.

La gran crisis financiera global de 2008, supuestamente, fue una llamada de atención para los grandes tomadores de decisiones e ideólogos en materia económica. Una prueba (una de varias) de que los mercados sin supervisión no son ni justos ni eficientes en el largo plazo. Como siempre ha sucedido en la historia económica, los aludidos no aprendieron nada, simplemente se les pusieron algunas cadenas adicionales en los rubros específicos que se habían salido de control: el inmobiliario, el de los seguros, el de las hipotecas.

Lo cierto es que todas las tendencias económicas positivas han tenido un auge y después una caída. Generalmente son provocadas por innovaciones tecnológicas o científicas que a su vez dan pie a nuevas industrias, nuevas profesiones y nuevas posibilidades de consumo. Hoy vivimos los últimos estertores del progreso generado por las cadenas globales de suministro y, como mecanismo complementario, las cadenas globales de consumo. Pero está llegando a su fin, aparentemente.

Se entiende que queramos echar culpas a nuestros gobiernos (cada quien al suyo) porque eso delimita el imaginario de la crisis, lo hace más amable, más comprensible y, además, nos empodera en su solución: para superar el momento, sólo habría que cambiar un político por otro, un partido por otro, etcétera. Lo malo es que no parece ser el caso. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, por lo menos, se han alineado en un pesimismo global que ha recortado expectativas económicas prácticamente de todos los países que no están partiendo de cero. Hoy las proyecciones de crecimiento arriba del 5% son, casi todas, reservadas a los países africanos y asiáticos cuya línea base permite que cualquier crecimiento, por modesto que sea en la realidad, sea exponencial cuando se presenta anualizado.

Una rápida revista al panorama nos presenta lo siguiente: Alemania creció menos que México el 2019. Sí, no es un error de tipo. Se contrajo 0.1%. Hong Kong, uno de los ejemplos típicos del crecimiento económico inmoral pero imparable, sufrió una contracción del 3.6%. El Reino Unido se contrajo también en un 0.2%. En el continente americano las cosas no pintan mucho mejor. Las cuatro economías más relevantes tienen los siguientes números: Estados Unidos encabeza la lista, pero con un modesto 1.9%. Le sigue Canadá con un 0.9%, Brasil en tercer lugar con 0.4% y México con 0.1%. Podemos decir que la culpa la tiene la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Lo malo es que eso tampoco es cierto. Al menos en el caso mexicano, es gracias a esa guerra que no nos ha ido peor, pues ha permitido a México, por primera vez en su historia, tener un superávit comercial con el vecino del norte. No están claras las causas estructurales de la desaceleración y contracción o estancamiento global. Cada quien sigue sobreestimando factores domésticos: el Brexit, el NAIM, los chinos, Bolsonaro. Es un poco absurdo que pensemos en un marco de integración e interdependencia total para el funcionamiento de nuestra economía, pero lo hagamos de forma doméstica y casera para analizar las situaciones críticas. Al menos habría que hacernos nuevas preguntas que sean más ambiciosas.