Los Juegos Olímpicos se siguen desarrollando, y los atletas mexicanos, como ya se ha hecho costumbre, han tenido una actuación que solamente puede calificarse como de mediocre. Nuestro país ha adoptado el lema del Barón Pierre de Cubertain: “Lo importante no es ganar, sino competir”, como la justificación de todos los fracasos que una y otra vez se han cosechado, y que incluso se ha inculcado este pensamiento en nuestros niños, como una maldición que pretende justificar todos los males.
La delegación mexicana ha sido una vergüenza en los juegos, han ido a pasear lastimeramente el nulo nivel que poseen, prácticamente han sido el hazmerreír mundial, lo que podría quedarse solamente en este señalamiento; pero este papelazo nos ha costado a todos en impuestos 145 millones de pesos que fueron destinados para la “preparación” de los atletas mexicanos.
Pero no podemos quedarnos en el simplista hecho de mencionar los nombres de los deportistas, porque la humillación que estamos sufriendo deviene de todo un sistema de gobierno que desde hace muchas décadas no ha hecho su trabajo, de la tolerancia de las federaciones corruptas que solo velan por intereses personalísimos de oscuros dirigentes, eso sin contar el completo desinterés de todo el país en otro deporte que no sea el futbol, lo que ha provocado que todos los futbolistas en este país se sienten semidioses y que decidan cuándo representar y cuándo no a nuestro país.
Increíblemente muchos han señalado que no se deben criticar a los deportistas mexicanos, toda vez que están haciendo su mayor esfuerzo y hasta se indignan en contra de las personas que alzan la voz por los pésimos resultados obtenidos. Insisto que en México se han invertido 145 millones de pesos para el apoyo a los deportistas en los últimos tres años, e incluso muchos de los deportistas que han fracasado sonoramente, han manifestado que no les interesan las críticas recibidas, o que no le deben nada a nadie, sin darse cuenta que las becas y estímulos que reciben para dedicarse al 100% al desarrollo del deporte que practican salen de dinero público y por ende todos tenemos derecho a exigir que se nos explique qué es lo que se está haciendo con dichos fondos. Creo que hay una norme soberbia y falta de autocrítica de los deportistas, aunque las excusas siempre sobran para explicar el porqué del fracaso.
Qué decir de las patéticas declaraciones del Titular de la CONADE, quien manifestó que el organismo que está a su cargo sólo es una agencia de viajes, y no es responsable de los malos resultados de los atletas. Este individuo debe tener un muy buen padrino, porque en todos lados a los que llega sus resultados han sido poco menos que funestos, basta recordar que fue a él quien le tocó “resolver” el caso de la niña Paulette y que como Comisionado de Seguridad en Michoacán no tuvo un solo logro para recordar. Pero eso sí, la novia de Alfredo Castillo está en Río de Janeiro disfrutando de la vida, y uno de sus principales asesores en la CONADE es su profesor de Padle Tennis, a quien ha llevado con distintos puestos a todos los lugares en los que ha estado.
Es muy triste, al analizar cómo fueron repartidos los recursos destinados al deporte mexicano, que de los 25 atletas que más dinero recibieron como apoyo, 13 de ellos no están en los juegos olímpicos porque ni siquiera calificaron a los mismos, y los que sí fueron como Paola Espinosa y Aída Román, que dicho sea de paso forman parte de los atletas privilegiados económicamente, el día de hoy están eliminadas.
También es cierto que no todos los deportistas forman parte del mismo caso, porque si bien es cierto que en algunos se invirtió en uniformes, doctores, dietas, entrenadores, viajes, hoteles, también existen los que fueron sin siquiera un uniforme digno, que los tuvieron que parchar o que no eran de su talla.
Quiero terminar señalando, que si bien es cierto todos tenemos el derecho de criticar los resultados que se han obtenido, me parece lamentable hacia dónde se han dirigido los comentarios de muchos mexicanos, quienes se han dedicado a denostar a los deportistas no por su actuación, sino por su apariencia física, lo que sin duda es una muestra absoluta de discriminación que no podemos permitir. Sí exijamos resultados, si alcemos la voz en contra de los malos dirigentes, pero quedarnos en el absurdo comentario superficial solo nos explica el porqué seguimos en la realidad que tenemos en este país, en donde no hay crítica de fondo, en donde no se analizan los verdaderos temas nacionales, y nos quedamos siempre con las tramas tele - novelescas que en nada ayudan a que podamos ser mejores como Nación.
En esta ocasión haré referencia a un curioso caso acontecido en los Juegos Olímpicos de 1956.
Los Juegos Olímpicos, el acontecimiento deportivo por excelencia, se han utilizado en demasiadas ocasiones como una vía alternativa para conseguir otros objetivos completamente extradeportivos: Hitler aprovechó los de Berlín de 1936 como medio propagandístico y de supremacía de la raza aria; Estados Unidos hizo boicot a los de Moscú de 1980 mientras que los rusos y los países del Bloque del Este hacían lo propio en 1984 en Los Ángeles; en 2008 se hizo la concesión de organizar los juegos a China como un guiño político.
Los Juegos, al ser un escaparate mundial, también han servido para reivindicar diversas situaciones: los deportistas estadounidenses de raza negra aprovecharon los juegos de México de 1968 para reivindicar sus derechos; los tibetanos se han quemado a lo bonzo como protesta por la ocupación del Tíbet, e incluso han sido utilizados para protestar por el origen nazi de la propia antorcha olímpica.
El símbolo más venerado y reconocible de los Juegos Olímpicos es la llama olímpica. En la era moderna, la llama olímpica apareció por primera vez en los juegos de Ámsterdam 1928. La idea fue sugerida por Theodore Lewald, miembro del Comité Olímpico Internacional, que más tarde se convirtió en uno de los principales organizadores de los juegos de Berlín en 1936. Desde estos Juegos se convirtió en tradición el relevo que lleva la antorcha desde Olimpia, encendida frente a las ruinas del templo de la diosa Hera, hasta la ciudad anfitriona, donde prenderá el pebetero de la llama olímpica.
Los Juegos de la XVI Olimpiada, celebrados en 1956 en Melbourne (Australia), tuvieron dos peculiaridades, la primera fue que las pruebas de equitación se tuvieron que trasladar a Estocolmo (Suecia) debido a la severidad de la normativa australiana en cuanto al ingreso al país de caballos extranjeros y la segunda la utilización de una antorcha hecha con calzoncillos.
Un grupo de nueve estudiantes de la Universidad de Sidney, encabezados por Barry Larkin, quisieron protestar por el origen nazi de la tradición del relevo de la antorcha echándole un poco de humor. La idea era hacerse pasar por el portador de la antorcha olímpica en el último tramo hasta que se entregase al alcalde Pat Hills. Uno de los estudiantes, vestido con un pantalón corto y una camiseta blanca, portaría la antorcha y el resto harían de escolta. ¿Y la antorcha? Una casera: una pata de una silla, sobre ella una lata de pudín de ciruela y dentro de la lata unos calzoncillos ¿usados? empapados de queroseno.
Cuando la antorcha llegó a la ciudad, los estudiantes comenzaron su relevo a mitad de camino, pero al principio todos se dieron cuenta de que era una broma y, sobre todo, cuando debido al movimiento de la original antorcha, los calzoncillos se caían de la lata. Barry Larkin se percató de que aquello se iba a quedar en una bufonada y decidió tomar él mismo la antorcha. Continuó la carrera y conforme iba avanzando, dejando atrás a los que habían visto que era una broma, la gente se apartaba a su paso, e incluso la policía le escoltó, convirtiéndose en el relevo oficial. Hasta que llegó hasta el estrado donde estaba el alcalde y depositó la antorcha. El alcalde Hills, que estaba más preocupado de su discurso, ni miró lo que portaba aquel hombre.
Comenzó su alocución, hasta que alguien se dio cuenta de que aquella no era la antorcha oficial, aunque para ese momento Barry Larkin se había escabullido entre la gente. Tras unos instantes de no saber qué hacer, tuvieron la suerte de que en aquel momento llegó el portador oficial, Harry Dillon, que hizo la entrega y pudo continuar la ceremonia.