El Doctor “Q” escribe una respuesta electrónica al comentario “M”, que minusvalora la posición de varias universidades a un tema controversial (acusándolos de “ninis”, de “buenos para nada”, “izquierdistas”, etc.):

-“Querido “M”, que un sector educado de la población se oponga a la propuesta “P”, no hace a este grupo un “conjunto de ninis, buenos para nada o izquierdistas”, simplemente te hace ver el posicionamiento de un sector muy bien formado, crítico frente a ciertos prejuicios de una determinada tradición religiosa con la que no comulgan. La universidad verdadera, es aquella que al contrastar diversas posturas de pensamientos, a veces contradictorias entre sí (y no por eso menos válidas las dos), fuerza al pensamiento de los estudiantes a notar las contradicciones de una serie de presupuestos que muchas veces la mayoría de la gente, sumergidas en alguno de esos “pensamientos”, no ve (o no quiere ver). La universidad genera entes críticos, lo debe de hacer, la ciencia funciona en esos términos, pues de silenciar sus fundamentos escépticos, la estaríamos condenando a tomar un partido u eludir su responsabilidad  con la búsqueda de argumentos sólidos que confirmen un determinado postulado. La ciencia es rígida, tiene que serlo, debe evitar que la investigación se lastime con principios ajenos a ella, falseando la información.

“M”, imagina si por una preconcepción –religiosa, por ejemplo-, un investigador deja de trabajar en una vacuna contra el cáncer. Lo negativo que resultan los prejuicios, nos hace vislumbrar lo nefasto de estas actitudes y los riesgos que la humanidad toda puede tener, además de demeritar el trabajo de un profesional que tiene el deber de cumplir con su trabajo, y esto emana una serie de responsabilidades y compromisos que no se pueden confundir con pretextos simplemente ideológicos.

Tú acusas a la actitud crítica de ser “izquierdista”. Si bien hay gente desinformada que hace de su particular ideología un pretexto para agredir, no se puede confundir el deber científico. Sé –y hasta puedo entender-, que en nuestro país es fácil confundir niveles de discurso, y detrás de un hecho científico, se puede creer la manipulación de entes ajenos a la ciencia manipulándolo todo. Para darse cuenta de una amenaza manipuladora, el criterio que brinda el conocimiento serio es la mejor brújula que aquellos comentarios provenientes de páginas de dudosa reputación.

Por estas razones me permito contestarte ante algo que considero una reducción al absurdo de un posicionamiento plenamente válido, que además, por su procedencia, goza de la legitimidad que concede el estudio serio que en todo caso es el culmen del trabajo arduo.

Te envío un afectuoso saludo”.

Las contestaciones aparecieron pronto. He aquí dos muestras representativas que he considerado claves:

“M” dice (con faltas de ortografía y de redacción): “Q”, considera la libertad de expresión de la gente porque no importa lo que ellos digan lo que importa es que todos tengamos derecho a expresar nuestros pensamientos”.

“R” comenta: “Hijo, no necesitas utilizar un lenguaje tan rebuscado para demostrar que fuiste a la escuela, nada más te ves un snob y los profesionistas snobs están de hueva y no ayudan a nadie. Puedes expresar tu idea sin hablarle a la gente desde un pedestal” –continua la misma persona aclarando más abajo- “No es que no esté de acuerdo con lo que dices, nada más se oye bien mamón y pretencioso”.

 De esta discusión al comentario muy acertado del estudioso, podemos observar dos puntos entre aquellas personas que a su vez le responden a su manera: 1. Toda opinión es respetable y 2. No uses un lenguaje educado.

El tópico de “toda opinión es respetable” es falso. La opinión si bien la puede emitir cualquier persona con independencia de su escolaridad, edad, interés, religión, etc., desde el momento que se lanza, se arriesga a una cosa: la réplica. La réplica es una técnica argumentativa que pretende completar, aclarar, afirmar o negar (entre otras intenciones), y que dependiendo la magnitud de lo tratado, debe aspirar a ser consistente y prudente (habrá temas “dignos” de réplica, habrá otros que no, determinar eso es “prudencia”). El caso aquí tratado era un posicionamiento académico a una serie de posicionamientos generalizados que de no aclararlos públicamente, se dejaba que la opinión prejuiciada cunda como veneno en la sociedad, sobre todo en sectores que desgraciadamente no han accedido a lo medios críticos que concede la ciencia, y termina reproduciendo el prejuicio porque o lo repiten muchas personas, o porque está expresado en un lenguaje “amenazante”.

Toda discusión seria, requiere réplica, más si es sobre cuestiones que repercuten de manera importante entre la población. Muchos errores que cunden entre la denominada “opinión pública”, viene en que ese conglomerado amorfo se arriesga a hablar sobre temas en los que no se encuentra muy versado. El propio término de “opinión pública” hoy día, con el desarrollo de los medios de comunicación y donde las opiniones se emiten como margaritas en el campo, lo han trivializado. La ilustración generó un sector interesado y formado por los asuntos políticos o científicos. Las revistas, los periódicos, los libros… llegaron a más personas que en tiempos pasados, y cultivaron su opinión sobre variedad de cosas. Pocos eran los que escribían en esos medios masivos, no existían páginas electrónicas chatarra,  escritas en un lenguaje coloquial y carente de seriedad. Cuando Kant elogia a la opinión pública y la refiere como la característica de la “ilustración”, no está pensado en una horda desinformada que emite información estúpida de todo… y esto nos lleva al segundo punto.

“No usar lenguaje educado”, esto es que hay que hablarle a esa masa desinformada (porque si en verdad se encuentra informada, parece que se puede utilizar un lenguaje más “elevado”) en términos “sencillos” para así no aparecer como un “mamón pretencioso”. Cuando observamos lo mugroso de este par de palabrejas vulgares –contestando a un académico que siempre fue respetuoso-, su inmundicia reluce. Esta persona exige que se abarate el discurso para complacer a la misma masa obtusa que no gusta de diferenciaciones meritocráticas (la educación y sus mieles son, en todo momento, un mérito de quién las adquiere, no reconocer el mérito implica un caso de injusticia que no hace bien a nadie). Cuando se pierden los referentes de la excelencia –pareciera que excelente es hablarle en términos bajos a un montón de gente indispuesta a renunciar a sus prejuicios-, todo se vulgariza y arribamos al reino de la barbarie. Las sociedad muestra su desarrollo por la calidad de vida de sus habitantes, y la calidad de vida no es referencia exclusiva de cuestiones materiales, es –y ante todo- de calidad intelectual. Tener una sociedad crítica gracias a su formación, fortalece a los sistemas políticos, fortalece a la ciencia, eleva en dignidad la esencia de lo humano.

El desarrollo de la calidad de los humanos implica dos cosas básicas: “civilidad” y “cultura”. No son lo mismo. La civilidad es expresión material de cualidades  intelectuales. Es forma: el saludo, la sonrisa, el abrazo, el no hablar a gritos, los modales, la elegancia de la expresión escrita, etc. La cultura es fondo: la calidad del pensamiento, el acervo de experiencias y su calidad, la ética (diría Kant), que no se ven en sí mismas, pero requieren expresión. El lenguaje es al mismo tiempo forma y fondo. Requiere de ser expresado, pues el lenguaje se presenta en el mundo material, y a través de él se emite, entre otras cosas, el pensamiento. Sin lenguaje el pensamiento nunca se emite y muere en la interioridad de la persona.

La sociedad donde sus habitantes gozan de una mejor calidad de vida, son sociedades que se expresan mejor y así, entre varios beneficios, pueden constituirse en el mejor baluarte de la integridad de sus leyes y su gobierno. Un pueblo incapaz de brindar esos elementos, siempre será presa fácil de la demagogia (que es la enfermedad de la comunidad política), y jamás valorará los portentosos elementos del conocimiento, sino todo lo contrario, buscará coaccionarlos y evitar que cualquier representante de lo mejor del conocimiento humano, desaparezca, porque estos seres limitados detestan las distinciones meritocráticas. Ninguna sociedad puede ser sana con una horda de ignorantes gobernando despóticamente sobre las opiniones, siendo guardianes de la pureza de sus más infames prejuicios. El gran miedo del pensamiento occidental que fundaron los padres del liberalismo, y con ellos, de la democracia, fue algo que llamaron en el siglo XIX “tiranía de las masas”.

La calidad de “pensamiento” de un sector carente de lenguaje, es evidente: no es “opinión pública”, es masa tiránica, es vulgo, es conglomerado infame, es amenaza a la libertad pues cuando gobierna la masa, dirá Tocqueville, tenemos millones y millones de tiranos defendiendo sus ciénagas y destruyendo a los que no piensan como ella. Hoy saturan los medios electrónicos, agreden, insultan, menosprecian, se burlan… se manifiesta la caja de Pandora abierta con toda la insolencia y altanería que invade a los tiranos que se saben impunes. Nadie puede contestar a un conglomerado infame lo suficiente, porque es como cortar la cabeza de la Hidra, y en segundos más y más cabezas saldrán a apoyarse.

En medio de semejante caos, la contestación civilizada y culta es como un oasis en el desierto. La forma y el fondo componen al precioso lenguaje y los frutos de lo mejor de la humanidad aparece, valientemente, como un Herácles luchando con valentía contra los prodigios que Hera le envía. La única fuerza de nuestros héroes que son dignos de denominarse “opinión pública” son sus palabras. El lenguaje en medio de tanta barbarie que se parapeta en “toda opinión en respetable” y “no uses esa clase de lenguaje educado”, ofrece hoy en medio de la sociedad de masas envalentonadas, una magnificencia tal que lo muestra más hermoso, y por ende, extraño. Y sí, hace “superior” a quien lo maneja por el fin supremo de la dignidad humana pésele a quien le pese.