Conocí a Manuel Camacho Solís un día en que él salía de la casa de Luis Donaldo Colosio. ¿Ocurrió en 1992? ¿En 1993? No lo sé. Ellos se habían reunido en aquel domicilio no recuerdo para qué. Yo llegué porque había quedado de pasar por Luis Donaldo para ir a comer juntos. El sonorense me presentó a Camacho, que fue amable conmigo y nada más.

La segunda vez que vi a Camacho él me buscó. Yo había publicado en El Norte que Luis Donaldo no iba a ser candidato del PRI a la Presidencia. En aquel artículo, de agosto de 1993 ?esto sí lo recuerdo muy bien?, daba a entender que Colosio aseguraba que Camacho iba a ser el candidato. El entonces regente del Distrito Federal me invitó a su oficina para que yo le confirmara que ese era realmente el pensamiento de Donaldo.

Me reuní con Camacho en una oficina que tenía cerca del hospital ABC. No nos entendimos. Se molestó cuando le dije que lo veía obsesionado por el poder. Recuerdo a la perfección que afirmó varias veces que era inevitable que él fuera presidente de México. No lo fue.

La tercera vez que vi a Camacho fue durante el funeral de Colosio. Yo había estado en Lomas Taurinas, Tijuana, donde ocurrió el asesinato. Llegué al DF en el avión presidencial que transportaba el cadáver. Al aterrizar en la capital, mientras Carlos Salinas y Ernesto Zedillo recibían a Diana Laura Riojas, decidí que no podía soportar eso y no acepté subirme a los vehículos que el gobierno tenía ahí para conducirnos a los acompañantes de Colosio al lugar en el que se iban a celebrar las exequias. Abandoné el hangar presidencial caminando con los doctores de Donaldo y Diana Laura, Guillermo Castorena y Misael Uribe. No deseaba participar en nada relacionado con aquel show montado por Los Pinos. Pero después alguien me convenció de que debía estar presente, aunque fuera unos minutos.

Llegué a la sede nacional del PRI donde estaba el cuerpo de Luis Donaldo exactamente al mismo tiempo que Camacho. Entramos juntos sin dirigirnos la palabra. De inmediato, a él lo abordó el secretario particular de Colosio, Alfonso Durazo. Este le dijo: ?Licenciado Camacho, le suplico que se retire. La señora Diana Laura me pide le diga que usted no es bien recibido aquí?.

Tres años después, cuando acababa de nacer la revista Milenio que yo dirigía, Camacho me buscó. Él trabajaba tratando de construir un nuevo partido político. Me invitó a su oficina de la Colonia del Valle del Distrito Federal. Acepté verlo. Me dijo que solo quería hacerme una pregunta: ?¿Verdad que Diana Laura no murió odiándome??. Le respondí: ?Imposible saberlo, pero desde el asesinato de Luis Donaldo todas las veces que yo hablé con ella, la señora te despreciaba?.

Para muchas personas cercanas a Colosio no había ninguna duda: fueron Manuel Camacho y Carlos Salinas, dos políticos muy perversos que eran amigos y después se pelearon, los culpables del clima político de gran irritación que creó las condiciones para el asesinato del sonorense.

Volví a ver a Camacho en los tiempos del desafuero de Andrés Manuel López Obrador. Me llamó a mis oficinas en la redacción de Milenio y me invitó a comer. Me dijo que le pidiera a mi amigo Javier Moreno Valle, entonces director del Canal 40, que este nos reuniera a ambos con Manlio Fabio Beltrones. En opinión de Camacho, Moreno Valle influía bastante en Beltrones. De lo que se trataba era de que Camacho le pidiera a Beltrones no proceder de inmediato al desafuero de Andrés Manuel. El dueño del Canal 40 nos juntó en su casa. Fue una plática muy complicada, ya que Manlio se divirtió molestando a Camacho todo el tiempo.

Al final, Manlio Beltrones se comprometió a que el proceso del desafuero iba a durar un largo año, de tal forma de que AMLO tuviera tiempo de defenderse. Yo no conocía tan bien a López Obrador en aquel momento. Después, cuando me hice amigo del líder tabasqueño hablamos de esa reunión. Supe que Andrés no la pidió y que hasta le molestó. Lo que sea, creo que Camacho hizo lo correcto ya que El Peje pudo operar una defensa política que lo hizo enormemente popular.

Un año después de eso dejé la dirección de Milenio y Andrés Manuel me invitó a su equipo de campaña para las presidenciales de 2006. Recuerdo que lo hizo en la casa del abogado Javier Quijano, sí, el que hoy defiende a Carmen Aristegui. Acepté porque no tenía trabajo y era un reto interesante, aunque me preocupaba el hecho de que no soy político y no sabía si me iba a poder llevar bien con mis compañeros de aventuras, entre ellos Manuel Camacho.

Andrés Manuel me garantizó que Camacho no me iba a dar lata, que ya había hablado con él. Le agradecí el gesto, pero le dije a López Obrador que yo no podía garantizarle lo mismo, es decir, que si no me aguantaba las ganas me iba a pelear con ese político que tanto daño le hizo a Colosio. Y así ocurrió, varias veces en reuniones del equipo de AMLO fui majadero con Camacho. Siempre me dio gusto molestarlo.

La última vez que lo vi ocurrió antes de la celebración de los 20 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio. Fue esa, también, la primera ocasión en que tuvimos una larga, buena, hasta cordial conversación. Hablamos de todo durante varias horas. Sentí que hasta podíamos ser amigos, y se lo dije. Él me dijo lo mismo. Un año y medio después entiendo que no será posible.

Acaba de fallecer Manuel Camacho. Lamento muchísimo su muerte. Si Diana Laura hubiera tenido más vida, tarde o temprano lo habría perdonado. No era un mal hombre, era simplemente un político enfermo de poder, como todos. Pero a diferencia de la mayoría, Camacho ha dejado una huella histórica. Descanse en paz.