La pandemia del covid-19 ha incrementado la brecha de desigualdad y vulnerabilidad de los sectores más pobres, también ha afectado el acceso a la salud y ha debilitado la cohesión social; es claro que mata parejo a todos, pero niega la oportunidad a los que menos tienen. Tal y como le pasó a don Jaime.
Cuando uno piensa en un señor de 80 años, de manera inmediata se imagina un anciano, con dificultad para caminar, con poco pelo, con arrugas e incluso con pérdida de muchas facultades. Pero ese no era el caso de don Jaime. Él era un señor fuerte, erguido, con una apariencia y vitalidad envidiable; no reflejaba el paso de los años. Vivía con su esposa y su hijo, quien se hacía cargo de ellos. Don Jaime hacía trabajos de carpintería, aunque los clientes eran cada vez más escasos, pero no dejaba de estar activo. Eran una familia humilde y trabajadora, que lo poco que tenía era resultado del esfuerzo.
Una mañana le avisaron que su madre había muerto; noticia dolorosa, cierto, pero no sorpresiva si tomamos en cuenta que su madre, doña Josefa, en el mes de mayo había cumplido 100 años; ya era su tiempo. Doña Josefa había muerto de “neumonía”, o por lo menos eso había dicho el médico que atendía la pequeña clínica de su localidad.
Sin pensarlo siquiera y de manera instintiva, don Jaime le pidió a su hijo que lo llevara a despedirse del cuerpo de su madre. Después de poco más de dos horas de camino, llegaron al pueblo; una pequeña localidad en el estado de Hidalgo, en la cual habitan no más de 1500 personas.
Don Jaime veló a su madre, en su pequeña vivienda de adobe y lámina, en la cual se congregaron aproximadamente 60 personas que fueron a despedir a doña Josefa, incluyendo hijos, nietos, sobrinos, vecinos, amigos y algún curioso que quiso pasar por ahí. En el lugar no había sana distancia, ni el uso de cubrebocas, ni caretas; sólo el dolor de las personas que habían conocido a doña Josefa. El cuerpo fue besado, abrazado y acariciado por todos los presentes en señal de despedida.
Al regresar a la Ciudad de México don Jaime comenzó con algunos síntomas que parecían gripa; un poco de dolor de cabeza, debilidad, ardor de garganta, pero nada que preocupara; él era un hombre fuerte y había tenido esas molestias en miles de ocasiones. Pasaron dos días y la tos comenzó a ser cada vez más fuerte, más intensa y la temperatura se incrementó. Pensó que era una fuerte gripa. Y claro que convenía pensar y tener la esperanza de que sólo fuera eso, una fuerte gripa.
Al cuarto día su hijo comenzó a preocuparse porque no había mejora, y por recomendación de un vecino decidieron llevarlo a hacerse la prueba del covid-19. Ahora la interrogante era ¿dónde se la podían hacer? El plazo de 72 horas para la entrega de los resultados por parte del sector salud era muy largo para un tema médico, pero los precios de los hospitales y laboratorios privados, que entregan la prueba en 24 horas, para una familia con bajos ingresos era de muy difícil acceso. Su hijo gana doce mil pesos mensuales como chofer; dos mil cuatrocientos pesos (la prueba más barata en el mercado que entrega resultados en 24 horas, precio aproximado) es el 20% de su salario; si se toma en cuenta que debe pagar la renta, la luz, el agua, el gas y alimentos, el precio de la prueba es un lujo que no se podía dar. Así que, decidió ir al sector salud y después de hacer una fila de 20 minutos al rayo del sol, finalmente como si le intentaran raspar el cerebro a Don Jaime, le hicieron la prueba de covid.
La salud de don Jaime se deterioraba a medida que se acercaba la entrega del resultado de la prueba. Pasó el quinto y el sexto día (48 horas después de realizada la prueba) y la tos de don Jaime cada vez se oía más fuerte; el corazón de su esposa y su hijo se estremecía cada vez que lo oían respirar. Un primo que había estudiado 3 años de enfermería les sugirió que compraran un oxímetro de pulso para medir la oxigenación de don Jaime y sin saber bien qué era ese aparato y sin pensarlo, tomaron parte del dinero de la renta para comprarlo.
Cuando se lo colocaron a don Jaime vieron que su oxigenación ya estaba por debajo del 90%; 85 era el porcentaje que marcaba el aparato y según lo que habían entendido, eso ya era grave. Hablaron de inmediato al 911 para conocer los hospitales con espacio disponible y lo llevaron con la esperanza de que lo recibieran, pero no fue así. Hasta la fecha, el hijo y la esposa de don Jaime no saben por qué no los recibieron; pero le negaron la entrada. El personal de admisiones dijo de manera contradictoria que estaba lleno el hospital; que don Jaime ya tenía más de 80 años y que no lo podían recibir; que no estaba tan grave; que en su casa se podía recuperar. Así que le dieron una buena receta de medicamentos y lo mandaron de regreso a su casa.
El poco dinero con el que contaban ya no tenía la etiqueta mensual; llegar a fin de mes era ya lo de menos, lo importante era que don Jaime se recuperara. Rentaron de inmediato un tanque de oxígeno para que pudiera respirar y así pasaron los días; sus familiares esperando la recuperación y el virus llevando al sistema de don Jaime hasta el fin.
Seis días pasaron y en la madrugada don Jaime ya no podía respirar y se desvaneció. Ahora sí lo recibieron en el hospital; inhumano hubiera sido que no le dieran entrada. De inmediato lo intubaron y a las 7 horas de haberlo ingresado le hablaron a su hijo para darle la temida noticia, de que ya había fallecido. Así de rápido, sin que se pudiera hacer nada, el cuerpo de don Jaime no aguantó y se fue.
El dolor de la pérdida de un ser querido no es suficiente para el hijo y la esposa de don Jaime, se combina con los problemas mundanos del efectivo. Ya el dinero no alcanzaba para nada, así que a pedir prestado para los gastos de cremación.
Hoy el hijo de don Jaime permanece en su casa porque también dio positivo al Covid-19 y su madre, está internada en un hospital, gracias a la insistencia de su hijo, quien no estaba dispuesto a perder a más familiares ante este terrible virus y había entendido de la manera más cruel y dolorosa que en casa, su madre ya también mayor, no tenía posibilidad de recuperarse, necesitaba cuidado profesional.
Esta se suma a tantas historias narradas y a tantas historias de las cuales nadie ha escrito. Es un homenaje a don Jaime y a las miles de personas que como él no pudieron recibir la atención que se merecían. Que murieron sin tener acceso al sistema de salud. Probablemente si lo hubieran recibido en su primera visita al hospital también hubiera muerto, o no; si hubiera tenido la oportunidad de ser atendido por expertos probablemente, la hubiera librado. Pero bueno, el hubiera no existe, aunque esa duda acompañará al dolor y perseguirá a la familia de don Jaime por mucho tiempo.