Puedo imaginar a los primeros sacerdotes cristianos, congregados en el Concilio de Nicea (año 325), estableciendo la organización de su iglesia, el derecho canónico y los contenidos de la Fe, cuando un prelado levantó la mano y preguntó: “¿Cómo celebraremos el nacimiento de Jesús?”

Se hicieron las siguientes propuestas: Carreras de burritos para rememorar el viaje de María y José (huyendo de Herodes), un prestidigitador que saque panes de un sombrero (recordando los milagros del Mesías) y una cena con pan y vino (para recordar la última cena).

La discusión de alargó hasta el Concilio de Trento (1545), durante el cual (por motivos que solo el Todopoderoso conoce), las carreras de burritos se convirtieron en la colocación de un pino con esferas dentro del hogar, el prestidigitador en un gordo de la tercera edad vestido de rojo, y la cena con pan y vino, se trasmutó en una cena con pavo, romeritos, bacalao y sidra.

Los sacerdotes pensaban que, por tratarse del fin de año, las comunidades deberían celebrar no solo el nacimiento de Jesús, sino a todos los que participaron en tan relevante ceremonia, dedicándole un día a cada personaje del nacimiento: La Virgen María, San José, Melchor, Gaspar, Baltazar, San Miguel, el burrito sabanero, la mula, el buey, los pastores, Lucifer, los árabes, los patos, etc.

Se entusiasmaron tanto que empezaron a agregar personajes: San Juan Bautista, los doce apóstoles, María Magdalena, Dimas, Gestas, Barrabás, los mercaderes del Templo, los romanos, Simón de Cirene (quien le ayudó a Jesús a cargar la cruz y nadie recuerda), etc.

Fueron 561 personajes (rebasando los 365 días del año), de modo que el Papa Paulo III puso el orden: “Solo habrá una fiesta de Navidad. Lo más que puedo garantizar, para que los protestantes dejen de protestar, es la prolongación de las vacaciones hasta que pase el año nuevo; después, todo mundo a ganarse el pan con sudor de su frente”.

Esto no le hizo gracia a nadie (ni siquiera a los musulmanes, judíos, budistas, taoístas, krishnas, agnósticos y ateos), pues a todo mundo le gusta el cotorreo.

Juan Diego (al que la Virgen de Guadalupe le hizo el milagro de volar en primera clase hasta Trento), dijo: “Les propongo la celebración del Maratón Guadalupe-Reyes”.

Los obispos quedaron boquiabiertos. El indígena aclaró: “Hace 15 años se me apareció la Virgen de Guadalupe un 12 de diciembre, en el Cerro del Tepeyac, y mis paisanos la celebran con desbordante alegría. Sugiero que esa fecha comiencen las preposadas, como una especie de precopeo, para que luego vengan las posadas, la Navidad y así, las celebraciones se extiendan hasta el 6 de enero, con el día de los Reyes Magos”.

Un monaguillo perspicaz, comentó: “Pero, ¿por qué celebrar a los Reyes Magos en Enero, si llegaron a tiempo al nacimiento de Jesús?”

“¡Porqué son magos, pendejo!”, replicó Juan Diego.

“¡Claro, pendejo!”, apoyó Galilelo Galilei, “¡Como Magos tienen poderes sobre el espacio-tiempo!”

Nadie entendió el razonamiento, pero todos acataron el dogma. Así fue como se estableció la partida de rosca para finalizar el dichoso Maratón (al que el travieso monaguillo introdujo un muñeco de niño Dios, para prolongar el cotorreo hasta los tamales del 2 de la Candelaria, como preámbulo al festejo de San Valentín y seguir con la pagana celebración del Día del Compadre).