Vivir de la muerte no es algo necesariamente malo, ni denigrante, incluso, puede ser una actividad honrada, tanto en servicios funerarios como legales. Algunas personas se alegran cuando alguien “entrega el equipo”, lo mismo quienes elaboran hermosas coronas de flores, que los coleccionistas de arte (pues una obra vale tanto, pero si la persona fallece ¡vale el doble!)

También se alegran algunos periodistas, y no solo los de nota roja. Después de un mes publicando noticias sobre el Tren Maya, una buena muerte es como un banco de peces súbitamente aparecido en las costas de un pueblo pesquero.

El periodista amarillista es tan desprestigiado como el fotógrafo Paparazzi, pero al final de cuentas, el mismo público que los desprecia, agradece su trabajo.

Mucha gente busca información sobre las celebridades muertas, así que no hay nada de inmoral en buscar datos escandalosos, que no valdrían lo mismo si la persona estuviera viva. “Fulano de Tal se robaba las macetas de sus vecinos” es una buena noticia, pero la misma información de Fulano de Tal ya muerto, retratado dentro de su ataúd, junto a la foto de unas macetas, es una maravilla.

No le puedes decir a un buitre que ser carroñero está mal, cuando, por naturaleza, está a dieta de carnes frías. Si se puede aprovechar la carne de un muerto está bien, ya está muerto, es biodegradable; lo que no está bien es la necrofilia, porque al finado te lo estás refinando contra su voluntad.

Politizar un cadáver, es como sacarlo de su tumba, pintarle bigotes de gato, ponerle una playera del América, tomar su mano y hacerlo votar por México Libre. Una absoluta falta de respeto a su memoria y violación a su voluntad.

La diferencia entre un restaurante que imprime consejos para prevenir el Coronavirus en su menú, y un impopular ex candidato a la presidencia de la República que súbitamente ofrece su “solidaridad con las víctimas del Coronavirus”, es que al primero se aprovecha del Coronavirus con elegancia (y hasta consigue más clientes, por políticamente correcto), mientras el segundo se aprovecha en mala onda.

Es como si en una marcha contra los feminicidios, Ricardo Anaya apareciera súbitamente travestido en el templete, diciendo que acaba de operarse un cambio de sexo porque “ya no puede seguir perteneciendo al género opresor”, que ahora se llama Ricaela Anayela y que puedes apoyar su candidatura como la primera presidenta de México. Qué coincidencia: su cambio de sexo con la marcha feminista. ¿Será que se está promoviendo?

No le puedes decir a un buitre que ser carroñero está mal, se coló al funeral de todas las víctimas del Coronavirus, sin conocer a nadie y sin que nadie lo conozca, para entregar su tarjeta personal: “Resuelvo su problema. Ricardo Anaya, no olvide mi nombre”, ignorando que colarse a un velorio con todo y fotógrafo, viola todos los protocolos de lo sagrado.

Es como aquel otro panista, ex alcalde de Tequisquiapan, Querétaro, que se casó con la viuda de su hijo, a los dos años de haber fallecido. ¿Qué les pasa a los panistas? Por eso nos castiga Dios con Coronavirus y Tsunamis y reggaetón.