Ante las pérdidas del sector emborrachador (por las restricciones de la pandemia), José Antonio Peña Marino, titular de la Agencia Digital de Innovación Pública (ADIP), propuso a los antros sacar sus mesas a la banqueta y proporcionar sus servicios al aire libre, pues advirtió que chupar no es realmente un problema grave, sino la convivencia de grupos numerosos en espacios cerrados, con poca ventilación, ya que despachar alimentos y bebidas en espacios abiertos ha propiciado un considerable descenso en hospitalizaciones.

La jefa de gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum, propuso a su vez implementar el programa “Reabre”, que les permite a los bares reabrir como restaurantes en “Semáforo Rojo” (¡buenísima idea! Entonces que los huachicoleros abran su negocio como “tlapalerías” y se acabó ese delito).

Aunque la medida parece razonable, fue rechazada por Helking Águilar Cárdenas, presidente de la Asociación Mexicana de Bares, Discotecas y Centros Nocturnos (AMBADIC), quien considera que la reactivación de actividades al exterior quizás beneficie a las cantinas, pero no a los bares y discotecas, rechazando el ofrecimiento.

Imaginemos que los bares y antros de la CDMX operan al aire libre; con borrachos en la calle sería como Londres, ciudad donde yo he visto (con estos ojos que se han de comer los gusanos) a gente bebiendo en sus autobuses de dos pisos (pero en la planta baja, para evitar accidentes), ¡desde las 12 del día!

Cuando visité Londres, yo venía de una gira por Turquía, Siria y Jordania, países donde no encuentras alcohol ni en las farmacias, por lo que casi me da un patatús cuando cayó sobre mí un británico trastabillante, cargando un six de chelas en la mano.

Los irlandeses están peor (creo que ahí tiene grupos de Sobrios Anónimos, para curar su abstención). Es una cultura distinta, donde los bebés conocen el wiski antes que la leche, pero los mexicanos son otra cosa; los propietarios de antros son conscientes de lo temerario que sería tener borrachos extramuros; para empezar, nadie pagaría la cuenta (si hacen tacos corridos, cuantimás con los tragos). Aunque correrían torpemente y se caerían al piso, perseguirlos sería desgastante, y en lo que se corretean a unos, se pelarían otros.

A veces he fantaseado que tengo un restaurante como negocio, y me pregunto si sería bueno tener una licencia para vender alcohol; por un lado, la gente que bebe, consume más “chupe” de lo que pensaba y paga mucho (soy alcohólico, así que sé de qué hablo); más, por otro lado, conforme la clientela consume el líquido embrutecedor, su conducta se va volviendo cada vez más salvaje, entre chillidos, canciones y madrazos, se vuelven impertinentes y hasta pueden romper cosas del negocio, y no puedes acudir a los “sacaborrachos” porque el negocio está en la calle, ¿a dónde los sacas? Solo que sea al revés: los metas dentro del local y los encierres hasta que se calmen, como si fuera un “torito”.

Ahora bien, parte del encanto de un antro, es que los pecados son privados, con una luz muy tenue y un ruidero que alborota los sentidos. Entre penumbras, la gente se seduce, hasta que ven a su ligue tal cual es y pegan un grito de terror. Además, algunos antros sacan provecho de la inferioridad psicológica de la clientela beoda: les ponen éter a los hielos y su personal roba bolsos. Eso no funcionaría a la luz de los faroles.

Por otro lado, me causa risa y sorpresa el programa “Reabre”. Yo, como alcohólico, sé que la venta fuerte de alcohol es de madrugada (incluso conocía taquerías abiertas toda la noche, donde vendían alcohol más fuerte que la cerveza). Le llamen “antro”, “restaurante” o “vulcanizadora”, lo que los negocios quieren es abrir de noche, dentro de los límites de su local.

Yo aconsejaría a los antros tomar la palabra y sacar sus mesas a la calle; es mejor que nada. Es como un marihuano que no tiene “mota” pero tiene cáscaras de plátano para secar y fumar. No es lo mismo, pero algo es algo.

Yo, como ya no chupo, me confirmo con que no me corten el cable.