La frase que titula esta opinión, nadie me la dijo, ni pertenece a algún personaje célebre; es una invención que a mi juicio refleja el miedo y la desconfianza con los que piensa la gente en torno a los asuntos públicos. Y se trata de una oración ambigua porque contiene un doble significado que irradia dos dimensiones de un mismo problema: la incertidumbre.

“Miedo” y “desconfianza” son palabras análogas. La primera denota una actitud hacia fuera, es decir, “el miedo se puede ver”. En cambio, la desconfianza, es una actitud hacia dentro, que se esconde tras una máscara de seguridad. Ambas pueden englobarse en la “incertidumbre”. No estoy descubriendo algo que nadie ha visto o imaginado; si se quiere, estoy jugando con palabras. Pero preferiría reconocer que estoy construyendo un escenario que simplifique la realidad.

En 1873, Friedrich Nietzsche, escribió: “En algún punto perdido del universo, cuyo resplandor se extiende a innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que unos animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue aquél el instante más mentiroso y arrogante de la historia”. Nietzsche se refería a que lo que conocemos es una invención nuestra, construida para nuestros propios fines.

Si tenemos el poder de construir entonces tenemos el poder de cambiar.

Llevamos muchos años viviendo bajo el manto de la incertidumbre, un velo de “seguridad” nos hace desconfiar “del otro” y muchos episodios aislados nos hacen sentir “miedo”.

Sin embargo, todas estas son palabras que al pronunciarlas han creado esta realidad. ¿Nos hemos detenido a pensar si es necesario desconfiar? ¿Nos hemos preguntado si el miedo es real? ¿No será que aquello que nos da miedo y aquel de quien desconfiamos apareció después de que sintiéramos estas “palabras”? ¿No será que nos hemos estado mintiendo y que hemos estado esperando a ver quién es ese en quien hay que desconfiar y temer para finalmente alzar la mano y gritar “¡lo ven!” “¡se los dije!”?

Cambiar el mundo no es tan difícil, lo difícil es cambiar nuestra forma de pensar.

“Soy pobre…pero eso nadie me lo quita” es la frase que me viene a la mente cuando una persona renuncia a enfrentar el mundo desigual y violento en el que vivimos, es la frase que refleja una mentira, pero también es la conclusión lógica de la experiencia humana.

Es una mentira porque guarecerse en lo poco que tenemos no es tener certidumbre, es hacer más profundo el miedo y la desconfianza por los demás. Y he ahí que ya viene “el bueno por conocido” con su gran sonrisa, y allá, “los otros”, “los que son menos”, “los que siempre pierden”, con su rostro desfigurado, el rictus del perdedor.

Es una conclusión lógica porque cuando se ha confiado en “los otros”, “los que son menos”, “los que siempre pierden” ha resultado que eran actores con máscaras, listos para salir al escenario del teatro político.

Soy pobre… pero con esto estoy feliz y no arriesgo mi vida, ni mi patrimonio. Soy pobre… pero ya aprendí que todo depende de mí, que no vale la pena arriesgarme por los demás. Desconfianza y miedo. Así se acabó con la solidaridad.