Ya ha pasado bastante tiempo desde que se declaró la pandemia y observo que varios negocios (y algunos domicilios) tienen en la entrada un tapete negro que tienes qué pisar antes de ingresar (un ritual que no entiendo del todo, cómo persignarse cuando se pasa frente a una iglesia).

En las conferencias del Dr. Hugo López-Gatell, se le han hecho todo tipo de preguntas (incluyendo qué hacer en caso de caer un metorito); las más recurrentes, sobre la eficacia del cubrebocas, pero al parecer, nadie ha profundizado sobre la eficacia del tapete sanitizante, que todo mundo pisa por costumbre, sin saber a ciencia cierta cómo opera.

Pregunté en redes sociales:

“Disculpen mi falta de ignorancia, ¿cómo previene el coronavirus el tapetito de hule mojado en el piso?”

Con las respuestas, descubrí que había confusión al respecto; unos no tenían ni idea (como yo), otros me dieron sesudas explicaciones científicas, muchos me aclararon que era una prevención (para eliminar bichos dañinos pisados en la calle) y varios lo tomaron a cotorreo, brindándome graciosas respuestas:

Pablo Mondragón:

“Los virus no entran caminando debajo de la puerta por el color negro del tapete. Para ellos es de mala suerte”.

Jess Canzian:

“No sé, pero ya van como cinco veces que por limpiarme me resbalo y es más probable que me muera por algún golpe de cabeza la próxima vez”.

J. Eliud Martínez Pérez:

“Supongo que tiene la misma función que el agua bendita”.

Karina Lovk:

“Porque al pisarlo fuerte salpicas y manchas tu ropa de cloro y en automático llevas puesto el desinfectante que hace juego con el gel antibacterial”.

Francisco Pérez:

“Al coronavirus no le gusta bañarse (por eso lo de la lavada de manos), entonces al ver que el tapete tiene líquido, piensa que es un baño y en chinga se baja de la suela de los zapatos, librando así tu piso de tan letal virus”.

Hugo Arquímedes:

“Es para que los zapatos no se enfermen, envirulados tosen refeo”.

Moisés Iglesias Kühn:

“Jugando con el lenguaje, el coronavirus no lo puede prevenir, pues no tiene conciencia de sí, así que no sabe que el tapetito está ahí, y muere”.

Recordé que mi vecina de enfrente, una vez dejó un par de zapatos afuera de su departamento (en muy buen estado), y, pensando que eran para que se los llevara el que recoge la basura, casi me los llevó (cometiendo dos atrocidades: 1. robar, y 2. ingresar a mi casa microorganismos potencialmente mortales).

También me hicieron pensar que, mi costumbre de levantar la comida que se me cae al piso y comérmela, era más peligrosa de lo que pensaba (pues yo creía que al ingerir de vez en cuando tacos de suadero de cinco por 20 pesos, había generado anticuerpos que me hacían resistente a cualquier invasión de microbios).

Me informaron que el tapete sí previene la intromisión de gérmenes pisados en la calle, y se debe preparar en un recipiente de un litro por cada 10 milímetros de hipoclorito de sodio (oséase, cloro).

El costo del tapete varía entre los 200 y 500 pesos, de modo que (lo mismo que el Lysol), escapa del presupuesto de quienes fuimos afectados económicamente por la pandemia, optando por seguir las recomendaciones básicas del Dr. Gatell: Lavarse las manos por 20 segundos, evitar tocarse el rostro y sanitizar con alcohol los objetos que hayan ingresado al hogar.

A mi entender, no tiene caso pisar el tapete antes de ingresar a un supermercado, pues al salir de allí, volverás a pisar porquerías camino a tu casa. Si lo vas a usar, lo mejor es tenerlo en la puerta de tu hogar (como los tapetes que dicen “Bienvenido”), y si no tienes para comprarlo, substituirlo por una bandeja con cloro.

En mi opinión, lo mejor vivir como siempre, sin el dichoso tapetito, pues su uso puede ser más supersticioso que otra cosa, y si te haces a la idea de que su ausencia atraerá gérmenes, quizás te enfermes por la vía hipocondriaca.