En la semana hacía mofa de un asunto relacionado con la hoy extinta CONASUPO. Lo publiqué en redes y me di cuenta que ese organismo descentralizado ha tenido que ver en la vida de muchos contemporáneos en formas que no nos imaginábamos. O por lo menos no recordaba.

El tema surgió porque al estar en busca de un lugar donde hubiera barbacoa, pancita, champurrado y espacio para pasear perros, todo al mismo tiempo,  andaba yo circulando de mañana por la carretera Picacho-Ajusco, cuando apareció ante mi vista, así, nada más, una CONASUPO, con logo, colores institucionales clásicos y todo. Fue tal mi sorpresa que hasta creí muy espantado que había atropellado a un pobre semoviente en mi distracción, hasta que me aclararon que el mío fue como su décimo atropellamiento de la mañana, ya que era un cadáver desde la noche anterior. Sin embargo, no pude aprovechar el momento de la aclaración para hacer una incursión en la otrora abarrotería popular del Estado -hoy una abarrotera popular medio pirata-, porque el atropellado iba a ser yo o mi propio can, el cual o ya venía mareado, o el infeliz destino de su congénere le revolvió el estómago y decidió vaciarlo en mi asiento trasero.

Digo que es medio pirata el estanquillo, porque el vivales que se pensaría se “robó la marca”, al parecer no se robó la denominación, que no es lo mismo. Lo sé, porque arribita del famoso acrónimo, venía algo que no es nada común en un letrero de pared: la denominación de la sociedad. “Compañía Nacional de Subsistencias Populares, S de RL de CV”.  Es decir, el tipo se apañó el nombre idéntico de la CONASUPO, que no tenía al final ningún “S de” nada, porque como ya dije, era un organismo público descentralizado, no una sociedad mercantil. Qué cara tan dura.

Mi teoría es que ese local siempre fue una tienda CONASUPO, y cuando ésta se liquidó en el 99, el que adquirió el establecimiento quiso seguir en el giro y ahorrarse el “branding”, que el Estado ya le había hecho muy bien desde los 60s. Y como el nombre seguro no estaba registrado como sociedad porque, bueno, dudo que ahorita alguien tenga registrado un Instituto Mexicano del Seguro Social, S.A. de C.V., -y si sí, pues él es un visionario y quien se lo permitió es, de menos, un servidor público kamikaze- pues seguro no tuvo problema. Un vivales en todo sentido, pues.

Más allá de las discusiones del logo, la marca y demás, vi que la foto que mostré revivió fantasmas del pasado. Unos sacaron a relucir los clásicos reales o presuntos delitos que en ella se cometieron, y sus supuestos comisores. Otros tuvimos además  buenos recuerdos…o bueno, digamos que de naturaleza mixta, porque bien a bien la CONASUPO no podía generar recuerdos lindos a nadie más que, en su caso, a los que se dice que se enriquecieron a su costa.

Quienes la conocieron lo saben: se vendían ahí los “mismos” productos de la canasta básica, pero en su versión nacional y de tercera calidad. Y cuando digo nacional, no solo digo mexicano, digo estatal, porque eran en su mayoría productos elaborados por nuestro entonces obsesivo  Estado metido en la producción de bienes. Muy de su época, digamos.

Eso hacía que comprar ahí, aunque muy barato para ciertos sectores -como la clase media recién ascendida o venida a menos, pero más o menos accesibles a la clase popular-, lo convertía en algo escabroso. Aunque no puedo negar que la relación calidad-precio era, pues, lo que se podía esperar de los productos de un gobierno que al mismo tiempo hacía jabones y chocolate en polvo, que expropiaba, prestaba servicios de energía y todo lo demás que hoy todavía hace.  Digamos que es lo que vemos hoy en los medicamentos genéricos, pero hecho por el gobierno y extendido a los bienes básicos de consumo.

¿Entonces qué pasaba? Pues que precisamente el chocolate en polvo sabía a jabón y el jabón en polvo dejaba la ropa de color chocolate.

Pero la experiencia de compra era peor, porque uno lograba ese mismo efecto, pero sin siquiera comprar esos productos. Es decir, usted podía acabar batido de jabón o de chocolate aunque fuera a comprar una jerga. Esto, claro, si tenía suerte y su producto era de los que estaban en anaqueles. Eso no siempre pasaba, ya que por algo que a la fecha no entiendo, habiendo anaqueles vacíos, al mismo tiempo había muchas cosas en el piso. Entonces uno se veía obligado a mover a patadas costales de 10 kilos de croquetas de perro agujerados para poder reptar y alcanzar las latas de sardinas del fondo -que eran las que no estaban golpeadas y por tanto, sin riesgo de morir envenenado: Pero en el caso que su producto “deseado” -enfatizo ese entrecomillado, porque generalmente no era deseo, era necesidad- estuviera en anaqueles, era muy probable que al jalarlo brotara y le salpicara cualquier cosa, cloro y amoniaco incluidos.

Pero digo que los recuerdos son mixtos porque aunque a las nuevas generaciones les resultaría monstruoso  esto -de hecho el México entero de hace 30 años les resultaría incomprensible-, algunos tienen su encanto. Por ejemplo, un gran amigo y hoy servidor público de alto nivel jerárquico, de responsabilidad y de compromiso, contó que su primer trabajo fue de “cerillito” en la CONASUPO de Tlatelolco. Si la vocación de servicio a México no le nació ahí, no imagino dónde más. Lo mismo sucede con quien argumenta que fue ahí donde la práctica de dar el cambio con chicles se volvió obligatoria; una costumbre en sentido jurídico, pues. Eso la hacía feliz a ella y a los niños de la época, aunque no tanto a los adultos, porque eso no siempre sucedía por no tener cambio, sino porque a veces en plenas crisis económicas ni moneda circulante había.

Y si no queda claro el papel de la CONASUPO como generador de costumbres y de recuerdos, y no solo de corrupción y desfalcos, termino con esto: hace relativamente poco, al despuntar el alba después de una noche larga de fiesta, alguien expresó en el camino de regreso que siempre había querido saber a dónde iban esas señoras que entre semana cargando una cubeta al amanecer. Se cuestionaba si eran para acarrear agua, pero no le hacía mucho sentido, porque la cubeta era solo una y muy pequeña para estos efectos, además de haber observado esto constantemente en muchas zonas de la ciudad donde estaba casi segura que no faltaba el agua corriente. Y eso, eso solo los sabemos unos cuantos privilegiados.

Esta práctica viene de la CONASUPO, y en específico de una de sus empresas subsidiarias que a la fecha todavía existe: Leche Industrializada CONASUPO, S.A. de C.V.”, o sea, LICONSA.

La idea de esta empresa, fundada mucho antes con otro nombre, fue proveer de leche de buena calidad a los sectores populares. Y por alguna razón, contrario a lo que sucedía con todo lo que se vendía en la CONASUPO, esta leche sí era de altísima calidad y prácticamente se regalaba. Funcionaba con un sistema de tarjeta que tenía que conseguirse acreditando pertenecer a un sector popular. Así es: solo en México y su disparatado clasismo, por un lado los niños cantaban “ya se supo, ya se supo, que te compran los calzones en la CONASUPO”, y por otro, tenías que acudir a acreditar tu pobreza para acceder al círculo con acceso a la mejor leche disponible en el país, lo que la convertía en una suerte de club privado, pero masivo y del sector popular al que la clase media que sabía de su existencia se moría por acceder. Un fenómeno rarísimo.

Mi abuela, al ver que en plenos años 80s se podía adquirir en la Ciudad de México una leche fresca que generaba nata -sí, nata real-, no sé qué hilos movió y a quién convenció de que la desgracia económica nos había alcanzado -lo cual era perfectamente factible para cualquiera en en esa década de inflación galopante- y consiguió la tarjeta sin que tuviéramos esa necesidad real. Y menos en esas cantidades. Porque como el gobierno de antaño, cuando se proponía hacer un programa con bienes subsidiados para ayudar a mantener el voto popular, no andaba de cuentachiles. Por eso, daba necesariamente 4 litros de leche por familia dos veces a la semana, ni más ni menos. Eso es lo que el cálculo determinaba que era suficiente para una familia mexicana. Mi abuela al principio solo iba un día, por suerte, porque yo era el único niño en una familia extendida  de 6 personas en la que no todas tomaban leche. Lo que sucedió es que siempre acababa regalándola a gente que la necesitaba realmente y por alguna razón no lograba acreditar su pobreza o no tenía la red de contactos ni la estima pública de la que ella gozaba. Así adquirió la costumbre de muchos mexicanos, de salir en la penumbra cargando cubetas de 4 litros que de hecho vendían ahí en precios módicos con todo y su tapa. Uno tenía que formarse y cuando tocaba su turno, se ponía frente a una llave y le descargaban ese oro blanco en cantidades que me parecían masivas. Y fue algo que le gustó para hábito, así que le dio después por tener más de una tarjeta e iba casi diario, solo para andar regalando leche a diestra y siniestra a quien se las veía negras cuando las crisis se agudizaban. Una forma de repopularizar un programa público popular que se había despopularizado, suene como suene.

Todo fue así hasta que la leche se empezó a empacar en bolsas en vez de llegar en pipas y en otras épocas a darse en polvo, pero que la gente siempre iba a recibir en la cubeta especial, que ya no era necesaria, pero era la  de costumbre. A la fecha esa actividad continúa y esa es la razón por la cual circula esa legión madrugadora por las calles de la ciudad, aún cuando se rumoró por muchos años que parte de esa leche fue importada de las cercanías de Chernobyl a la Unión Soviética o a su sucesora Comunidad de Estados Independientes o de Irlanda, que nada cerca queda, pero el caso es que la leche supuestamente era tan radiactiva que hasta brillaba en la oscuridad. Y todo, además, fraguado por el mismísimo “hermano incómodo” del Presidente Salinas. Pero ahí seguía y sigue la gente recibiendo su leche, de este organismo descentralizado reestructurado, y hasta donde entiendo, saneado, aun cuando su empresa madre pasó a mejor vida; ambas cosas, por fortuna.

Y bueno, yo a la fecha sigo recordando haber tomado la mejor leche de mi vida con el peor chocolate sabor a detergente “Foca” también de mi vida. Y a la fecha me siguen preguntando quienes jamás vivieron esa experiencia por qué no tengo tres ojos, super poderes…o cáncer.   

Envidiosos.

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