El tercer protagonista es José Antonio Meade, sin duda el hombre mejor preparado, con mayor experiencia administrativa, con destacada trayectoria profesional, con las mejores credenciales académicas, con visión global y del contexto internacional. Muy pocos con argumentos sólidos podrían escatimar esto, pero, Meade es candidato del partido que ha tenido centenas de oportunidades de gobernar, precandidato de un partido que en no pocas ocasiones ha sido sinónimo de fraude o corrupción. A Meade se le critica su omisión o silencio en los capítulos de la estafa maestra, de los desvíos en Chihuahua, de Veracruz, de la deuda pública, del gasolinazo y, por si faltara poco, de todo lo malo del gobierno en turno y de los anteriores.

Meade, que a decir de quienes lo conocen bien, sabe ser buen amigo, buen padre, buen esposo, buen jefe, el que sin tener negativos propios carga con la losa más pesada. Meade, el único ha sido más servidor público que político, con capacidad probada de construir acuerdos, conciliar agendas, diseñar políticas públicas, el único que privilegia más el sistema de instituciones fuertes para el estado mexicano en lugar del sistema presidencialista, ¡ah! pero Meade está con el PRI.

Meade que para llegar a ser presidente tiene virar en sentido contrario, asumir el liderazgo de la estrategia política y convencer a sus estrategas que la campaña debe ajustarse al candidato respetando su perfil y no que el candidato se ajuste a una campaña basada en el paradigma del pasado, la campaña debe ser definida pensando en los ciudadanos y no en Anaya o Andrés, debe ser diseñada para crecer él, no para mermar al oponente. Meade llegó por ser diferente, pues diferente tiene que ser.

El cuarto protagonista es el elector, en sus diferentes matices, un segmento de electores  representado por miles, quizá millones, de ciudadanos que hoy se baten en las redes sociales con la sensación de revancha, de acabar con todo, de votar por el cambio porque están cansados de lo mismo.

En los extremos están aquellos que en su precaria argumentación y ausencia de idea hacen uso del gentilicio ruso para identificarse con una causa, como si parecer ruso fuera mejor que ser mexicano o aquellos que al identificar a alguien con preferencias distintas a las suyas muestran su nivel de tolerancia adjetivándolos de tarado, corrupto o vendido.

También convergen en el momento millones de ciudadanos indiferentes, a quienes ya no les importa la política, los que emplean su tiempo en ganarse el pan de que cada día y se preocupan por evitar perderlo en el microbús, en el cajero automático. Los que se ocupan porque sus hijos puedan ir seguros a la escuela y adquieran el único legado familiar posible, el de la educación.

Finalmente, están los neo votantes indigestados con esta primera experiencia electoral, ellos, a quienes los políticos y estrategas electorales no entienden por su extraña estructura de pensamiento. Esos jóvenes electores que crecieron en la dinámica sistemática de descarga-prueba-error-sustituye, jóvenes que nacieron “triunfadores” bajo las comodidades de la modernidad tecnológica. 

Todos nosotros estamos sumergidos en una onerosa simulación preelectoral, en donde los partidos políticos hacen fiesta, trampas, abusan de todo y de todos; época donde las propuestas de gobierno son relegadas a segundo plano, donde no les importa diseccionar los retos que deparan a la sociedad en los próximos 50 años, donde los ciudadanos solo son sinónimo de votos.

Todo parece indicar que tomaremos una decisión crucial contaminados por la ceguera o el desánimo, sin reflexión, decidiendo por las emociones del momento sin comprender los retos del futuro, porque ahí, ante la falta de claridad u honestidad intelectual han quedado a deber los precandidatos, quienes no han sabido articular una oferta a la altura de una sociedad contaminada, insatisfecha con pocos visos de racionalidad.

Pero no podemos quejarnos, no estamos exentos de culpa, a veces perdemos de vista que las malas cuentas de un gobierno, las pagamos y pagaremos siempre los ciudadanos.