Hace algunos días utilicé por primera vez la línea 6 del Metrobús en la Ciudad de México para movilizarme. Dicha línea, que transporta a miles de personas diariamente desde –Villa de Aragón-, hasta –El Rosario-, fue inaugurada el mes de enero del año en curso. Sus instalaciones y servicio al usuario me parecieron de primer mundo, al igual que su eficacia reflejada en la rapidez con la cual llegas a tu destino. Pero, algo que se me hizo muy interesante y digno de análisis, fue la marcada discriminación positiva hacia los hombres, respecto del ingreso a este medio de transporte y uso exclusivo de vagones por parte de las mujeres.

Un servidor, estimado lector, tenía bastante tiempo que no se transportaba mediante este medio, por lo tanto, cometió el error de ingresar por el acceso “exclusivo” de mujeres, y esperar durante el transcurso del viaje en un área “exclusiva” de mujeres también. Ya que la ruta para llegar a mi estación era corta, decidí no hacer uso de algún asiento (afortunadamente), por lo que estando de pie comencé a sacar mis lecturas de la mochila para capturar algunas ideas sobresalientes que rondaban por mi cabeza. Conforme iban transcurriendo los minutos, me empecé a sentir incómodo debido a las constantes miradas de incomodidad y desprecio por parte de varias mujeres. No entendía el porqué de su comportamiento, hasta que un individuo me recomendó apartarme de dicha área del Metrobús, ya que era “exclusiva” para las mujeres y podía meterme en problemas si alguna de ellas se quejaba con el conductor. Dicha experiencia me hizo plantearme la pregunta: ¿Las políticas de protección hacia las mujeres en el transporte público realmente solucionan el problema de la violencia sexual de la cual desde hace años son víctimas? Antes de intentar responderla, daré un preámbulo de esta grave problemática:

-Según un estudio llevado a cabo por la fundación Thomson Reuters y YouGov, seis de cada diez mujeres han sido víctimas de algún tipo de acoso verbal o físico, mientras viajaban en el transporte público de la Ciudad de México.

-Según cifras emitidas por el Instituto Nacional de las Mujeres, el 47% de las mujeres en México mayores de 15 años, han sido víctimas de algún tipo de violencia; ya sea física, económica, emocional o sexual. De la misma manera, 26 entidades del país no preceden legalmente en contra de la persona que incurre en este tipo de delitos, ya que recibe sanciones menores pese a la gravedad de la situación. Y por si fuera poco, la misma organización sostiene que se llevan a cabo más de 112,000 violaciones al año aproximadamente, de acuerdo con un estudio de seguridad que revela que por cada delito de este tipo denunciado, existen ocho más que no son revelados.

-De acuerdo con datos de la Procuraduría General de la República, en el año de 2012 se presentaron 14,050 denuncias ante los Ministerios Públicos de dicha instancia, relacionados con la violencia sexual.

-Según un informe que presentó Amnistía Internacional (AI) ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en el año de 2012, de las 14,829 denuncias por violación sexual presentadas en el año de 2009 en México, sólo hubo 3,462 procesamientos y 2,795 sentencias condenatorias por dicho delito, esto quiere decir que por cada diez denuncias de violación sexual en el país, sólo se realizaron 2.3 juicios aproximadamente. Además, es importante recordar que la misma ONU, en el año de 2011, aseguró que México ocupa el primer lugar en violencia sexual en el mundo.

Con la exposición de algunas de las preocupantes cifras anteriormente mencionadas, se pone de manifiesto que el problema de violencia sexual en México es una realidad que lejos de modificarse, se ha mantenido e incrementado con los años. Basta con recordar tres casos emblemáticos, que han sido ampliamente difundidos por los medios de comunicación:

1.- El caso de la activista, Yakiri Rubio, quien fue privada de su libertad, violada y encarcelada por su presunta responsabilidad en el homicidio de uno de sus agresores.

2.- El caso de la estudiante de la UNAM, Gabriela Nava, quien fue agredida sexualmente por un sujeto que grababa bajo su falda, al mismo tiempo que exhibía su miembro, en el transporte público que utiliza diariamente para trasladarse a su universidad.

3.- El caso de la periodista independiente francesa, Andrea Noel, que fue agredida sexualmente en la colonia Condesa, en la Ciudad de México, por un supuesto co-conductor de un programa de televisión llamado Master Troll, que en plena calle bajó su ropa interior, obligándola a tirarse al suelo debido a la conmoción.

Ahora, retomando la pregunta planteada al principio de este breve análisis acerca de si las medidas de protección hacia las mujeres en el transporte público, como por ejemplo su separación de los hombres, sus accesos exclusivos, sus áreas exclusivas, y demás restricciones con respecto de los varones como resultado de una discriminación positiva, realmente sirven para erradicar el problema de la violencia sexual que se vive en nuestro país; considero que no, en el sentido de que dicha problemática no será solucionada en su totalidad, más que de manera parcial. Esto quiere decir que la separación entre hombres y mujeres en el transporte público sólo brinda una solución momentánea a un problema socio-histórico que lleva años fragmentando a la sociedad mexicana.

Me es importante aclarar que no solamente las mujeres sufren de acoso y violencia sexual; también los hombres fungen como víctimas de estas problemáticas, sin embargo, es indudable que los números favorecen de manera dramática a las mujeres. Con eso no quiero decir que estas políticas de protección hacia las mujeres no sirvan de nada, lo que sostengo es que únicamente ocultan el problema de fondo que es: la falta de una cultura de respeto hacia ellas. Si lo que se quiere  es reducir la violencia sexual que se ejerce hacia las mujeres, o en el mejor de los casos, eliminarla, se tiene que promover una cultura antimachista que promueva el respeto hacia cualquier persona (no únicamente mujeres). Esto quiere decir que se le tiene que enseñar a las nuevas generaciones lo importante e indispensable que es la tolerancia entre iguales. De igual manera, la sociedad tiene que interiorizar en su cultura la importancia de acatar normas respecto a cualquier campo social. Y por último, la sociedad debe estar consciente de que todo aquel que no acate reglas, será acreedor a una sanción de manera inevitable. Sólo así se podrá visualizar una sociedad realmente funcional en donde el respeto y la tolerancia sean los sustentos principales de la convivencia.

Lógicamente, el número de factores a considerar es mucho más extenso que los descritos aquí, pero desde mi perspectiva como sociólogo, considero que es mi compromiso recalcar el papel tan importante que juega la educación y la cultura en este tipo de fenómenos sociales. De esta manera, en forma de conclusión sostengo que para combatir el problema de violencia sexual que se vive en nuestro país, las políticas de protección sólo son soluciones parciales, no totales, por lo tanto hay que apostarle a la concientización mediante la educación y la cultura, y mediante el acatamiento de reglas sin excepción alguna.      

Gracias por su lectura.