Mientras los enemigos y adversarios de Andrés Manuel López Obrador han recurrido, durante años, a todo tipo de recursos y artimañas para destruirlo, a su hermano, Arturo López Obrador, le bastó una sola palabra para desenmascararlo: “Mi hermano —dijo— es un tirano”.
Un tirano es un hombre cruel con ansias y obsesión por el poder.
La definición es contundente, sobre todo por venir de alguien que conoce el carácter, la historia y la personalidad íntima de un personaje que ha sabido construir para sí mismo una aureola de demócrata puritano cercano a la perfección divina.
Un “demócrata” que, como declaró Arturo, no admite opinión o idea distinta de la suya. El cuadrante más sensible y contundente de esta radiografía se localiza en su relación con hermanos, hijos y colaboradores.
“Tiene tres hijos profesionistas y no pueden levantar la mano porque el papá se molesta. No pueden trabajar en ningún lado los chamacos y andan escondiéndose de su papá.”
La relación que mantiene López Obrador con los integrantes de su partido no es diferente. En alguna ocasión pregunté a uno de los secretarios del “presidente legítimo” si él y sus compañeros de gabinete podían en algún momento opinar, disentir o sugerir algo distinto. La respuesta fue contundente: no.
Porque, de hacerlo, tendrían la misma suerte de su hermano Arturo: serían condenados a la hoguera por traidores.
Más tardó Arturo en declarar que en Veracruz no iba a ganar Cuitláhuac García, el candidato de Morena, y que su favorito era el candidato del PRI, Héctor Yunes, que en recibir del tirano todo tipo de insultos y condenas.
Arturo le ha hecho un gran favor a México al desnudar, desde la intimidad, la mentalidad de un dictador. Le hace un gran servicio al país, pero también a la democracia y a la izquierda mexicana.
A la izquierda porque —a pesar de que parte de ella se ha rebelado al Mesías— sigue atrapada en los dogmas reaccionarios que le funcionaron muy bien a López Obrador hace veinte años para hipnotizar a los sectores más pobres de la población e incluso a cierta inteligencia del país.
Lo que ha logrado el hermano contestatario es desmitificar y “quitarle al Cristo la corona de espinas”.
También es necesario decir que sólo bastaba soplar con cierta fuerza para completar la caída de un liderazgo que hoy, en el siglo XXI, no sólo resulta adverso a la evolución y expansión del socialismo, sino una burda caricatura de lo que debe ser un político comprometido con las causas sociales y el progreso en el nuevo milenio.
Junto con López Obrador se desmoronan perfiles similares en América del Sur. Lo mismo en Bolivia —donde la sociedad le dijo a Evo Morales que ya no quiere que se reelija por cuarta ocasión—, que en la empobrecida Venezuela, víctima de un obseso del poder como Nicolás Maduro.
Pero Arturo López Obrador nos ha dejado a los mexicanos con una duda. Remató la entrevista concedida a El Universal con la frase: “En la familia se sabe lo que los políticos callan…”
¿Qué callan y qué saben los políticos sobre Andrés Manuel López Obrador? ¿Qué debe saber México?
Beatriz Pagés