El 15 de noviembre de 2006, un comando de “zetas” a cargo del sicario Mateo López Díaz, alias “El Comandante Mateo”, sicario de los “zetas”, asesinó a Walter Herrera Ramírez, presidente municipal de Huimanguillo, Tabasco, cuando éste llegaba a su rancho “Los Cuates”, a mes y medio de concluir su periodo constitucional de presidente municipal postulado por el PRD. Sus asesinos le escupieron 44 tiros de un fusil AR-15 y fue, sin duda alguna, la primera señal de alerta para este partido que nunca cuidó el origen, intereses y compromisos extrapolíticos de sus candidatos y representantes populares.

 La alharaca verbal del PRD estatal y nacional de entonces era que su alcalde era víctima de la delincuencia, era parte del entorno de descomposición política del país y del estado y del descuido de los gobiernos estatales y federales que no le habían dado protección porque él estaba enfrentado con los grupos delictivos de la región. El 13 de junio de 2006, corrió el rumor de que  un comando armado había  baleado la camioneta del alcalde Walter Herrera Ramírez en el poblado Francisco Rueda, lo que fue utilizado para victimizarlo.

 Por eso a su funeral fueron militantes destacados del PRD tabasqueño (ahora muchos de ellos bajo las siglas de Morena), según cuenta la prensa local, César Raúl Ojeda Zubieta, Dolores Gutiérrez Zurita, César Ernesto Rabelo Dagdug, María Estela de la Fuente Dagdug, Gerald Washington Herrera, Edgar Azcuaga Cabrera, Nydia Naranjo Cobián, César Francisco Burelo, José Ramiro López Obrador (el olvidado Pepín), Tomás Brito Lara, Adolfo Díaz Orueta, Francisco Mirabal Hernández y Oscar Ferrer Ávalos.

 ¿Víctima? Nada, en 2012, el Reforma dio a conocer declaraciones de Erik Cárdenas Guízar, alias “El Orejón”, contador de los “Zetas” detenido por la Marina, quien confesó que el ex edil de Huimanguillo, identificado con una organización de narcoganaderos, fue asesinado porque protegió a su secretario de Seguridad Pública, Anicasio Pérez Malpica, quien dio muerte a un hermano de Carlos Guízar Valencia (Z-43).

 La historia de Walter Herrera en el PRD era la misma que ocurre en otros lugares: fue dirigente de Unión Ganadera de Huimanguillo y un connotado cuadro del PRI, que al no ser seleccionada candidato,  en el 2003 cambió de partido y se fue al PRD, el que ganó las elecciones y por primera vez el PRD gobernó Huimanguillo. De acuerdo con columnas de Novedades de Tabasco y revistas locales de aquella época, Walter Herrera era parte de una relación política de Andrés Manuel López Obrador con él y sus compadres, los hermanos Ponciano y Cirilo Vázquez Lagunes , a quienes les había prometido candidaturas para ellos o sus hijos.  

 Mas esa parte no se cumplió, porque todos fueron asesinados y, en el caso de Walter Herrera, estaba abierta una denuncia en la Procuraduría General de la República (PGR) por haber obstaculizado la detención de Anicasio Pérez Malpica, acusado de encabezar el asesinato de integrantes de los “Valencia”, en ese momento aliados de los “zetas”, en Ostuacán, Chiapas en enero de 2005.

 Un capítulo poco investigado, es que Walter Herrera  era socio de Martín Flores Torruco, “El Chino” o “El Gordo”, a quien el alcalde “prestó” un grupo de policías municipales de Huimanguillo, encabezado por Anicasio Pérez Malpica para que atacaran una célula del cártel de los Valencia, en Chiapas, que querían asesinarlo. 

 Por estos hechos, los “zetas” cobraron venganza contra los Vázquez Lagunes, Walter Herrera y Flores Torruco entre 2005 y 2006, cuando el PRD estatal vivió una inusitada época de éxitos electorales y veían a López Obrador en la Presidencia de la República; sin dejar de pasar los hechos que estuvieron alrededor de los alcaldes de Cunduacán, Comalcalco, Paraíso, Cárdenas, Nacajuca y Macuspana.

 Al PRD estos hechos parecen no importarles, pues en 2016, nadie de este partido, en Tabasco y en la Ciudad de México, protestó ni cuestionó mínimamente el nombramiento de Gustavo Rosario Torres como el segundo al mando en la gubernatura de Arturo Núñez Jiménez, a pesar de los graves señalamientos y fama pública en aquella entidad.

 Oaxaca, Tamaulipas, Michoacán y Guerrero no son ajenos a las infiltraciones del crimen organizado en las filas del PRD. Sean Chuchos, Amalios, Bejaranos o de alguna otra tribu, nada les importa mientras la franquicia de su partido sea bien pagada.  Agustín Basave, en su última entrevista sobre lo que fue su dirigencia perredista, apuntó que quiso expulsar a todos los corruptos de su partido pero que las tribus se lo impidieron.

Con el arribo de Alejandra Barrales, en una conveniencia de las tribus del PRD con Miguel Ángel Mancera para evitar el colapso financiero del partido, todos sabemos que su papel será fundamental para el posicionamiento del jefe de Gobierno y su grupo político, Vanguardia Progresista, controlada por Héctor Serrano y Raúl Flores, para darle un nuevo respiro a este partido. Sin embargo, las cosas no son así y, por el contrario, Barrales está ya en la ruta de la omisión, la evasión de la realidad y el encasillamiento ordenado por Nueva Izquierda para defender a sus gobernadores, alcaldes y representantes populares acusados públicamente de tener ligas con grupos delictivos. 

Como ocurrió con Walter Herrera, así les pasa ahora con el caso del edil de Pungarabato, asesinado hace unos días, Ambrosio Soto Duarte. Lo defienden a morir, sin importar quién era y qué tratos tenía y, peor aún, quiénes se están beneficiando con su muerte en la Tierra Caliente. 

 Pero si Pungarabato es una papa caliente, algo mucho más candente está en Acapulco, donde el pasado fin de semana, Barrales, estuvo para darle el espaldarazo, anunciar el cierre de filas y deslindar “en automático” y “porque sí”, al alcalde perredista de Acapulco, Evodio Velázquez Aguirre, señalado de vínculos con el cartel de los Beltrán Leyva y de oponerse a certificar a sus mil 200 policías municipales y ser escoltado por unos 60 familiares y compadres, al margen de la ley.

Evodio, el de Acapulco está en el centro de una línea de investigación que pesa sobre el empresario  Joaquín Alonso Piedra, alias “El Abulón”, presunto lavador de los Beltrán Leyva, y su sobrino, Fredy Alonso, al ser considera algo así como líder de la “hermandad” de los jefes sectoriales de la Policía Municipal de Acapulco.

Grave para Alejandra Barrales emprender la defensa anticipada de quien podría ser el protagonista de una historia de vergüenza más del PRD después de José Luis Abarca, el de de Iguala. Por algo las fuerzas armadas, muy molestas, han anunciado una retirada del puerto ante los desplantes del alcalde del partido del sol negro.

 Una perla declarativa Barrales del fin de semana de “turismo político” –como la calificaron los mismos perredistas— fue que “el PRD es el partido más democrático, no permitamos que desaparezca”.  “No permitamos” ¿quiénes? Ellos mismos están cavando la tumba del mayor proyecto democrático de la izquierda contemporánea.

 Andrés Manuel López Obrador, por su parte, en su “filosofía chimoltrufiana” (como dice una cosa dice otra), advirtió que ve difícil la alianza con el PRD porque sigue éste al servicio de la mafia en el poder. Bueno, AMLO, debes saber que más que la mafia son los narcopactos que no quieren enfrentar y erradicar.

En fin, las cosas no pintan nada bien para este partido que parece no tener remedio. ¿O Alejandra Barrales tendrá las pantaletas para sacudirse estos pactos y comenzar a pedir cuentas, cabezas y encabezar una auténtica depuración del PRD que le sea útil a Mancera y no sea una masa podrida que le pese en el corto y mediano plazos?

 alexiabarriossendero@gmail.com