La curva no se aplana. El país se desmorona. La economía padece una recesión superior a las de 1995 y 2009 (INEGI). El PIB sufre un desplome inaudito de 18.9%. El gobierno no quiere abrir la cartera porque dice que ya está “apoyando de abajo hacia arriba”.

Sin embargo, lo que uno se encuentra afuera es la desolación; historias de dolor que ineluctablemente llevan al desamparo de la autoridad.

La violencia no para, repunta. La pobreza se hincha. 16 millones de personas caen en esa condición inicua de no tener qué llevarse a la boca.

Niños y ancianos se meten a dormir con un nudo en el estómago. Se llama hambre. No son elucubraciones del escribiente, son estimaciones de la UNAM.

El sábado, desde la biblioteca de su casa, el presiente explicó que desde los años 30 del siglo pasado no se sufría una crisis económica como la actual. Pero se dijo optimista porque se saldrá adelante.

El terror del desempleo asoma su rostro siniestro (perdón, pero me parece que nada es tan temido como perder el trabajo). Entre formal e informal, se habla de 12 millones de personas echadas a la calle.

La cifra de muertes tampoco se aplana. En números absolutos somos el tercer país con más muertes, apenas debajo de Estados Unidos y Brasil. Aunque en términos proporcionales (muertes por millón), estamos en el onceavo lugar.

La cuestión se oscurece más y la mañana se aleja por el descredito que rodea las cifras oficiales. La zozobra no cesa, se ahonda.

El presidente cumple con su papel. Todos los días nos comunica que ya tocamos fondo y que viene la recuperación, tal vez a sabiendas de que no es así.

Pero alguien tiene que ahuyentar el pánico general e imbuir un sentido esperanzador.

En ese marco, la política, ¡ay la política!, se calienta. Estamos a unos meses de ir a elecciones. La oposición, abatida, se agarra de donde puede.

Una crisis, en cualquier circunstancia, es el mejor caldo de cultivo para conquistar adeptos.

Y justo eso es lo que hace la oposición. Incluso retorciéndose las cifras. Es propio y legítimo en las democracias.

El problema de fondo, y a decir por lo visto, lo verdaderamente preocupante es que tampoco la oposición tiene la fórmula para abatir el mal y salir menos lastimados.

Sobre las cifras, un respetable escritor ha dicho que tal vez algún día sepamos el número exacto de defunciones por la pandemia.

Los críticos más audaces: el gobierno desestimó, dicen, la experiencia de los europeos sobre la pandemia. No se diseñaron y pusieron en prácticas medidas efectivas con base en lo vivido allá. En esto hay una pizca de razón.

Aquí el protocolo preventivo es atendido a medias, quiero decir que la prevención esta sectorizado. Hay una explicación.

Cuidarse (no salir) está en función de la condición laboral y económica de las personas y familias. Quedarse en casa es un lujo caro.

Las personas que se encuentran fuera de ese parámetro de seguridad económico-laboral, todos los días tienen que salir a las calles a rifársela para sobrevivir.

Aquí es donde entra el imperativo del Ingreso Básico Único (IBU). Un proyecto de emergencia económica, pero que genera ronchas en la 4T porque no es postulado por ella. Tiene sabor a PAN.

Se trata de un proyecto universal en el que, sin distinción de nada, todos-todos, como individuos, tengan derecho a una pensión mensual con la pura credencia del INE, por un periodo de determinado, cuyo monto ha sido tasado en una cifra por arriba del salario mínimo.

Se trata de una propuesta que en su origen fue postulada por investigadores del Colegio de México y cercanos a Morena.

Luego fue retomada como suya por el candidato presidencial del PAN. Hoy mismo la siguen postulando senadores de ese partido.

Pero también es postulada por los demás partidos.

Se trata de una propuesta de política social de nueva generación. De implementarse, vendría a sustituir la focalización y dispersión de programas. Los cuales han derivado (ojo: han derivado) en acciones clientelares.

Pero ya hablaremos, con mayor detalle, del IBU la semana entrante.

Chayo News

El gobernador Miguel Barbosa cumple su primer año como gobernador en funciones. Lo celebró nombrando a un nuevo secretario de Cultura, en reemplazo de un antropólogo con trayectoria en la izquierda y comprometido con la defensa del patrimonio cultural. ¿Qué paso? Lo mismo que a su antecesora, la eminente Monserrat Gali. Desde mero arriba le regatearon el apoyo para desmontar las estructuras del pasado panista enquistadas en áreas vitales de la institución. La fuerza de esas estructuras es tan poderosa que doblegaron al propio gobernador e impusieron a uno de los suyos. El tema es de gran interés: cultural y político. El título de “Puebla, patrimonio de la Humanidad” se ha puesto en duda en más de una ocasión. Por lo demás, hay que recordar que el sector que determinó el triunfo de Barbosa Huerta no fueron las clases medias panista y prohispanistas. Fueron los sectores liberales vinculados con la universidad pública, la cultura y la ciencia. Y es a ellos a quienes se les restriega.