La crisis social y política de México, a pesar de haber amainado después de la tempestad, conserva los ingredientes necesarios para seguir existiendo y quizá para reaparecer con mayor bravura y fuerza en el corto plazo.

La crisis de credibilidad, de confianza, de apatía dominante en la participación ciudadana, configuró el cuadro propicio para llevar al reblandecimiento de la base social que sostuvo durante el siglo XX a los gobernantes priistas, que luego fue transmitida a los dos presidentes de la república de origen panista, para después  retornar aunque disminuida, recelosa, impaciente y ansiosa para cubrir y soportar la llegada al poder de Enrique Peña Nieto. Es indudable que su gobierno transitó y culminará sin el sostén popular, sin contar con el soporte y con el respaldo popular. La base social que lo hizo fuerte electoralmente, se desmoronó, se diluyó, se agotó… y se apartó de él.

Fue tan grande la desintegración de la base social del gobierno actual, que la pirámide se fisuró, perdió cohesión, dejó de representar, de soportar y al final, colapsó. El sostén popular del gobierno en turno se derrumbó estrepitosamente. Así lo indican los niveles más bajos de popularidad que se le ha acreditado a un Presidente de México desde que se lleva el registro. El actual gobierno estremeció a los ciudadanos, aún a aquellos que creían en el peso y el valor de su marca, de su partido. Gobernó la segunda mitad de su periodo, a un país en donde los que lo llevaron a la presidencia se bajaron, se enfriaron y lo dejaron sin respaldo. Las bases sociales se esfumaron. Al gobierno que se acaba le faltó congruencia con sus bases, legitimidad social, proyección e incidencia social, sensibilización y movilización social.

Para explicarlo desde el enfoque de la mecánica de suelos, parte de la ciencia que trata acerca de las propiedades y el comportamiento del suelo sometido a esfuerzos dinámicos y la respuesta de masas de suelo durante la aplicación rápida de carga, empleándolo como analogía, el pueblo de México, convertido en un fuerte mosaico heterogéneo, que por lapsos ha sido una gran placa, conformada por numerosas placas acumuladas, de gente que comparte misión, visión y valores, con origen en la cultura, la tradición, la costumbre, la identidad nacional y otros factores, es el ingrediente sustantivo de la base social pasada, presente y futura.

Nuestro pueblo soportó tormentas, aguantó inclemencias de los políticos y a varios turnos de gobernantes de diferentes colores. La base social nacional aguantó diversos movimientos bruscos, convulsivos o caóticos de la corteza política y social, producidos por disturbios, por actos de corrupción, por abusos, por excesos, por el debilitamiento de los valores y principios que daban cohesión social y unían las partes que en conjunto conforman al gran pueblo mexicano, catalogado como aguantador, noble, luchón, tenaz y pujante. Pero a fuerza de sacudidas, de agitación, de asesinatos políticos y civiles, del desbordamiento del crimen organizado, la inseguridad pública que conlleva, a consecuencia de la compleja situación económica que ha impedido que la mayoría de los mexicanos sientan beneficio y bienestar producidos por sus gobernantes, la que fuera una base firme y fuerte, no pudo soportar el daño y cedió.

Ante esa situación, el reblandecimiento del tejido social, el desdibujamiento del sistema político, la ausencia de confianza, credibilidad y certeza en los gobernantes, los socavones que aparecieron en la base social aparecieron. Los políticos y gobernantes actuales, si bien sabían que el material se estaba desgastando, fueron incapaces de dar cauce a las inquietudes, a los hartazgos, a los reclamos. Miopes políticos, no vieron y no se anticiparon a detener la caída del PRI y de sus gobernantes. Su alcance a nivel de superficie no calculo que debajo de lo que aparentaba ser piso firme, había fisuras, encharcamientos de rencores, odios, recelos, corajes e injusticias, que fueron reblandeciendo lo que creían seguro, lo que sentían que seguiría aguantando. El agujero creció debajo de ellos. Las vibraciones producidas por pifias y escándalos, porque salieron a la luz pública fechorías y actos repudiables producidos en el ejercicio del poder, lograron lo impensable: la caída del régimen político, la revoltura de las bases sociales, su reacomodo, el rompimiento de paradigmas y la sustitución del PRI gobierno, permitiendo que Andrés Manuel López Obrador emergiera como dueño del mapa, conocedor de las alternativas y poseedor de credibilidad, legitimidad y confianza en niveles tan altos, que amalgamó las piezas sueltas, los pequeños terrones, la tierra suelta, haciendo una nueva pirámide de base social. 

El 1 de julio, al ganar la elección López Obrador, se hizo evidente para todos lo que para muchos fue una sorpresa repentina: el régimen colapsó. El enorme hoyo en lo profundo e interno de su sociedad llevaba años ahondándose. La base social no aguantó más y desplomó a los gobernantes, con despreció y condena, con desdén y por fortuna, por la vía democrática, pacífica, ordenada y civilizada.

Ahora el reto es que esa nueva pirámide emergente compacte y se haga fuerte. Como todo cemento, aún tiende a abrir, es decir, a quebrar, a romper al secar. Por ello urge que esa nueva base social que de momento sólo sigue al caudillo, alcance a ser dirigida con estrategia, con planeación y mecanismos específicos de participación, envuelta en esfuerzos conscientes de comunicación y modelaje para darle sentido a su fuerza, canalizando y dirigiendo para bien su encuentro, reflexión y activismo.

 Morena y Andrés Manuel López Obrador deberán poner en marcha la cimentación de la nueva base social, que aún exhibe un enorme socavón, grietas, fisuras y tierra suelta sin reagrupar. Los vacíos que provocó la caída del régimen deben ser rellenados de inmediato. La energía social no deja nunca de fluir y buscar reacomodos. La vibración nunca se detiene y los problemas nacionales no se solucionan ni por el simple paso del tiempo, ni porque ya tendremos un nuevo Presidente de la República.

El primer esfuerzo del próximo gobierno es reparar el socavón, rellenarlo de confianza, credibilidad, certeza, transparencia, rendición de cuentas, efectivo combate a la corrupción, alentar el resurgimiento de la participación ciudadana y el involucramiento de la gente en la solución de sus asuntos de bienestar colectivo. Nuevos cimientos servirán para soportar la construcción de un nuevo régimen y repartir las cargas de su peso sobre la base social que aguantará, acompañará y de preferencia, será corresponsable de los actos del Presidente. Ojalá que el nuevo gobierno no se exceda y evite que el pueblo soporte más peso o realice esfuerzos inadmisibles. La tierra está resentida y si se le somete a más temblores políticos, colapsará de forma impredecible.

Por Carlos Anguiano

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