La Homilía del Papa Francisco; del perdón y otras cosas.

Les platico: cuando la Sociedad Interamericana de Prensa -la SIP- alentaba el periodismo de investigación, fui propuesto por el periódico que fue mi Alma Máter para tomar prácticas profesionales en el medio que yo eligiera y escogí el Washington Post. Qué perdido, dirán algunos.

Ahí conocí a mi amigo de tantos años, Agustín Gutiérrez Canet, quien fuera Embajador en varios países y que después de una brillante carrera como diplomático se jubiló para dedicarse ahora a la cátedra y a escribir.

Por cierto, sigo sin convencerlo de que escriba para DETONA, pero en esas ando, en esas ando.

Antes de llegar al Washington Post, la SIP tuvo el acierto de llevar a los becarios de ese programa, a un recorrido por varios de los principales diarios de Estados Unidos.

A mí me tocó estar en el San Diego Union, Los Ángeles Times y finalmente en el que hoy es propiedad de Jeff Bezos.

Marcio Vargas, periodista en Roma

En ese periplo conocí a Marcio Vargas, un periodista costarricense que hoy es una especie de jubilado de la prensa extranjera que cubrió por años la Meca del catolicismo: el Estado Vaticano.

Fue de los mentores de la multicitada Valentina Alazaraki, que cobrara fama en los noticieros de Jacobo Zabludovsky.

Válgaseme esta introducción para compartirles la Homilía que me dice Marcio, el Papa Francisco escribió de su propia mano y leyó en uno de los pasados días santos.

Marcio se quedó a vivir en Roma, es de misa y comunión diarias y como sabe que yo no, mantiene la esperanza de hacerme entrar al redil y para ello me escribe con una frecuencia inusitada, tomando en cuenta que somos amigos desde hace varias vidas.

La Homilía de Francisco -como sencillamente le gusta que le digan- me cimbró.

Habla del PERDÓN, así con justificadas mayúsculas y como Marcio lo hizo conmigo, lo hago hoy con ustedes. Abro comillas y le cedo la palabra al jefe máximo de la Iglesia Católica:

“FAMILIA, LUGAR DE PERDÓN ...

No hay familia perfecta. No tenemos padres perfectos, no somos perfectos, no nos casamos con una persona perfecta ni tenemos hijos perfectos.

Tenemos quejas de los demás.

Decepcionamos unos a otros. Por eso, no hay matrimonio sano ni familia sana sin el ejercicio del perdón.

El perdón es vital para nuestra salud emocional y la supervivencia espiritual.

Sin perdón la familia se convierte en una arena de conflictos y un reducto de penas.

Sin perdón la familia se enferma. El perdón es la asepsia del alma, la limpieza de la mente y la libertad del corazón.

Quien no perdona no tiene paz en el alma ni comunión con Dios.

La pena es un veneno que intoxica y mata. Guardar el dolor en el corazón es un gesto autodestructivo. Es autofagia. El que no perdona se enferma física, emocional y espiritualmente.

Y por eso la familia necesita ser lugar de vida y no de muerte. Territorio de cura y no de enfermedad; escenario de perdón y no de culpa.

El perdón trae alegría donde la pena produjo tristeza; en la que el dolor causó la enfermedad.” Comillas cerradas.

CAJÓN DE SASTRE

“Amén”

 Dice mi Gaby, dejando para otra ocasión su irreverencia.