Permítame entrar con rudeza y con una frase de Marx para que podamos imaginar de lo que se trata este comentario: el símbolo es un mecanismo preciso de la memoria colectiva.

Es información.

Recientemente vivimos en la Ciudad de México una polémica por el cambio de logotipo de la capital del país que, por encima de su escasa calidad imaginativa, de su necesidad e injustificado costo, puso de relieve un grave problema nacional.

La imagen con la que se pretende identificar a la Ciudad de México resultó ser “un producto pirata”, una práctica totalmente contraria a una transformación. Resultó semejante al logotipo de un grupo de rock del norte del país con el que ha vivido casi una década.

El asunto es muy grave porque la piratería en México es una práctica insana que, de acuerdo con un trabajo de investigación de la American Chamber of Comerce of México (AMCHAM) representa más de 43 mil millones de pesos anuales que se traducen en pérdidas de empleos porque se dejan de recaudar más de 6 mil millones de pesos solamente por Impuesto al Valor Agregado (IVA) y mucho más por concepto del Impuesto sobre la Renta (ISR).

Además, los contribuyentes cautivos y quienes adquieren mercancías en negocios establecidos financian esa forma de delincuencia, generalmente organizada y tolerada por las mismas autoridades al permitir su libre mercadeo.

Pero, por si fuera poco, la piratería deteriora la estructura moral de la sociedad.

La investigación de la AMCHAM con apoyo del Centro de Investigación para el Desarrollo, A.C. (CIDAC) identificó que la mayoría de los consumidores no vincula el consumo de piratería con afectaciones a su bienestar individual ni a consecuencias legales por parte de las autoridades, lo que se relaciona con los elevados índices de impunidad existentes en el país y la percepción del Estado fallido.

Por eso es muy grave que el gobierno electo de la Ciudad de México, como propuesta transformadora no se haya mostrado contundente contra la piratería y que, como salida a sus limitaciones, se pronunciara por arbitrar el tema en el Instituto Mexicano de Propiedad Industrial (IMPI).

Un cambio político simbólico pudo ser, cuando menos, reponer el concurso. Con esa señal se transmitiría información suficiente en contra de la corrupción y la impunidad.

Porque, como consideró el psicólogo Carl G. Jung, en el inconsciente colectivo hay diversas imágenes esenciales o arquetipos que en la medida en que permanecen, se toleran o se validan en leyendas, costumbres, obras artísticas y públicas, lo mismo que en los sueños, tienden a incorporarse como parte de la cultura, aunque realmente no lo sean.

La corrupción y los delitos, al igual que la impunidad, deben ser combatidos y extirpados del imaginario colectivo como tarea esencial de la transformación de la sociedad mexicana.

El logotipo falló por su incapacidad de mostrar alguna diferencia con la cultura política del pasado y porque reprodujo formas, símbolos, lenguajes y espectáculos indeseados para los votantes

Sobre todo, cuando la propuesta de cambio en la Ciudad de México se alcanzó a partir de la promesa de innovación y esperanza.

@lusacevedop