29 de abril de 2024 | 11:57 p.m.
Opinión de Fernando Irineo

    Rasgar el tiempo: Poetas Parricidas

    Si le inquieta saber más de esta poesía, sugiero asista a la presentación de la antología en la librería del F.C.E., Rosario Castellanos, el primero de agosto a las 19:00 horas. 
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            En el polvo de los estantes dispersos

            -¡que ninguna mano toca!-,

        como vinos preciosos, mis versos

       también tendrán su hora.

     

    Marina Tsvetáyeva

     

     

     

     

    Hace días llegó a mí una invitación por medio de alguna red social donde abundan las selfies y otras cuestiones anodinas que jactanciosamente llaman publicaciones. Si así es lo público resultaría nauseabundo pensar en lo privado. Por desvarío irónico de la diosa Fortuna, no tengo más remedio que vivir siendo yo y asumir el contexto en el que fui arrojado por el macabro destino: en mi tiempo ya no hay tiempo y sin tiempo no hay intimidad. No soy pesimista, meramente escupo la sabiduría ineludible de internet: estadísticamente soy producto de un orgasmo fingido enmarcado en un cortejo de tinte patriarcal a consecuencia del superior estatus económico de mi padre sobre mi madre.

    Dejando a un lado mis problemas psicoanalíticos, la ya mencionada invitación refería la presentación de un libro. Una antología de poetas. Pero no de cualquier clase de poetas: Poetas Parricidas (generación entre siglos) nacidos entre 1989 y 1999. Veamos las afrentas que sutilmente contiene la mera labor de intitular con dichos elementos a la dichosa antología.

     

    Dice el poeta mártir Mandelstam: “Mi siglo, mi bestia, ¿hay alguien/
que pueda escudriñar tus ojos/
y con su propia sangre fundir
/dos centurias
/que justifiquen tu osamenta?
/la sangre creadora mana desde la garganta terrenal,/
y los parásitos tiemblan/
en el umbral de los días por venir”. Los poetas contenidos en la antología pertenecen a una urdimbre curiosa, por una parte hijos de las cenizas de la modernidad; por otra, engendros recién nacidos de la posmodernidad.

    Escindidos entre barrocofóbias y escepticismos en derredor de la otredad paciana, perfilan sus letras como sustento de una nueva idea, la de insatisfacción perpetua que no se enfrenta con estoicismo o con cinismo adolescente, en todo caso sonríen y se restituyen desde el agravio. Desde el feliz agravio.

    Rechazan los circunloquios y no son preclaros. Hablan y miran pero sobre todo huelen. Olfatean a los suyos, abrazan y besan a los suyos. Son una élite cariñosa, soberbia pero de sólidos vínculos afectivos. La humildad no es su fortaleza, se saben parricidas, saben que andan sobre los cadáveres de otros que no pudieron alzar la voz y menos la pluma. Disfrutan tener las plantas de los pies sobre el asfalto porque la carne, su carne, vive para sentir; simultáneamente son semideidades desnudas: sin diferencia entre piel y espíritu; su totalidad es erótica. Hasta aquí su faz moderna, donde no hay diferencia entre ellos y sus padres o sus madres.

    Entonces despiertan a la tragicomedia freudiana de amar el pasado y detestarlo al mismo tiempo. Cronos, siendo sabio engulle a sus propios hijos. Luego vomita, míticamente, su progenie y con ese acto, firma su sentencia de muerte. Zeus, el oculto, lo asesina y termina con la Edad Dorada. Ningún dios es inocente, Cronos había castrado a su padres y lo natural era que tuviera el mismo fin: quedarse sin poder. Ahora bajemos la mirada, del Olimpo nos vamos a la Villa Olímpica cerca de las pirámides de recarga energética de Cuicuilco; de la Edad Dorada nos vamos a la época postporfiriana que vivimos. Y nosotros, y ellos, prófugos del Mictlán regresan del inframundo para vengar algo que bien a bien no se sabe qué es. La posmodernidad nos permite aniquilar lo invisible, asir lo etéreo y maldecir al espejo. Nuestro tiempo, ya lo dijo Mandelstam es una bestia y una bestia de dos siglos, es decir, de dos cabezas. Borges, el odiado, pregunta: “¿(…) habrá suerte mejor que ser la ceniza,/ de que está hecho el olvido?” Y en realidad no podemos responderle. Sobrevivir a los tiempos de la inmediatez no ha sido fácil, mucho menos sobrevivir al oleaje de actitudes que inundan la posibilidad de ser diferentes o peor todavía, de ser indiferentes. Para subsistir necesitamos lo que una querida amiga llama “Recetas para vivir en el incendio”. Provisionalmente tenemos un puñado de poetas.

    La lista de poetas, convocados por Cuadrivio Ediciones (un sello editorial que vale la pena recordar), habla de la multiforme geografía nacional (si es que hay tal cosa como una nación). La estadística regional es inevitable:

     

    -Los estados libres y soberanos representados son:

    Baja California (sin aclarar si es Norte o Sur), Chiapas, Chihuahua, D.F. (lo incluyo como estado), Estado de México, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Nuevo León, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Sonora, Tabasco y Veracruz.

     

    -El lugar con mayor representación de poetas es el D.F. con ocho, le siguen Estado de México y Oaxaca con tres poetas respectivamente.

     

    De lo anterior se infiere que:

     

    a)  El centralismo sigue vivo.

    b)  Los otros estados seguirán odiando a los chilangos urbanitas.

    c)   Los estados de tradición literaria no aparecen en la antología: Nayarit, Colima, Yucatán y Zacatecas. Con tradición literaria me refiero a la capacidad de sus habitantes para participar en cuanto concurso aparezca en el mundo de las letras. No niego el talento pero admiro el ímpetu tan insistente semejante a la terquedad.

    d)  Las estadísticas de esta invitación no sirven para un carajo salvo para perder el tiempo.

    e)  Quien realizó la relación de poetas fundó una nueva entidad federativa: Monterrey. Aunque es, en efecto, la ciudad natal de mi estimada Alejandra Retana, no aparece todavía como un estado independiente.

     

     

    No pretendo dictar una línea para esta generación, bien reclamaba Monsiváis: “No hay generaciones, hay actitudes”. Concuerdo, y también afirmo que la actitud o las actitudes de esta nueva generación de poetas, que en realidad son ancianos con disfraz de colegiales, no podría definirse siquiera. Por eso tantos adjetivos y tantas navegaciones por sus ríos de diversidad, para tratar de entender lo que jamás habré de comprender. No me rindo, conozco a las personas detrás de las palabras y algunos de ellos, incluso, en donación excesiva o en ocurrente tolerancia me brindan su amistad. Me refiero concretamente a Joana Medellín, Alejandra Retana, David Meza y Omar Jasso; todos ellos antologados y vinculados a los Poetas Parricidas. Vaya mi admiración y agradecimiento por la generosidad, de todo tipo, que los caracteriza y distingue.

    Habrá mejores y más grandes estudiosos de estos poemas anómalos. Mis pensamientos buscan escabullirse por la salida de emergencia y evitar, a toda costa, etiquetar avant la lettre un movimiento antiestético de raíces contestatarias. Se estaba forjando una tradición y por coincidencia iba pasando por ahí. Les digo que la diosa Fortuna se trae algo conmigo, ya desde que nací feo supe que mis caminos no serían normales; Nietzsche lo dice peor: soy un bailarín al borde del abismo. Lo que no dijo el filósofo es qué hacer en caso de carecer de coordinación alguna. Y al final, como epítome o como epitafio, puedo decir que no sé bailar pero sé divertirme. Leer a mis amigos ha sido una hazaña similar,  casi como disfrutar de su poesía sentado en la orilla de un acantilado. 

    Si le inquieta saber más de esta poesía, sugiero asista a la presentación de la antología en la librería del F.C.E., Rosario Castellanos, el primero de agosto a las 19:00 horas. Para que se quite la espinita de cómo se escribe entre siglos, por los siglos de los siglos. Amén.