En un acto que bien pudo suceder en cualquier Delegación de nuestra deteriorada Ciudad de México, en días pasados sucedió un hecho bastante curioso en España.

Las gotas de agua bendita salen del hisopo y caen sobre los baches de la carretera que unen el lugar de Momán, en el municipio lucense de Xermade, y la villa coruñesa de As Pontes, mientras el párroco Luis Ángel Rodríguez Patiño recita una oración para que sean eliminados y, así, sus paisanos no sufran las consecuencias.

Una oración comunitaria contra los baches, una plegaria por su reparación. Así podría resumirse la intención del sacerdote que ofició una misa junto a una carretera. No es una misa más al aire libre, como podría ocurrir dentro del programa de actividades de unas fiestas populares, sino una ceremonia conscientemente cargada de reivindicación.

El acto religioso, fue organizado en la parroquia xermadina de Momán, junto a una carretera que enlaza el concello chairego de Xermade con el de As Pontes y cuyo estado, sobre todo en la provincia de Lugo, es una sucesión de baches, de curvas pronunciadas en una calzada más bien estrecha y de firme sin pintar.

El sacerdote, que atiende esta parroquia junto con una de Guitiriz (Labrada) y otras en los vecinos municipios coruñeses de Aranga y de Monfero, ha decidido dar ese paso para denunciar el mal estado de la carretera, para lamentar las condiciones que deben soportar los vecinos de esos municipios y para lanzar además una llamada de atención: asegura que el abandono de la vía, cuya conservación corresponde a las respectivas diputaciones provinciales, es una muestra del descuido con que se trata a la Galicia interior,: sus habitantes, dice, pagan impuestos como los demás y a cambio «apenas reciben servicios».

Patiño es conocido por puntos de vista que no pocas veces entran en abierta contradicción con los que suele expresar la jerarquía, aunque, por otro lado, tampoco oculta una abierta admiración por el actual papa. En este caso, como en otros, sostuvo que la ceremonia fue, en línea con lo que propugna la Iglesia, una defensa de la vida.

Él considera que la causa está más que justificada: «¿Quién no tiene un conocido que no haya sufrido secuelas de un accidente?».

La idea se le ocurrió hace semanas, en un festejo celebrado con vecinos. Estar con los que soportan el inconveniente de esta deteriorada carretera u otros problemas le parece una consecuencia de su cargo: «La Iglesia tiene que estar del lado de los que sufren», afirmó.

Este fue en acto de evidente protesta en contra de las autoridades por el descuido que muestran en atender las necesidades de sus conciudadanos, en donde el sacerdote ya sólo le quedó recurrir a la “ayuda divina” para que se solucionen los problemas de la comunidad, ante el gobierno indolente, no me extrañaría que cosas de este tipo se comenzasen a ver en nuestro país.

Dicen que la vida de una persona se divide en dos partes en cuanto a edad y afectos, que antes de cumplir 40 años a uno lo acompañan en su camino muchas personas que están allí por diversas razones, por ser parientes consanguíneos, compañeros de las escuelas, vecinos de toda la vida. Pero que después de cumplir los 40, muchas de esas personas se han dejado atrás y que precisamente en ese momento es cuando uno decide qué personas son aquellas desean que lo acompañen hasta el destino final, formando así una nueva familia.

Pues bien, tengo la enorme fortuna de contar entre esa familia que he escogido y que esas personas también han decidido que yo forme parte de la suya, a una persona en especial que al ser extranjera, me llamó la atención sobre el desmedido uso que tenemos los mexicanos respecto de los diminutivos, por lo que, ante su observación, me puse a investigar al respecto.

Entre las diferencias que se advierten en el español de México con respecto al que se habla en España es notorio el uso y el abuso del diminutivo en la conversación familiar.

Me acuerdo cuando en la infancia me decían al educarme a hablar que evitara usar diminutivos porque uno se mostraba con signos de inferioridad. O que al expresarlo podría hacer "sentir" menospreciado a la persona a la que te diriges. Pero resulta que en nuestro México, es algo muy usado es cultural.

Con frecuencia se oye pedir un cachito de algo, invitar a alguno a tomar frijolitos, se ofrece un coñaquito o un maderito; se dice que esperen tantito, que coman poco a poquito, que no hablen tan quedito; que si van a la Villa de Guadalupe compren gorditas; que el día del Corpus se venden mulitas cargadas de frutas y golosinas; que a los niños les agradan mucho los soldaditos; que en los mercados hay puestos de pepitas, de camitas, de gorditas, etc.

En los días de las posadas se ven muchos borreguitos en los "nacimientos" hogareños y no faltan en los templos de los barrios ni los comalitos ni las cazuelitas sembradas de cebada en el altar del "Monumento" los jueves santos.

Se dice entre amigos y familiares que a cada capillita se le llega su fiestecita.

Los jóvenes alegres suelen llevar por las noches un gallito a sus amigas y prometidas y en el cumpleaños de éstas y en el día de su santo, al amanecer, les van a cantar las gustadas mañanitas.

En Guadalajara, hubo un distinguido maestro de muy baja estatura popularmente llamado Sanchitos y un canónigo, que cuanto tenía daba de limosna a los pobres, más conocido por el Padre Rositas que por el señor de la Rosa. En Monterrey hubo un intelectual muy popular y querido a quien se recuerda como Gonzalitos. Podrían multiplicarse los ejemplos de apellidos convertidos por el pueblo en diminutivos.

El abuso del diminutivo llega hasta los adverbios, que por su naturaleza son invariables y se hace extensivo a algunos giros, modos o locuciones adverbiales tan abundantes en el lenguaie popular de México. Sirvan de eiemplo adiosito, por favorcito, apenitas, etc. Poco a poquito te voy queriendo, dice una canción ranchera muy popular.

Ni el nombre de Dios se ha escapado del diminutivo. En el lenguaje familiar se enseña a los niños a llamar “Diosito” o “Papá Diosito”.

Tan grande es la tendencia del diminutivo en nuestro lenguaie popular que aun vocablos de origen extranjero que no se han adaptado todavía a la evolutiva fonética del idioma español, suele dársele la forma diminutiva: Suetercito (de sweater), jolecito (de hall), etc. El uso del diminutivo en México es algo así como el pan de cada día.

Expresiones como "tantito", "ahorita", "momentito", entre otras me despertaron una curiosidad: ¿por qué?, si se recomienda no usar este tipo de expresiones ¿por qué se sigue usando? Al investigar la respuesta fue clara: viene del náhuatl, pero más precisamente de la expresión náhuatl.

El problema radicó que con la conquista española sobre el imperio azteca, el choque cultural como se ha repetido a lo largo de la historia humana tiene sus particularidades de fusión. Una de ellas ocurrió en el lenguaje y se desarrolló una forma de expresión que encontró un bemol. La lengua castellana usaba diminutivos con un sentido ampliamente peyorativo a diferencia del náhuatl que se usaba como expresión de humilde reverencia y cariño y es a esta discrepancia donde posiblemente haya contribuido a la inercia tan sojuzgada del pueblo mexicano.

La imposición del lenguaje castellano dictó las reglas del lenguaje pero en ellas se mezclaron las formas y la expresión de una forma de ser. Para el mexica, hablar con diminutivos no era una cosa de "minimización" de "inferioridad" sino toda una expresión de "humildad reverencial" y de "afecto". Si bien el uso de diminutivos entre los aztecas es muy rico y variado y también los hay despectivos, los que se usan en la actualidad tienen un remanente directo de la expresión reverencial mexica (zin, zintli).

Un ejemplo claro es la forma de dirigirse a sus líderes o reyes. En el contexto europeo dirigirse a un mandatario siempre se hace exaltando el ego, palabras tales como "su magnificiencia" o "su excelencia" es parte de una forma de mostrar una sumisión. En cambio, entre los mexicas dirigirse al monarca o alguien de respeto era de uso frecuente la expresión en diminutivo un claro ejemplo es la palabra Tonantzin (náhuatl: to-nan-tzin, “Nuestra venerable madrecita”) nombre de la Diosa Madre Tierra.

El idioma náhuatl, azteca o mexicano, es rico en diminutivos. Los hay de diversas clases y con diferentes matices de significación, según el sufijo secundario con el cual se sustituye el primario o formativo del vocablo. De ahí que de una voz primitiva se formen muchas derivadas sin que la variedad de diminutivos haga perder el valor fundamental de la palabra.

Por otra parte, hay muchos vocablos que las personas de habla náhuatl -cuando menos en algunas regiones del país dicen casi siempre en diminutivo, por ejemplo: etzintli, frijolitos, mimizton, gatito, tepitzin, tantito, poquito, por mencionar algunas.

La influencia recíproca entre el idioma del conquistador y el del vencido era inevitable en ese tiempo. A esto se debe, a mi modo de ver la abundancia de diminutivos en el español que se habla actualmente en México. Seguramente que el hábito de emplear tantos y tan variados diminutivos de uso corriente entre los aztecas, oídos por los criollos y en repetidas ocasiones usados por estos últimos en virtud de bilingüismo que imperó en parte de la Nueva España a raíz de la conquista, fue un factor importante en la formación del español de México.

Así que, es parte de nuestra identidad, de nuestras raíces entender el sentido del uso de los diminutivos y darle su justo sentido. No es ser sumisos, sino afectuosos y respetuosos. Es una expresión reverencial de humildad. Y de eso, es lo que hay que exaltar de nuestros valores culturales. Si nos expresamos sabiendo el significado y usándolo con su sentido original entonces se habla con propiedad, asertividad, humanidad y sobre todo de mexicaneidad.