Si un adulto está profundamente resentido contra sus familiares, maestros, sacerdotes y gobernantes, porque percibe su infancia como destruida porque no recibió el buen trato con valores que todos merecemos, tenemos un delincuente en potencia, que querrá cobrar una “compensación” -muy frecuentemente económica-, para resarcir lo que sufrió antes. Imagínense que ese adulto es hoy un funcionario público…

 A nadie sorprende realmente que en la Ciudad de México haya narcomenudeo -desde hace décadas-, y como consecuencia de esto, se haya ido desarrollando, creciendo al cobijo de alguna autoridad, posiblemente, en mayor o menor medida, un incipiente grupo narco local.

Las complicidades de algunos funcionarios con los delincuentes, siempre acaban mal. En realidad, queriendo hacer plata, estos servidores fallidos cavan su tumba, y de alguna manera lo saben. Todos lo sabemos. Tienen sus horas de impunidad contadas, porque tarde o temprano, sus delitos han de salir a la luz, por una vía u otra, y una sociedad cada vez más informada y exigente, los pondrá contra las cuerdas.

Lo que sí sorprende, pero sobre todo, es muy negativo y preocupante, es que haya apoyo social a los criminales. Esto lo hemos podido observar en Tláhuac, como en Puebla –en algunas poblaciones “huachicoleras”-, en Guerrero, y en Sinaloa, entre otros estados.

Y es aquí donde encontramos tres niveles distintos de ausencia de valores en nuestra sociedad. Tres niveles que están intrínsecamente relacionados. El primer nivel abarca la construcción social de un criminal. Un pillo no empieza nunca en las “grandes ligas” del crimen organizado, sino que inicia con delitos leves.

Pero cuando ese delincuente inicia su carrera negra, fuera de la ley, ya las figuras de autoridad moral en la sociedad, como la familia, los profesores, los sacerdotes, los gobiernos, y la comunidad cercana, deberían haber actuado con medidas mucho más serias y profundas, pero fallaron.

Si todo ese conjunto de instituciones sociales y gubernamentales fallaron en guiar a ese primodelincuente, en hacerlo consciente del daño que causa a otros y se causa a sí mismo al delinquir, y fallaron al reintegrarlo, al tratarlo, al rehabilitarlo –y antes que todo esto, fallaron al educarlo y formarlo en valores-, ese delincuente continuará en su camino criminal.

El segundo nivel de ausencia social de valores, se refiere a los funcionarios que, debiendo ver por el bien común, traicionan a la sociedad a la que deben servir, se traicionan a sí mismos al venderse al crimen, coludirse con él, y trabajar con él. Se destruyen ellos mismos también.

Con esto, esos funcionarios dañan profundamente a la sociedad, permitiendo que las familias sean acaso asaltadas, extorsionadas, secuestradas, expuestas a la drogadicción, a la violencia, asesinadas. Todo por un supuesto “beneficio” personal.

Y en esto radica la falla en el pensamiento de valores. En pensar que se puede ver beneficiado alguien traicionando a los demás y a sí mismo. Cuando ese funcionario imagina que en verdad puede ganar algo, de plata y de poder, al tiempo que deja destrozar a la sociedad en la que vive, y a la que debiera amar y servir.

¿Qué deficiente tipo de educación y formación en valores tuvo que tener un funcionario para que un día, ya sentado en su oficina, pueda optar por un dudoso “beneficio” personal, por encima del bien común? En este segundo nivel, es obvio que tampoco hubo un “freno social” que hiciera desistir al funcionario de su mala decisión de aliarse al crimen, pero nada lo contuvo. Sin embargo, es éste –el segundo nivel- en donde hoy en día hay mayor presión social, que se ejerce a través de las redes sociales, sobre todo.

El tercer nivel de ausencia de niveles es cuando una comunidad protege y sirve de río al pez que es un criminal. Permite que el delincuente se mueva, se oculte, actúe, bajo la sombra de su territorio, de su gente. Este nivel es el peor, porque el deterioro de los valores ya se ha extendido, ya se ha hecho algo común, y parece parte de la normalidad. En México en muchas zonas existe esto, pero hasta ahora no lo habíamos visto en la capital del país.

Algo anda verdaderamente mal si no hay “frenos sociales” que detengan las incipientes carreras delictivas de aquellos que se inician delinquiendo con actos irresponsables, pero no graves, no irreparables.

Por eso, cuando vemos una suerte de “base social” de algunos criminales, podemos concluir que, claro, sus integrantes se están viendo beneficiados a nivel económico, están recibiendo dinero a cambio de su apoyo. Pero lo grave está en la “transvaloración de los valores”, donde apoyar a un criminal puede ser visto como algo positivo, como algo bueno, y provechoso.

Si una comunidad recibe dinero, protección del crimen organizado, y hay en su seno un cierto consenso en torno a que apoyar actos delictivos es “positivo”, se trata de un foco rojo en el que el Estado ha fallado en su totalidad. La moral pública ha sido pervertida. Ahora lo malo es bueno. Apoyar al criminal es “bueno”, porque se está recibiendo dinero y beneficios.

Esta transvaloración de los valores que se da con el respaldo comunitario al crimen organizado, tiene en el fondo, dos características: una, que ante la permanente falla de las instituciones, éstas son empezadas a ver como “malas”, como negativas, y por ello, hasta enemigas. Esto es una consecuencia de los funcionarios corruptos y traidores. La gente parece querer refugiarse en un líder criminal que sí les da protección y posibilidad “de desarrollarse”, lo que no hizo el Estado, porque es un Estado fallido y podrido.

Y dos, se llega a esta situación sólo después de muy prolongados periodos de irregularidades y errores de las instituciones. No en un día la gente de una comunidad va a preferir apoyar a un grupo criminal, que a las autoridades.

Entonces, ¿por dónde empezar para encontrar una solución? La clave está en la autenticidad. No actuar jamás con doble moral. Se predica con el ejemplo, no con discursos, por bellos que fueran.

Los padres de familia debemos actuar como tales en todo momento, y formar en valores a nuestros hijos. Los maestros deben dedicarse a dar clase en un marco de valores. Los policías deben dejar de cobrar mordidas a los ciudadanos, y los ciudadanos debemos preferir una multa a ser corruptos. Los funcionarios deben ser honestos y transparentes. Todos debemos exigir que haya rendición de cuentas. No podemos ser complacientes.

Y al mismo tiempo, debemos hacer las veces de “freno social”, en los tres niveles de ausencia de valores que hemos mencionado. En el primero, actuando directo sobre aquellos jóvenes que tenemos a la mano cuyas acciones no van con el bien común, y representan un foco rojo, pero aún susceptible de ser revertido.

En el segundo, exigir por todos los medios siempre que los funcionarios sean honestos y rindan cuentas, que sean accesibles y atiendan las muchas necesidades de la gente.

Y en el tercero, no permitiendo que sea visto como “normal” el apoyo comunitario al crimen. Siempre el bien común debe estar por encima de cualquier beneficio personal o de grupos. Tal es el pensamiento desde los valores al que debemos ceñirnos. Es la hora de luchar.