Me han preguntado sobre la voz de José José. Diría que, técnicamente, José Rómulo Sosa Ortiz (1948-2019), José José, tuvo o tiene (su obra está registrada), una voz mixta. Por así decir, en términos clásicos, un bari-tenor. Poseía una tesitura que tocaba los dos registros, el grave del barítono y el agudo medio del tenor. No obstante, de haber desarrollado y refinado su voz en la música clásica, operística, pudo haber llegado a ser un tenor lírico. Como lo fue su padre, José Sosa, que logró cierta carrera en las temporadas de Ópera Nacional y Ópera Internacional de Bellas Artes en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado (como registra uno de sus hermanos, José Octavio Sosa, en Ópera en Bellas Artes. Conaculta-INBA, 1999). Lo clásico, no lo popular pudo haber sido su camino, pues es la fuente que abreva en familia, padre cantante y madre pianista. De hecho, uno de sus hermanos menores, Héctor Sosa, es un cantante y músico reconocido en el medio musical clásico mexicano.

En las grabaciones y actuaciones en vivo de los años sesenta, antes de cumplir los veinte de edad -en “Si me enamoro” de 1967 de Da Concienzao, por ejemplo-, se percibe la comodidad y aun serenidad en el registro grave y medio de José José. En 1973 irrumpe con la canción que acaso mayor exigencia vocal le haya demandado, “El triste”, de Roberto Cantoral. Considero que finales de los sesenta y los setenta son los años de mayor conquista vocal. A partir de los años ochenta, no obstante el éxito, inicia una degradación irremediable en la voz hasta llegar prácticamente a desaparecer.

Aunque discográficamente suene muy bien en los ochenta y noventa, se trata de canciones de estudio que ya no puede replicar en el escenario con la misma calidad, a pesar de que la tesitura de las mismas es ya más baja que en la canción de Cantoral. Gradualmente deja de cantar también esas piezas tempranas con mayor rango vocal o son transportadas de tono para que pueda presentarlas en vivo; el público las exige.

La problemática es múltiple, una ecuación que involucra la capacidad del organismo para responder ante la demanda del público y el negocio de la música popular. Un joven que canta de manera muy agradable, sin esfuerzos, alcanza un éxito abrumador temprano. A partir de allí tiene que manejar una agenda muy cargada de presentaciones en vivo. El agotamiento de la voz, por “buena” que sea, sobre todo cuando no se tiene el cuidado y la ejercitación adecuada (ya no hay tiempo para ello en el caso de José José), es inevitable. Y esto pesa más cuando el alcohol en exceso, pero sobre todo las drogas, la “buena vida” y los escándalos se convierten en parte de la rutina del hombre. Se entra así a una espiral extraña. Entre más grande es el éxito de público más profunda es la caída personal, íntima.

Ahora bien. Se tiene que decir que en México la que se ha llamado canción popular durante la mayor parte del siglo XX ha sido una que apuesta a la “estética” de las emociones. Al desamor, el despecho, la traición, la venganza, el abandono, la borrachera… Apuesta de tres industrias principales, discografía, radio y televisión (y por algún tiempo, 40’s y 60’s, el cine), que invierten, explotan, difunden masivamente aun hasta el hartazgo, y ganan fortunas con lo más básico de las emociones y pasiones de la sociedad o el pueblo; como quiera decirse. Sólo así se explican las grandes “estrellas” o figuras populares del país, a partir de la explotación dolorosa de las emociones de la audiencia. Y el talento de los intérpretes y compositores de boleros, rancheras y demás se utiliza para ello. Así ha sido y así sigue siendo, qué se le va a hacer.

Pero más allá de estas consideraciones “artísticas” y mercadotécnicas, se logra disfrutar propiamente de la voz de José José en una gama que puede ir de la sutileza más exquisita a la explosión casi operística. Lo anterior, junto con el uso constante del “portamento” (unir un tono a otro ligándolos, sin despegarlos, y en la música popular, como si se “arrastrara” la voz), recurrentes inflexiones nasales, un dejo lacrimoso y a veces un inevitable “apretar” de la voz desgarrada, construye un estilo. Estilo que la gente llegó a identificar muy rápidamente, que ha vendido millones de discos y que se canta en las fiestas de familia y en los antros y cantinas.

Hace unos pocos meses se había dicho que José José estaba a punto de morir. Sobrevivió. Murieron poco después Celso Piña y Camilo Sesto. Pero como hablamos de lo popular y en este terreno se dice que “se van de a tres”, le llegó el momento de partir a José José, como si dijéramos, dejando tristeza entre su público y admiradores. Lo que nos hace pensar acaso en esas dos canciones emblemáticas de los mejores tiempos de José Romualdo Sosa Ortiz, porque así en la vida, todo se va triste como en una nave del olvido. Hace meses, cuando parecía que moría, compartí en twitter una de sus primeras presentaciones, “Si me enamoro”; aquí va: