Lo que era impensable hace 50 años, hoy es posible. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha elegido la normalización de relaciones con Cuba como epílogo y coronación de su mandato.

La presencia de Obama en las calles de La Habana tiene un claro objetivo: decirle al mundo y especialmente a su país que ha llegado el momento de sustituir la política del “gran garrote”, imperial e intervencionista, por decisiones más justas que beneficien a todos.

El mandatario ha dicho, desde el inicio de su administración, que mantener el bloqueo a Cuba forma parte de una política exterior obsoleta que no ha servido para nada y debe corregirse.

Obama pasará, pese a su detractores y adversarios, si no como uno de los mejores presidentes que haya tenido Estados Unidos, sí como un político que quiso revolucionar las estructuras obsoletas del imperio.

Ese solo hecho lo coloca en una página distinta a la que pertenecen, por ejemplo, un George W. Bush y todos aquellos presidentes que gobernaron bajo el supuesto de que Estados Unidos era el dueño del mundo.

Hoy,  nadie, a diferencia de lo que sucedió durante la llamada Guerra Fría, puede ostentarse, con todo y su poderío económico, como patrón y tirano del planeta. Sobre todo porque ha emergido una sociedad que, a pesar de vivir bajo los dictados de la globalización, está consciente del derecho que tiene cualquier país —por más pobre que sea— a ser tratado con equidad y respeto.

La descalificación que ha venido haciendo Obama del bloqueo y  las sanciones a Cuba es una postura que busca también incidir en quienes tienen el poder para diseñar un nuevo modelo económico mundial.

Estados Unidos y la Unión Europea se quejan de los problemas y del tipo de mundo que ellos mismos han construido. La violencia, migración y pobreza de las que se queja el precandidato republicano Donald Trump son —sin restar responsabilidad a cada gobierno— producto directo de las desventajosas relaciones comerciales, económicas y financieras impuestas por los “sastres” de la economía internacional.

La presencia de Obama en Cuba no significa el final del bloqueo. Sin embargo, se trata de un acto y de un gesto político que busca “tirar el muro” de prejuicios que hasta el hoy siguen vigentes en contra de la isla en gran parte de la Unión Americana.

Nadie puede entender lo que no conoce, y la visita del primer mandatario estadounidense en más de 80 años a la tierra de Fidel Castro pretende demostrar que en la nación caribeña está en marcha un proceso de cambio político y social que, seguramente, va a repercutir en el resto de América Latina.

¿Qué va a suceder con todos esos movimientos sociales, guerrilla, partidos que siguen pensando y actuando como si los dogmas de Lenin, Stalin y Mao siguieran siendo aceptados por las nuevas conciencias?