Francisco I. Madero escapó de San Luis Potosí a San Antonio, Texas, la madrugada del 6 de octubre de 1910, gracias a un mensajero de su hermano Gustavo y a dos telegrafistas, José H. Portillo, de la Ciudad de México, maderista convencido, y su compañero Rubén Durán, de San Luis, quienes debían transmitir al jefe militar de la ciudad la orden de que se detuviera y enviara de nuevo a prisión al político opositor. Madero estaba en libertad condicional teniendo a la ciudad como celda una vez que, faltando a las leyes y a su mensaje político de supuesta apertura, Porfirio Díaz lo apresara y volviera a reelegirse.
Así que a estos dos telegrafistas se deba quizá la promulgación del levantamiento revolucionario que, aunque finalizado y firmado en San Antonio el 25 de octubre (con la participación, entre otros, de Aquiles Serdán, Enrique Bordes Mangel, Juan Sánchez Azcona, Miguel Albores, Roque Estrada, Rafael Cepeda y Elías de los Ríos), fue signado como Plan de San Luis el 5 de octubre.
La anécdota es interesante pues el hecho histórico tomó esa vía, pero lo trascendente es que las condiciones estaban dadas para el levantamiento. Acaso si Díaz hubiera permitido la transición pacífica a través de un triunfo electoral de Madero, otra sería la historia. Pero su obstinación por el poder encausó el lanzamiento del Plan de San Luis que en sus dos primeros puntos sentencia al régimen dictatorial:
“1o.- Se declaran nulas las elecciones para Presidente y Vice-Presidente de la República, Magistrados a la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Diputados y Senadores, celebradas en Junio y Julio del corriente año.
“2o.- Se desconoce al actual gobierno del General Díaz, así como a todas las autoridades cuyo poder debe dimanar del voto popular, porque además de no haber sido electas por el pueblo, han perdido los pocos títulos que podían tener de legalidad, cometiendo y apoyando con los elementos que el pueblo puso a su disposición para la defensa de sus intereses, el fraude electoral más escandaloso que registra la historia de México.”.
Declara sus principios políticos: “4o.- Además de la Constitución y Leyes vigentes, se declara ley suprema de la República el principio de No-Reelección del Presidente y Vice-Presidente de la República, Gobernadores de los Estados y Presidentes Municipales…”.
Establece acciones inmediatas: “5o.- Asumo el carácter de Presidente Provisional de los Estados Unidos Mexicanos, con las facultades necesarias para hacer la guerra al Gobierno usurpador del General Díaz. Tan pronto como la capital de la República y más de la mitad de los Estados de la Federación estén en poder de las fuerzas del Pueblo, el Presidente Provisional convocará a elecciones generales extraordinarias para un mes después y entregará el poder al Presidente que resulte electo, tan pronto como sea conocido el resultado de la elección.”.
Y para lograrlas, lanza la convocatoria a la revolución armada: “7o.- El día 20 del mes de Noviembre, de las seis de la tarde en adelante, todos los ciudadanos de la República tomarán las armas para arrojar del poder a las autoridades que actualmente la gobiernan.”.
Los acontecimientos favorecieron a Madero en principio, pero la incomprensión, la ambición y la traición prolongarían al menos por una década el derramamiento de sangre que no concluye cuando es alcanzada la Constitución que hoy nos rige en 1917. Y acaso por ello es que no se logra la paz y la armonía hasta el día de hoy entre los mexicanos, por la división social propiciada por la desigualdad y la injusticia.
Pareciera que la oligarquía derrotada durante la revuelta armada y la revolución social, con el paso de las décadas y a pesar de los logros de la Revolución, volvería transformada, transfigurada, a tener el control del país, sobre todo a través del partido hegemónico, el PRI y su actual aliado derechista, el PAN. De allí que no sorprendan las grandes coincidencias entre las condiciones de 1910 después de más de 30 años de dictadura y las de hoy, después de más de 30 años del cáncer de la humanidad, el neoliberalismo salvaje. Condiciones de desigualdad y pobreza acaso semejantes más de 100 años después. Y sobre las condiciones semejantes, la asombrosa vigencia de la justificación del llamado a la guerra armada entonces, a la revolución pacífica hoy, en la introducción del Manifiesto a la Nación del Plan de San Luis. Véanse las increíbles coincidencias entre los regímenes, los sistemas de entonces y de hoy, los mecanismos de control y poder:
“Los pueblos, en su esfuerzo constante por que triunfen los ideales de libertad y justicia, se ven precisados en determinados momentos históricos a realizar los mayores sacrificios.
“Nuestra querida patria ha llegado a uno de esos momentos: una tiranía que los mexicanos no estábamos acostumbrados a sufrir, desde que conquistamos nuestra independencia, nos oprime de tal manera, que ha llegado a hacerse intolerable.
“En cambio de esa tiranía se nos ofrece la paz, pero es una paz vergonzosa para el Pueblo Mexicano, porque no tiene por base el derecho, sino la fuerza; porque no tiene por objeto el engrandecimiento y prosperidad de la patria, sino enriquecer a un pequeño grupo que, abusando de su influencia, ha convertido los puestos públicos en fuente de beneficios exclusivamente personales, explotando sin escrúpulos todas las concesiones y contratos lucrativos.
“Tanto el Poder Legislativo como el Judicial están completamente supeditados al Ejecutivo; la división de los Poderes, la soberanía de los Estados, la libertad de los Ayuntamientos y los derechos del ciudadano, sólo existen escritos en nuestra Carta Magna; pero de hecho, en México casi puede decirse que reina constantemente la Ley Marcial; la justicia en vez de impartir su protección al débil, sólo sirve para legalizar los despojos que comete el fuerte; los jueces, en vez de ser los representantes de la Justicia, son agentes del Ejecutivo, cuyos intereses sirven fielmente; las Cámaras de la Unión no tienen otra voluntad que la del Dictador; los Gobernadores de los Estados son designados por él y ellos a su vez designan e imponen de igual manera las autoridades municipales.
“De esto resulta que todo el engranaje administrativo, judicial y legislativo obedece a una sola voluntad, al capricho del General Porfirio Díaz, quien en su larga administración ha demostrado que el principal móvil que lo guía es mantenerse en el poder a toda costa.
“Hace muchos años se siente en toda la República profundo malestar, debido a tal régimen de Gobierno, pero el General Díaz, con gran astucia y perseverancia, había logrado aniquilar todos los elementos independientes, de manera que no era posible organizar ninguna clase de movimiento para quitarle el poder de que tan mal uso hacía.
“El mal se agravaba constantemente, y el decidido empeño del General Díaz de imponer a la Nación un sucesor y siendo este el Sr. Ramón Corral, llevó ese mal a su colmo y determinó que muchos mexicanos, aunque carentes de reconocida personalidad política puesto que había sido imposible labrársela durante 36 años de dictadura, nos lanzásemos a la lucha intentando reconquistar la soberanía del pueblo y sus derechos en el terreno netamente democrático.”.
Los alcances insuficientes de la Revolución fueron revertidos y sus propósitos desviados, olvidados, porque como argumenta Lázaro Cárdenas en sus memorias “tuvo la Revolución hombres que no resistieron la tentación de la riqueza, claudicaron de sus principios, perdieron la vergüenza y se volvieron cínicos”. Y es precisamente el gobierno, el sistema, el régimen, la oligarquía de los sinvergüenzas y cínicos la que hoy rige al país 107 años después del inicio de la primera revolución social del siglo XX, la mexicana.