– Bang, bang, bang… muérete ya te di tres tiros y no te mueres… ¡Mamá… no se quiere morir y ya lo maté varias veces… ya no voy a jugar con él!

Eran los gritos de enfado cuando  era evidente que ganabas el juego;  pero el contrincante te quería hacer “chanchullo”… Y era obvio, nadie quería morirse en pleno juego, nadie quería ser el malo y que “el policía” siempre terminara “haciendo justicia.”

Los juegos de antaño, cuando  no existían los teléfonos celulares, ni tabletas o computadoras venían de nuestra pequeña imaginación, no había noticias a toda hora, las pocas  que sabíamos eran si acaso cuando los adultos llegaban a poner el radio o la televisión  a la hora de la comida y por error escuchabas, ya que por gusto todo lo aburrido de los noticieros te dormía y era mejor huir.

¿En qué momento la realidad traspasó esa barrera invisible que nos protegía? ¿En qué momento  la cruda realidad llegó a posicionarse en las calles  y dejamos de creer que los policías eran los buenos, que ellos nos protegían de ladrones y asesinos? ¿Cuándo  el respeto y hasta temor que  teníamos ante un uniforme se convirtió en desprecio y símbolo de corrupción? ¿Quién de niño no soñó alguna vez con ser el bueno de la historia y “meter en cintura” a más  de un malandrín que entorpecía la paz de su cuadra, colonia o pueblo?

La candidez, la inocencia, la ingenuidad en algún tiempo , ya sentimos remoto, fueron prácticamente sinónimos de niñez, los niños de primaria estábamos a ojos cerrados, comíamos, disfrutábamos los frijoles , la sopa, las tortillas y a veces el fin de semana carne… que representaba como un banquete para quienes podían pagarla; y sin embargo  éramos felices, no anhelábamos más que aprender a hacer un trompo de un pedazo de árbol, una cuerda cualquiera servía para brincar por horas, dos pequeños palos, de la madera que fuera, y un hoyo en la tierra eran suficientes para “el changari”. Juego ancestral consistente en meter  un pequeño palo sobre un orificio en la tierra el cual quedará inclinado, acto seguido con un palo del doble de tamaño pegaras  al pedazo que sobresale,  de forma que el palo pequeño bota y aprovechas el vuelo en el aire para pegarle con el palo mayor… la distancia que se arroja será contada por la misma medida del palo que utilizas para pegar.

Fácil, divertido, entretenido,  coordinación, rapidez, fuerza y mucha atención para que no te vayan a dar en la cabeza…

Sentados en pleno sol, la paciencia se ponía a prueba para atrapar “carpitas”, un bicho parecido a las libélulas, un poco más pequeño; al que le atabas un hilo, eso en tiempo de seca, en tiempo de lluvias y calor los preferidos eran los “mayates”; escarabajos verdes fosforescentes que de igual forma atabas a un hilo para verlos volar cerca de ti. Al rato que te aburrías lo soltabas…  Sí, puede  sonar ahora cruel, pero eran los juegos preferidos y sin gastar “un quinto”…  aparte de las escondidas, las cebollitas, los listones de colores, los pajarillos, las ollitas, los encantados, la roña, el avión, la matatena… para casi todos ellos lo único que requerías era tu cuerpo, astucia, inteligencia… los materiales la naturaleza te los brindaba, estaban a tu mano y disposición.  

La capacidad de comunicación entre niños era por mucho mejor a la que ahora se tiene, no había clubes y escuelas especiales  donde los papás de ahora meten al niño para que no le dé lata, para tener algo que hacer con su tiempo y por supuesto el de los padres… antes reunirte con los de la cuadra  era obligatorio e indispensable para socializar… las rodillas raspadas, los moretones y raspones en codos eran signo de liderazgo y los mostrabas con orgullo, cada cicatriz en el cuerpo tiene su historia e indicaba lo intrépido que eras, lo valiente y decidido, sin importar si eras niño o niña… a esa edad no te fijas en pequeñeces y como la fuerza es similar, si el chico se pasaba de listo le dabas una paliza.

 Máxime cuando las muñecas no eran las preferidas y gozabas de jugar fútbol, basquetbol,  subir árboles y hasta montar burros… sí, una  chiva loca como  solía llamarme mi Abue… ah pero cómo  nos divertíamos.

 Puede ser la edad, puede ser la necesidad de “sentar cabeza y pensar con propiedad”  lo que lleva a los adultos a dejar atrás  la forma de diversión que tanto gozamos, en gran parte puede ser también  responsabilidad nuestra  no ocuparnos de nuestros hijos, de no convivir, de no disfrutar y enseñarles a disfrutar de cosas simples… olvidarnos un poco de las hamburguesas, las pizzas y el café donde hay wifi para poder seguir en los chats que representan nuestra “vida social”.

 Nos quejamos amargamente de las cosas que ocurren en nuestra sociedad, en nuestro país, en nuestra ciudad pero la mayoría de las veces al igual como sucede con la atención que le damos a la familia; lo dejamos pasar de largo y cuando venimos a reaccionar pareciera que ya todo está perdido… nos centramos tanto en las cifras y estadísticas sobre violencia contra niños, violaciones, abuso de toda índole, trabajo... pero parece que solo queda en papel, que nada se hace, que nada ocurre, que nada soluciona... todo importa, es cierto, pero en mi humilde opinión no podemos solucionar lo de fuera cuando  adentro se está pudriendo... comencemos por los nuestros, enseñemos a los nuestros la camaradería, la convivencia y la empatía que nos enseñaron a nosotros, dejemos la intolerancia, el miedo, la desconfianza, el desarraigo y muchas de las cosas que desde fuera pretender inocularnos... la manipulación de la que estamos siendo objeto la venimos mencionando desde hace tiempo, pero ¿cuándo nos decidiremos a contrarrestarla?

 No sé ustedes queridos Divagantes, pero yo… yo sí extraño mucho la época de cuando éramos niños…