Conocí a Héctor Palacio en una reunión de tabasqueños, después de un viaje suyo a Nueva York.  Me lo presentó nuestra común amiga Norma Domínguez de Dios como un tenor con actuaciones en Estados Unidos, Japón, Alemania, Lituania, entre otros países, y claro, en México. Al calor de la plática y con unos cuantos vodkas entre pecho y espalda, me enteré que, además de estudiar música y canto en la Escuela Nacional de Música en nuestro país, era egresado de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Pero mi asombro fue mayúsculo cuando me comentó que su tesis la había escrito sobre la obra de uno de los escritores miembros de la llamada Generación de “Contemporáneos” que floreció en los años veinte del siglo XX, Jaime Torres Bodet, en la cual debemos incluir a Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Gilberto Owen, Jorge Cuesta, Bernardo Ortiz de Montellano, Elías Nandino.

Sin que yo considere a Torres Bodet entre mis escritores favorito de este grupo, siempre le he guardado cierta estimación y un gran respeto por parte de su poesía, su narrativa y sus ensayos críticos, además de mi admiración por su labor de funcionario cultural que llevó el nombre de México más allá de nuestras fronteras. En esa ocasión del encuentro el tenor iba acompañado de su pareja, una bailarina más joven que él, que al parecer después de quince años de relación, como dice la canción, lo abandonó para no volver jamás.

Así como fui sorprendido por un tenor que también era apasionado de la literatura, él se extrañó por el amplio conocimiento que yo tengo de la obra y vida del personaje en cuestión. La plática fue larga, apasionada, inteligente –cuando menos de mi parte- y después de la gran cena y la extraordinaria atención de los dueños de la casa, y a petición suya y de Héctor Palacio, terminé diciendo un poema mío, un soneto, de memoria, que yo escribí para una famosa bailarina de flamenco. Después supe que el tenor y escritor había quedado gratamente impresionado por mi poema –que debo de confesar, como decía el maestro Pellicer, es uno de los menos defectuosos que he escrito-, lo cual nos acercó de inmediato, e hizo nacer una amistad, creo yo, honesta y profunda.

En México, que yo recuerde, son pocos los escritores que cantan, o los cantantes que escriben. Es de todos conocida en el medio literario la afición –que puede llegar a ser erudición- del poeta Eduardo Lizalde sobre la ópera, y que en reuniones personales se ha escuchado su voz como cantante. El escritor chihuahuense Carlos Montemayor era también conocido por su pasión por la música, y existen discos grabados por él como cantante, pero no de manera profesional; Montemayor era famoso porque en los restaurantes a los que asistía, o en fiestas familiares o de amigos, no resistía la tentación de entonar algunas canciones. Y un barítono, también de Chihuahua, que cantó ópera con éxito en los teatros de varias partes del mundo, Roberto Bañuelas, era cuentista y llegó a publicar algunos libros, además de ser colaborador de “El Búho”, suplemento cultural del periódico Excélsior, dirigido por el escritor recientemente desaparecido, René Avilés Fabila. Así que a estos pocos nombres en este terreno, agreguemos ahora el de Héctor Palacio, nacido en Villahermosa, Tabasco.

En busca de Nils Runeberg, y otros ejercicios, es el segundo libro de Héctor Palacio, publicado en 2016 por la editorial Praxis y SDPnoticias. El primer libro de nuestro autor, Animales y otros bichos raros, pasa a formar parte de los Bestiarios que en los últimos tiempos se han escrito en Latinoamérica de la autoría, por citar a unos cuantos, de Borges, Cortázar, Arreola, Pacheco, Monterroso, Avilés Fabila. En este primer libro de narrativa arropado en los famosos textos breves que en este tema tuvo su apogeo en la segunda mitad del siglo XX –más los que se han acumulado en lo que va del siglo XXI-, Palacio muestra, en primera y última instancia, un a veces sutil sentido del humor, y otras veces ríspido y con cierta maledicencia conceptual –como debe ser- que hace su lectura fácil de asimilar. En lo que se refiere a la expresión, en general, a veces se esconden, sin que el autor se dé cuenta, ciertos aspavientos que no llegan a acentuarse con la certeza deseada.

Lo primero que me llamó la atención de su nuevo libro fue el título, porque se trata de un autor al que yo desconozco totalmente –no se les olvide que apenas soy un escribidor de versos-, y que resulta ser un teólogo cuyos conceptos se encuentran, como lo señala Héctor Palacio en su texto, en la memoria crítica de Borges. En el fondo esta narración, aunque no abra el libro, termina siendo como una mínima síntesis biográfica y filosófica de Nils Runeberg, cuyas avenencias y críticas hacia la personalidad de Judas y   Dios, con sus respectivas gradaciones teológicas, latirán, muy disimuladamente, en varios  textos de este libro.

Por supuesto que la distancia entre uno y otro libro es bastante perceptible no sólo en la manera de manejar el lenguaje, en la escritura, sino en la propuesta de un cambio radical de temática, y en la ventana abierta hacia otros universos literarios quizá más personales en los que se unen, a ratos, realidad y ficción, profundamente humanos, sin dejar en el olvido ciertas reservas del humor o de la crítica ácida. Héctor Palacio nos deja un testimonio escrito con cierto delirio de sus viajes, que no tenemos por qué calificarlos nada más de turísticos, porque puede ser la primera significación que se nos viene a la memoria, ya que en la mirada escrutadora y en el buen uso del entendimiento, de la razón de la existencia personal del autor, encontramos relatos bien armados con un punto de vista abierto a varias percepciones que nos dibujan una cerrada concepción arquitectónica de los sitios visitados, al mismo tiempo que se filtran algunas cosas nada simples y sencillas del alma.

No se debe dejar de mencionar que a algunos lectores el libro En busca de Nils Runeberg y otros ejercicios, de Héctor Palacio, pueda parecerles culterano, ambicioso y presuntuoso. Quizá no se pueda negar que el libro tenga estas características, pero no en un sentido peyorativo que tergiverse el valor real de estos elementos que, hay que decirlo, funcionan a la perfección para desahogar las  confabulaciones en cada uno de sus textos, en mayor o menor medida.

Cuando digo culterano me refiero a que el narrador nos hace partícipe de su muy particular visión sobre ciudades, edificios, monumentos, calles, personajes, es cierto, que en el nombre de cada cosa lleva la penitencia, pero sin dejar de lado las impresiones que desborda su espíritu, ya lo dije, sean reales o ficticias, y que a ratos se solazan en el oportuno empleo del tono poético. Ambicioso lo es porque, después de la lectura del libro, descubrimos en Héctor Palacio un afán, muy natural por otro lado, al querer plasmar en sus páginas todo el bagaje que va viviendo día con día. Y cuando digo presuntuoso no deja de asombrarnos y de darnos envidia la pasión, el placer, la verticalidad de sus ideas que hacen entrañable la lectura del libro.

  En busca de Nils Runeberg y otros ejercicios, de Héctor Palacio, es un viaje por el mundo exterior, con revelaciones e interiorizaciones a veces profundas, otras veces ligeras; a veces chuscas, otras veces críticas; en algunas ocasiones basadas en realidades apabullantes, o en ficciones en donde la imaginación sienta sus reales. Sólo me queda por agregar que nuestro autor, con este libro, adquiere un compromiso mayúsculo en lo que a su producción literaria por venir se refiere, porque se ha convertido con los años, con la experiencia que lleva a cuestas, con la lectura minuciosa de ciertos autores universales predilectos, en un escritor del que uno, por toda su reciedumbre literaria, se convierte en un cómplice para dejar de ser el eterno convidado de piedra.      

***Poeta y ensayista. Estudió letras hispánicas en la FFyL de la UNAM. Ha sido secretario particular de Carlos Pellicer; director del taller de poesía de la Asociación de Escritores de México; coordinador de talleres literarios en la Universidad Pedagógica Nacional y en los reclusorios Sur, Norte, Santa Martha Acatitla y las Islas Marías. Colaborador de diversos periódicos y revistas nacionales. Premio de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2003 por Las estaciones rotas. Recientemente apareció Puerta soledad; Gatsby Ediciones, 2015.