Si la vida se pudiera esnifar con una línea de coca todo sería perfecto. Escribo esto porque como explica Juan Cajas[1], quizá Dios sea una sustancia. 

El viaje místico se ha perdido bajo la lógica del consumo masivo. Escurridizos todos, antes hermanados, ahora fragmentados, del fumadero al picadero. 

De los parias marihuanos, estigmatizados sociales de la comunidad, a los drogadictos piedrosos o heroinómanos, los patológicos de los sistemas capitalistas, que desprecian los productos pero no a la mercancía, o sea, señalan al consumidor pero toleran el producto, otra paradoja más.  

“Victimas inobjetables de la fractura de la modernidad y su castillo de ilusiones”,  explica Cajas. 

De trampolín a receptor, México narcotizado, bajo los significantes de esa palabra: dormido, sedado, pero también adicto. Si la tele y la educación de quinta no alcanzan, están las drogas. 

Para las clases de arriba las drogas sintéticas, principalmente generadas y consumidas por los países del primer mundo, para las de abajo los inhalantes, la marihuana, drogas de las clases paupérrimas. 

Monas de sabores, “toques” de cinco varitos, crack de cincuenta pesos… 

“Hay más narcotienditas que parques”. “Existen más picaderos y fumaderos que escuelas”. 

¿Y los programas sociales? Clínicas escondidas, falta de prevención primaria, directrices confusas, metas difusas: la ineptitud. 

¿Entonces? Apelemos al derecho y a la sanitización estándar. Fantasía punitiva donde la ley puede con todo. Criminalizar, difuminando el castigo ante los adictos; sí, los desviados, los parasociales, los antisociales. 

Más política criminal, menos política social. El garrote primero, luego el resto. 

Dealears, distribuidores de poca monta, adictos enfermos, jóvenes curiosos, todos: “pinches marihuanos”, “pinches drogadictos”, “pinches delincuentes”. 

“Envenenadores sociales”, “asesinos”, “pinches narquillos”. 

¿Problema de salud? No, nunca. Bueno,  a veces. Cuestión de criterio de policías y autoridades gandallas e ignorantes. 

 ¿Problema económico? Puede ser. 

¿Problema criminal? Por supuesto. 

Lógica de los “gobiernos de izquierda”, sí, los mismos que han gobernadola Ciudadde México. Desde Cárdenas, pasando por Obrador, hasta llegar a Ebrard. 

No hablemos del resto del país: un monumento a la ignominia. 

En estos días se publicó en el Distrito Federal las modificaciones a la Ley general de salud donde se establecen las cantidades máximas de consumo, para castigar la venta, portación, etc., de droga. (http://www.proceso.com.mx/?p=317104) 

Por supuesto estas modificaciones se abocan a los aspectos mínimos del fenómeno. La bota policíaca, disfrazada de sanitaria, sobre el eslabón más débil de la industria, sin apologías del delito se puede afirmar: se criminaliza el consumo. 

Sin operativos espectaculares en donde se almacenan kilos-toneladas de droga, ni detenciones en los bancos donde se lava el dinero de las ganancias, ni castigo a los políticos-policías-funcionarios públicos que protegen el mercado.

Reventar narcotienditas, detenciones en las calles, llenas las cárceles de vendedores novatos; afuera de ellas los grandes capos. 

Si, criminalizar el narcomenudeo para seguir con el gran negocio del narcotráfico. 

 


[1] Cajas, Juan. El truquito y la maroma, cocaína, traquetos y pistolocos en Nueva York.