De visita en el Estado de Morelos desde la sierra Madre Occidental nos quedamos en Tepoztlán, en un merecido tiempo de esparcimiento y tranquilidad. Habían advertido cuidarse porque la violencia mostraba aún altos índices en el corazón de México--nosotros selva del océano Pacífico, somos pulmón. Nos habían hablado con desprecio igualmente del arraigo a usos y costumbres de los habitantes autóctonos de por acá, que los tornaba de carácter huraño y aferrado, habiendo expulsado fuera del estado casi a punta de cañón a desarrolladores poderosos o abusivos. Pero al contrario, he encontrado al habitante morelense muy amigable, respetuoso e inteligente. Pareciera que la paz comienza a abrirse camino en Morelos, y porque la desean tanto es que se respiran vientos de cambio.

Pero el gobernador electo, necesitará urgente apoyo. El señor Blanco como buen pragmático deportista se subió al tsunami que fue MORENA en los comicios del 1 de Julio. Cuenta con cariño popular, se le considera un morelense ético, que se sepa no ha abusado de su poder; llegó rico al mundo de la política con la intención de hacer algo bueno por su gente. Sabe utilizar la estrategia para triunfar, pero habrá de rodearse de expertos para lograr sus objetivos, ¿qué hará actualmente? supongo prepararse para la gran responsabilidad que la gente le confirió. Porque el estado está resentido no sólo por la violencia, sino porque recientemente vivió un trauma fuerte que apenas cumplirá el año este mismo mes: el temblor que lo sacudió todo--que evidenció la corrupción del gobierno de Graco Ramírez--que dejó pérdidas cuantiosas, dolorosas, que resquebrajó, que abrió más grietas, que desmoronó muros y antiguas construcciones ante el pánico y desasosiego de los moradores; aún siguen los restos visibles en el rostro de Cuernavaca y poblados aledaños. En Tepoztlán están restaurando las iglesias, el pórtico del panteón, los muros de adobe de las zonas planas que no resistieron el embate, por donde fluyen las caídas de agua que bajan por las cañadas del mágico e imponente Tepozteco.

Se nota los lugareños insisten en olvidar la insensibilidad para con el humano de la naturaleza, para comenzar de nuevo; la inseguridad, las muertes, la súbita inclemencia que los sacudió, e intentan continuar la reconstrucción externa e interna mirando hacia adelante. Ahora poseen la esperanza del gobierno solidario por el que votaron para que trabaje con inteligencia, con prestancia en pos del servicio a la sociedad dando solución a los retos sociales o de infraestructura más apremiantes. Escucho y observo a los morelenses naturalmente arraigados a su territorio encendido, en particular a los habitantes de Tepoztlán, donde gozan y celan su magnético sitio, unidos hoy más que ayer a favor de su bienestar, defendiendo sus tesoros culturales y aquellos que le fueron otorgados por Natura que abundan en el Estado cuna de Emiliano Zapata. Ha sobrevivido este pueblo entre picos volcánicos mineralizados o quizá gracias a ellos, a pesar de la invasión foránea que no cesa, que merma sus mantos acuíferos, no obstante, siguen siendo bendecidos con abundantes temporales precipitándose el encapsulado relampagueante cielo sobre techos montes y jardines.

Aceptan e invitan con gusto los de aquí, a todo aquel que respete sus usos y sus costumbres, que se adapte a sus parámetros y no al revés. No se dejan engañar cuando llegan arribistas que se sienten dueños y señores de lo que no son, que pretenden imponer sus erradas visiones de crecimiento para beneficio de unos cuantos, e intercambiar, a la vieja usanza, sus espejitos a cambio del oro que posee este hermoso pueblo originario. Demasiado curtidos están, en el hecho de que la palabra del abusador disfrazado de protector depreda y no cumple con lo tratado.

Un foráneo que se estableció aquí, que es querido por la gente porque dicen así se comportó, con respeto y obediencia, es Napoleón Gómez Urrutia. Sí, tiempo antes que tuviera que huir del país a Canadá por la injusta persecución en su contra que inició el poderoso corrupto empresario minero Germán Larrea, un amigo suyo arquitecto construyó su casa a las faldas de estas magníficas misteriosas elevaciones.

Una residencia relativamente sencilla, pero con espectacular vista al pueblo, calculan habrá costado en aquella época con todo y terreno no más de uno o dos millones de pesos ¿Y por qué cuentan que lo aprecian por acá a Napo? Porque al finalizar su proyecto el arquitecto pintó el exterior de la casa en un tono naranja y los miembros de la comunidad platicaron con el dueño al ver la obra terminada para exigirle que cambiara el color, que la pintara de manera que se mimetizara con los cerros pues decidieron no le hacía honor a su montaña sagrada la mancha aquella que resaltaba. El señor Gómez Urrutia accedió de inmediato a cambiarlo con gusto y sin protesta alguna. Hoy día, se pierde su tono de tierra entre aquellos pliegues escarpados. Ignoro si ahora que el senador plurinominal electo regresó, ocupará su casa en la falda del cerro o más bien viva en la capital, para luego entonces venirse al campo el fin de semana y poder gozar de su propiedad de descanso en este entorno de magnetismo sanador que tan acertadamente eligió.