Como en el caso de otros acontecimientos y expresiones, la poesía también tiene un día oficial de celebración, el 21 de marzo. El Día Mundial de la Poesía, establecido por la UNESCO desde 1998. 

En realidad suena a perogrullo, pero no hay día particular para la poesía, el tiempo es su ubicación. Y es que como dijera Juan José Arreola con la entusiasta aprobación de Jorge Luis Borges, “todo lo que importa y vale en este mundo, lo que legitima nuestra condición de hombres, es lo poético. Sea en palabra, en cualquier expresión artística o en actitudes humanas. La poesía es la posibilidad de ser real del hombre. Su posibilidad de crear. Estamos hablando de lenguaje, la poesía es un fenómeno lingüístico, de ordenación de palabras. Cuando hay una urgencia auténtica de comunicar una experiencia íntima o nuestra percepción del mundo externo, la voluntad expresiva crea la ordenación de las palabras, que es estricta”. Y añade, citando a André Gide: “Crea una forma bella, porque una idea más bella todavía, vendrá a alojarse en ella”. Y concluye: “y la forma es bella aunque sea involuntaria o inocente, es una nostia de perfección, una nostalgia de manifestación, una nostalgia de armonía”. 

Por vez primera participo en esta celebración en su versión de la ciudad de Malmö, en Suecia, organizada por la poeta colombiana Ángela García y el poeta y traductor Lasse Söderberg (que ha traducido al sueco a tres poetas favoritos en castellano, Federico García Lorca, Jorge Luis Borges y Octavio Paz; a Sor Juana también). Un festival poético se celebra del 19 al 21 de marzo y cuenta con la presencia, entre otros, del escritor mexicano Ruy Alberto Sánchez y la poeta libanesa Joumana Haddad.

Pero me quiero referir aquí a la conversación que tuve hace tiempo con un amigo compositor y gran lector de poesía. ¿Cuáles serían los pilares de la poesía?, pregunté. “Considero que la columna vertebral la conforman La Ilíada y La Odisea, de Homero. La Eneida, de Virgilio. La Divina Comedia, de Dante. El Fausto, de Goethe”.

Y sí, Homero crearía los sólidos basamentos de la poesía a través de la epopeya, sobre todo con La Ilíada; Ulises, el personaje, nunca ha sido de mi predilección. Virgilio toma la savia homérica para hacer una mítica invención de Roma con raíz troyana. Dante asume como guía en el infierno y el purgatorio a Virgilio para alcanzar el amor de Beatriz. Y el Fausto materializa el poderío artístico del espíritu alemán en occidente. Y a mí me interesa mucho añadir a Shakespeare. La dimensión de la poesía y el poder, y heredero de la nueva tragedia ática euripideana, de acuerdo a Nietzsche.

A esta fortaleza artística milenaria siempre he incorporado como necesaria la original esencia del Poema de Gilgamesh, aceptado como la primera obra producto del hombre y el proceso civilizatorio que dataría de hace unos 8 mil años. En esta se encuentran los temas que han sido y serán consustanciales al hombre: la angustia por la vida y la muerte, la eterna juventud, el placer y el amor y la ausencia de dios. En esta obra el hombre se descubre finito, mortal; la mayor y definitiva revelación.

Resulta primario ir al encuentro de la raíz del ser. De allí la importancia del Gilgamesh. En el caso nuestro, el mexicano tiene que ir a Nezahualcóyotl, a su filosofía y su poética, impregnadas de universalidad:

“¿Con qué he de irme?

¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra?

¿Cómo ha de actuar mi corazón?

¿Acaso en vano venimos a vivir,

a brotar sobre la tierra?

Dejemos al menos flores

Dejemos al menos cantos”.

P.d. Videocolumna en youtube: