En una conversación reciente que tuve con el profesor tabasqueño Rodolfo Lara , me dijo, y coincido con él, que el primer movimiento antineoliberal en México después de la caída del Muro de Berlín, fue el movimiento obradorista que vio la luz en 1991-92 (dos años antes que el EZLN) con el Éxodo por la Democracia, marcha donde el entonces presidente estatal del PRD, Andrés Manuel López Obrador, junto con un grupo de ciudadanas y ciudadanos en su mayoría indígenas chontales, caminarían de Tabasco a la Ciudad de México para protestar por el descomunal fraude electoral cometido en las elecciones municipales. Ahí nació el movimiento que derrotaría el régimen corruptor del neoliberalismo mexicano.
A partir de ahí comienza una historia llena de ternura, astucia, resistencia, aprendizaje, mucho aprendizaje, pero sobre todo compromiso con la historia y con el futuro de nuestro país y de la región.
Esta historia se ha construido con la inteligencia y pericia de Andrés Manuel López Obrador, cuyo proceder político puede definirse como la perfecta combinación entre principios y eficacia, un personaje que sin duda ya tiene reservado su lugar entre las personas más destacadas de nuestra historia nacional, odiado por la rancia clase política que nos sumergió en la peor crisis humanitaria del país, y capaz de reponerse a feroces campañas mediáticas, o de salir triunfante del primer lawfare, (golpe de estado por la vía judicial) de Latinoamérica gracias al cariño y la confianza que el pueblo mexicano le tiene.
A partir de ese amor que el pueblo le tiene, es que se construye una potente organización social que, con convicción de poder, se plantea hacer la primera transformación política radical y pacífica de nuestra historia. Esto, que en tres líneas se describe, implicó muchísimos esfuerzos, sacrificios, actos de generosidad infinita sobre todo por las personas adultas mayores que pusieron su corazón, convicciones y tiempo para lograr esta transformación aun sabiendo que lo más probable es que no les tocaría verla consumada a ellas y ellos, la verdadera generación fundadora del obradorismo, el corazón de México volcado en el Movimiento Regeneración Nacional.
Esta historia también ha estado plagada de errores, contradicciones (como cualquier proceso social) y traiciones como la de los chuchos del PRD, la de Cuauhtémoc Cárdenas al negarse en varios momentos, como en la resistencia contra la reforma energética del Pacto por México o en la construcción de MORENA como partido político, a acompañar el desarrollo del movimiento, más por celo político que por diferencias sustanciales en el programa; o la de actores políticos que caminaron con él en los primeros momentos pero luego se cansaron de resistir y se entregaron a los brazos del poder corruptor como Mario DiConstanzo y tantos otros.
Estas traiciones junto con el profundo rechazo del movimiento al fraudulento régimen de partidos, fueron marcando en el núcleo duro del obradorismo un estilo de asumir la política que, siempre con la mejor intención de ayudar a Andrés Manuel López Obrador y garantizar que este movimiento transformador no termine con el sexenio de nuestro compañero, comenzó a radicalizarse en el sectarismo y el segregacionismo que en nada ayudaron al movimiento a la hora de la obligada institucionalización del obradorismo, proceso que incluso fue rechazado en un primer momento por un sector de aquél núcleo duro.
Luego de dos fraudes descomunales y de la legitimación del PRD al espurio presidente Peña Nieto a través del Pacto por México, había llegado el momento de crear nuestra propia fuerza político electoral, nuestro partido obradorista, que rompiera con la estructura corrompida, aunque no necesariamente con muchos de sus mejores cuadros que poco a poco comenzarían a llegar.
Ya bajo las siglas de MORENA, ha habido una permanente tensión entre la estrategia de apertura y reconciliación nacional impulsada por AMLO, que por auténtica convicción se reconcilió con muchos actores políticos con los que en su momento tuvo desencuentros serios y les abrió las puertas al proyecto y la visión dura de quienes ven con recelo tanta apertura, simplemente les resultaba inconcebible que los que optaron por no acompañar desde el primer momento de las rupturas tenga cabida en el movimiento y si la tienen no será con la misma legitimidad porque ¿cuántos periódicos Regeneración repartieron? ¿cuántos kilómetros marcharon? ¿cuántas puertas tocaron?
Lo que nunca supo reconocer aquél sector es que por más principios que tenían, para derrotar la impresionante maquinaria electoral de los conservadores se requería del esfuerzo, la eficacia política y la capacidad organizativa de la mayor cantidad de gente y que para AMLO por esa simple razón, había que convencerles y sumarles a este proyecto político.
Esta tensión generó severos conflictos, como aquél momento en plena campaña presidencial donde Ricardo Monreal estuvo a punto de irse de morena porque quienes se quedaron a cargo del partido cuando AMLO pidió licencia como presidente nacional y se fue a hacer campaña como candidato a la Presidencia de la República, fueron incapaces de resolver, dialogar y negociar para que todas las partes quedaran satisfechas con el resultado de la encuesta para definir la candidatura a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, el cisma solo fue evitado por la oportuna intervención de Andrés Manuel López Obrador que tuvo que poner pausa a su campaña presidencial para resolver el conflicto y después volver a la campaña cuyo éxito se basó precisamente en que fue capaz de sumar voluntades de distintas tendencias ideológicas y volverse factor de consenso.
Aún con estos y otros problemas organizativos que se enfrentó AMLO, logró la hazaña con la que el movimiento obradorista daría un salto cualitativo importantísimo para lograr la avasallante victoria del primero de julio del 2018 y construir el primer gobierno de coalición en México encabezado por un auténtico demócrata de izquierda, cuya principal bandera es el combate frontal a la corrupción y la caída definitiva del modelo neoliberal que solo será posible si las decisiones políticas ya no recaen en las manos de los dueños del dinero.
El movimiento obradorista ahora evoca a la Cuarta Transformación Nacional y se bifurca entre quienes marcan la batuta desde el poder ejecutivo y quienes decidimos, o en algunos casos tuvieron como única salida, quedarse a mantener la organización político electoral; y es ahí donde está, hasta el momento, el eslabón más débil del movimiento histórico: mientras que el Gobierno de México libra batallas cotidianamente y obtiene grandes resultados incrementando el respaldo popular al Presidente y la intención del voto hacia morena, la estructura burocrática del partido se ha quedado paralizada, estancada, sin comprender su papel en la Cuarta Transformación Nacional e incapaz de resolver ya no digamos los problemas de la gente sino los propios, sin la capacidad ni intención de dialogar entre las partes y con el control burocrático de ese núcleo duro que jamás quiso que existiera el partido pero que ya teniéndolo lo cuidan de forma patrimonialista hasta el extremo de reducirlo a un colectivo radicalizado pero también inmovilizado, con más consignas históricas que convicción de poder para la transformación popular.
Sería al menos infame no reconocer que este núcleo duro es el sector más brillante, honorable y que jamás lastimaría intencionalmente al movimiento, a su vez sería iluso negar las contradicciones al interior del movimiento provocadas por múltiples actores que no están convencidos de la viabilidad o necesidad de la transformación y solo están en este barco por un interés personalísimo y que en varios momentos han entorpecido las tareas del partido o del gobierno; pero eso no nos debe llevar a pensar que toda persona que no va con nuestra postura es golpista, oportunista o advenediza. Si dirigencia y militancia no confiamos los unos en los otros al menos debemos confiar en el criterio y la experiencia de nuestro dirigente moral que ha sabido lidiar con nuestros respectivos vicios y contradicciones y llevar a buen puerto las metas que se ha trazado, pero también resulta indispensable y urgente crear un andamiaje institucional que establezca mecanismos y criterios para evitar que cualquier dirigente, por ambición o por dogmatismo, por oportunismo o sectarismo, termine por obstaculizar el proceso transformador.
La situación vergonzante y atípica en la que ahora nos encontramos, con una renovación por mandato del Tribunal Electoral y no por la voluntad de diálogo y reconocimiento mutuo, es el reflejo de la renunciación a hacer política y del desprecio que le tienen a la operación política ese grupo de activistas que de pronto, sin darse cuenta, se encontraron ejerciendo un rol de dirigencia política.
Ahora en esta dolorosa encrucijada, estamos ante el absurdo total, porque, como ya dije líneas antes, la intención del voto hacia nuestro movimiento va en aumento, pero el partido no está preparado con una estrategia clara para afianzar esta condición, de hecho, pareciera que el grupo que controla el aparato burocrático, está dispuesto a dilapidar este capital político sin precedentes con tal de que su visión sea la única al interior del partido.
Podemos considerar un error histórico que a partir de esta crisis y una vez que se sepa quien presidirá el partido, no se da un proceso de diálogo que ponga en el centro de las prioridades el futuro del movimiento asumiendo la elección 2021 y el referéndum revocatorio del 2022 como tránsitos fundamentales asumiendo que no nos pueden agarrar con los dedos en la puerta como ha sucedido con las elecciones del 2019 y de este 2020 donde se habló más del conflicto interno que del arranque de campaña en Hidalgo y Coahuila. O peor aún, no es posible que por estar batalla fraticida morena no haya tenido ninguna relevancia en la emergencia de potentes y legítimos movimientos sociales como el feminista, el ambientalista, el anti racista y morena no haya sido capaz de ofrecerles una respuesta franca, solidaria y eficaz o que se haya permitido que causas como la pacificación, la migración o el acompañamiento a las víctimas las enarbolara el conservadurismo sin tener hasta ahora una sola respuesta unificada.
El reto está planteado: o se asume con madurez política el importantísimo rol que le corresponde jugar al partido político y se generan espacios dialogantes de forma plural e incluyente mientras se fortalece la institucionalidad del partido para que tenga la suficiente fuerza como para garantizar que ningún representante popular emanado de sus filas traicionará nuestra historia, visión de país y documentos básicos, y a su vez se le da certidumbre a la ciudadanía de que morena es la organización para la transformación de la vida pública nacional pero también local en México, o el partido que llevó a Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia dejará de ser útil para la transformación y por lo tanto se volverá un partido conservador que abandonó y traicionó su propia historia fundacional.
O se deja de buscar al Victoriano Huerta de la 4T y se empieza a reconocer a cada actor político desde sus contradicciones y aportaciones al movimiento, o la parálisis se alargará lo suficiente como para que este movimiento se quede sin partido. La fortaleza ideológica y ética de la militancia debe estar en perfecta armonía con la capacidad y eficacia operativa y con la capacidad de resolver cualquier conflicto por la vía del diálogo, de lo contrario nada se ha aprendido de las lecciones que ha dado Andrés Manuel López Obrador.