¿Qué es el morbo? ¿Actitud frente al pudor? ¿La forma en la que comprendemos lo práctico de la ética del comportamiento? ¿La aproximación a descubrir lo novedoso en lo cotidiano? ¿Curiosidad malsana que en nada beneficia? ¿Hermana del escándalo, de la sexualidad inhibida? ¿El asombro ante lo desconcertante? ¿Una tarea de la imaginación? No es un acto exclusivamente visual, no tiene que ver con desear formas y a veces no tiene que ver con el deseo sino con la urgencia de satisfacer algo, una carencia que no es. Un ser morboso es aquel con sed continua por tenerlo todo, por asirlo todo; es un ser patético porque está integralmente incompleto, su alivio no es la satisfacción por ser completado sino por tener algo más que lo reconozca como fragmentado. Se admite, pues, desvinculado de sí mismo y perteneciente a lo efímero.
Lo morboso no es la desmesura, al contrario, es sobrepasar ligeramente los estándares socialmente admisibles de interés por el mundo. El exceso de morbo, lo mórbido, si bien otrora pudo ser calificado de enfermedad o perversión, en la posmodernidad se asienta al desafiar la normalidad. No pasará, por tanto, de ser un evento conductual kitsch. El morbo nunca se concreta en acto, es decir, perpetuamente está condenado a una actitud contemplativa, pasiva, por ello es estéril si pensamos en cuanto a su alcance para un fin mayor. Acaso construye posibilidades que nunca dejarán de pertenecer al reino de la imaginación.
El morbo conlleva una cierta mística secreta, cercana a lo privado, a lo íntimo, y por ello es de naturaleza sagrada. Es un acto de la imaginación, construye lo que falta, permitiendo que cierta parte de lo que sustituye se vuelva permanentemente irresoluble. Lo morboso crea oasis, espejismos laberínticos donde el deseo parece asomarse pero no con tal claridad que pueda tornarse en una meta o en un anhelo poderoso. Aquel que es descubierto en un momento de debilidad mórbida, es exhibido en la transparencia de su propia humanidad; no es juzgado severamente porque dentro de cualquier superestructura social tienen que acontecer las revelaciones contra el tabú. Justamente sin los morbosos, el secreto no sería secreto porque su idolatría no tendría seguidores; cofrades de lo indecible. En otras palabras, como cáncer necesario, sin sombras que entorpezcan la luz no valoraríamos lo iluminado.
No se piense que lo imperioso del morbo justifica su lugar en la jerarquía epistemológica: En clave platónica se encontrará debajo de la eikasía o conjetura, no llega siquiera a ser un pensamiento bien formado, tampoco una deducción o reflexión, es lo primero que arroja nuestra mente, por ello tiene cierta candidez (que no es exagerado llamar pureza). Es lo automático y no al estilo Breton, sino el producto de vomitar ideas sueltas, desgarbadas, instintivas…quizá libres.