Los más necios, los que creen en lealtades sin miramientos y que se han favorecido por el ejercicio del poder faccioso, aun no dimensionan el trasfondo de los resultados electorales: México no sólo está harto, sino que se reconoce “bueno”.

Durante muchos años se ha alimentado la teoría de que todos somos corruptos,

de que los políticos no son los culpables del sistema corrupto, sino que todos fallamos como ciudadanos y la responsabilidad es de todos. En síntesis, se ha fomentado la creencia de que tenemos la corrupción en los genes.

Cuando trato de explicarme esta teoría me remonto a uno de mis pasados más cercanos: mi abuela paterna.

Hasta el último día de su vida la fe de mi abuela en “Dios” era infinita. Muchas de sus historias de infancia o de matrimonio iban acompañadas de manera implícita del relato de la influencia que ejercía la religión y dios en ella. Dios fue fundamental en su vida porque sus oraciones y principios guiaban su vida: no robar, no mentir, no codiciar, etc., no obstante, era una mujer trabajadora, aguerrida, fuerte y dura. Si necesitaba algo, sabía que debía trabajar y confiar en dios.

Hace unas semanas conocí a una

mujer de 108 años de edad que enviudó siendo muy joven y sacó adelante a todos sus hijos como madre soltera. Una mujer de carácter y de muchísimo trabajo, por ello, cuando tuve la oportunidad, le pregunté cómo le hizo para lograrlo. Yo esperaba que me relatara una parte de los sacrificios que tuvo que hacer, como dormir muy poco, caminar horas para conseguir agua o aguamiel, comer sólo lo que el campo le brindaba o comer muy poco para que alcanzara a todos, pero no, su respuesta fue más sencilla: fue gracias a dios.

La historia de México no es de corruptos, es de millones de personas avasalladas que tarde o temprano reaccionan para sacar adelante a la nación. La historia de México es de hombres y mujeres fuertes que aguantan las peores calamidades (creadas o naturales) porque confían en su esfuerzo diario, pero que saben deshacerse de ellas cuando tienen la oportunidad. La historia de México es de hombres y mujeres que mostramos todo lo buenos que sí somos cuando nos necesitan.

Es cierto que ninguno de nosotros estamos exentos de corrupción, pero es incomparable una mordida con el robo de miles o millones de pesos sólo por haber tenido la oportunidad. Incluso en muchos casos, una mordida es una corrección en el sistema como cuando un campesino se ve en la necesidad de entregar su producto en una zona urbana y usa el único vehículo viejo y destartalado que tiene, cuando se topa con “la ley” ustedes qué preferirían ¿que pague una infracción o una mordida? (den por descontado que no le perdonarán una u otra).

La responsabilidad que tienen en sus manos todas y todos los candidatos de Morena que ganaron la elección es muy grande, porque votamos por ellos con la creencia de que “no nos van a fallar”, de que sabrán mostrar que el ejercicio del poder puede librarse de la corrupción y que el perdón es posible junto con la reconciliación sólo para tener un México mejor.

Mi generación no tiene la misma fe que antes en dios, pero ello no significa que despreciemos “lo bueno” porque lo que sí tenemos es moral. Por ello, yo estoy convencido que esta elección no fue con el propósito de que otro nos robe sino para que de verdad inicie la cuarta transformación que, desde mi punto de vista, se reflejará en un cambio de mentalidad y en la recuperación de la fe en “lo bueno”. En síntesis, la cuarta transformación debe ser la de la moralización del país, de otro modo, fracasaremos.

Twitter: @LeonardoFS__