México es un país criticado por los bajos niveles de lectura que su población posee. La estadística es fría y nos muestra que en promedio no se leen ni un par de libros al año. Los mexicanos no leemos porque no sabemos, porque no queremos, o por ambas razones. Es una crítica no constructiva que nos endilgan y nos endilgamos como sociedad. El contraste son las sociedades en donde sí se posee el hábito y se lee bastante. Desde luego, la premisa consiste en que leer es bueno y en que no hacerlo es malo. Es el enfoque moral del asunto.
Hay algunos autores; de esos que sin duda leen bastante; que se han atrevido a desafiar lo social e intelectualmente correcto, afirmando que la lectura sirve para muy poco y que acumular y devorar decenas de libros por año solo contribuye a que la gente se vea en la necesidad de comprar libreros. El planteamiento puede ser escandaloso, pero posee tanta evidencia empírica a su favor como la contraparte, para ambas ópticas hay argumentos.
La historia y nuestra realidad cotidiana demuestran que los seres humanos que gustan de leer con frecuencia y hasta en demasía, no necesariamente son los más inteligentes, o los que alcanzan el mayor éxito profesional, o los más populares, o los mejor remunerados, o los más estables en sus relaciones familiares e interpersonales, o incluso los más honestos, los más humanos o aquellos que poseen el mejor trato y distingo hacia sus semejantes. Pareciera que aquellas cosas que se consideran positivas y hasta merecedoras de reconocimiento colectivo, nada tienen que ver con los libros.
Se trata de un razonamiento social incongruente, pues por un lado nos criticamos por ser una colectividad de nula cultura libresca, pero a la vez tendemos a considerar como ejemplo de éxito, perfiles y personalidades que nada tienen que ver con ostentar un acervo literario respetable en su haber. Nos dolemos por no leer, pero nos felicitamos por lograr ciertas cosas sin haber tenido que hacerlo. Es como si lograrlas así hubiera elevado el mérito y el grado de complejidad.
Y quizá ello sea la principal causa por la que leemos tan poco: porque en México creemos que la lectura es sinónimo de conocimiento y capacitación; que leer es algo que se debe realizar en la escuela y que una vez finalizada, tenemos derecho a ser liberados de tal obligación; que leer es para saber o para ganar algo a cambio; que es algo mecánico a lo que debemos de acostumbrarnos y someternos para ser mejores personas. Así ha funcionado nuestro sistema educativo y así se ha desarrollado nuestra cultura, son los cimientos del bagaje libresco que hoy poseemos.
Estas corrientes de opinión; e insisto en que son encabezadas por asiduos lectores; en pro de que la lectura no sirve para mucho, argumentan que la lectura no debe ser una obligación, sino un gusto o un placer, por lo que no necesita justificación ni disciplina, sino únicamente ganas para llevarse a cabo. Igual mencionan que el acto de leer no tiene por qué ser racional, dado que no producirá ningún beneficio tangible a cambio; y menos una obligación, pues no tiene contraprestación definida. Leer es una satisfacción; un hobby; tal vez un trabajo espléndido para quienes han decidido dedicarse a ello; un vicio para quienes han tenido el buen tino de vivir con alguno; una felicidad; y si usted gusta, pues hasta una pérdida de tiempo, que tampoco tiene por qué ser recriminable para quienes lo acostumbran.
Vaya, si existen quienes gustan de jugar fútbol, pues igual hay quienes se cautivan de la lectura, solo que ha nadie se le martiriza en México y en el mundo, por no correr detrás de un balón. Son pues los enfoques cultural y educativo que le hemos atribuido a este tema.
Su opinador; como gustoso e inquieto lector; considera que vale la pena replantearnos el tema de la lectura, pero no solo en el ámbito de lo individual, sino dentro de una política pública que se oriente a romper la correlación positiva que existe entre lectura y obligación, para posicionar el derecho individual al gusto y al disfrute. Pensar en un ser humano más libre y más dispuesto a experimentar, a pensar, a aprender y a disfrutar, ya sea la lectura u otra cosa, creo aportaría bastante valor al comportamiento cívico que en todos los ámbitos demostramos.
"¿Qué leen los que no leen?". Es un libro agradable y reflexivo del autor Juan Domingo Argüelles, proclive a la argumentación de los párrafos previos; aunque eso sí, para nada es uno de esos textos de supuesta lectura obligada, sino únicamente opcional, para el gozo y el disfrute le escribía.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado, le corresponde a usted.
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