Cuando los empresarios andan emocionados con la posibilidad de un cambio en las pensiones, es que algo les interesa.

A los muy avezados que están proponiendo el aumento en la cotización de los trabajadores, extensión de la edad y apertura a sectores que la economía formal no ha tomado en cuenta, se les ha olvidado un pequeño detalle: la plusvalía.

El crecimiento y bonanza de las grandes empresas se debe, simple y llanamente, al desgarro de la vida de los trabajadores que la están entregando a un capital, sin tener mayores beneficios.

Ahora resulta que las miserables pensiones que tienen los trabajadores -la pensión universal del IMSS es afrentosa-, debido a los bajos salarios, deben aumentar no debido a que se haga una oferta externa que la mejore, sino que esos trabajadores tienen que dar más -de 6.5 a 15 por ciento-, aportar ahorro voluntario y trabajar más años.

Cuánta razón tenía Carlos Marx: como aquellos del siglo XIX, en el de esta época de neoliberalismo, el empresario es también una sanguijuela.

 

Las posibilidades relacionadas con el Instituto Nacional de Salud para el Bienestar (INSABI) de que 70 millones de mexicanos puedan beneficiarse con ese nuevo instrumento, demuestra que son muchos los que en el futuro no tendrán una pensión asegurada. El INSABI no contempla eso porque no hay aporte.

Todo será gratuito. Según INEGI, los pensionados actuales en el país son fluctuantes. La idea empresarial de incluir en la búsqueda de pensiones a los millones que viven en el país, de la economía informal, ha olvidado que ese sector es parte de la expulsión de fuerza de trabajo de un sector económico protegido que afianzó a cierto número de trabajadores y a otros los lanzó, -junto con un estado que ha sido injusto durante décadas con la fuerza laboral- al ejército de reserva.

Son las leyes económicas dicen, mientras se embolsan las ganancias o en el caso oficial, las convierten en corrupción.

Ese ejército que desde el punto de vista de las ganancias, no sirve para nada, son personas que tienen que apoderarse de los espacios públicos. banquetas, rodeos de parques -que deberían de servir para oxigenar a la ciudad y huelen a fritangas-, calles y otros espacios, porque la necesidad los ha obligado.

¿Podrá pagar la cuota de una pensión – a la que se le aumenta la comisión- una vendedora de quesadillas, un vendedor de cositas de segunda o el que ofrece tamales en un balde?

 

Pronto conoceremos el desenlace que se plantea para las pensiones , pero ahora hablaremos de Juan Ruíz de Alarcón, La verdad sospechosa y Mudarse por mejorarse.

Hace pocos días que se cumplió un año de la muerte de la académica, escritora e investigadora Margarita Peña, profunda conocedora de la obra del autor novohispano Su libro Juan Ruiz de Alarcón ante la crítica, en las colecciones y en los acervos documentales (UAM, UAP, 2000) es uno de sus aportes fundamentales a la vida y la obra de ese importante dramaturgo y poeta que nació en Taxco Guerrero.

La vida de este talento, enfrentada a los chismorreos y envidias de la corte española, fue dura a su llegada a ese país, el de sus ascendientes, y tuvo que luchar contra la insidia de otros grandes autores. Pero su obra se impuso y hasta Corneille se maravilló de ella a tal grado que su obra principal La verdad sospechosa fue inspiración para el francés, al escribir El mentiroso.

La obra del mexicano trata de un mentiroso empedernido don García, que en esa comedia de caracteres termina recibiendo su justo castigo. En otra de sus comedias, ésta de enredos con otro personaje García, Mudarse por mejorarse, Ruiz de Alarcón se interna en versos a un proceso de confusiones amatorias que en ese caso terminan bien. Margarita estuvo inserta en este tema muchos años y como un digno homenaje, la UNAM en donde realizó buena parte de su vida académica, debería de darle un homenaje nacional que los grandes académicos también lo merecen. Y en Bellas artes.